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Daniela nació en Burgos hace casi 17 años. Sin embargo, cuando tenía cuatro, su profesor del colegio detectó algo en ella que luego acabaron afirmando los neurólogos: discapacidad intelectual. Ahora, la joven busca un camino para su futuro sin desligarse de su pasión, el baile. Y su familia y profesores la cuidan, ayudan y apoyan en cada una de sus decisiones.
Al comenzar el colegio, Daniela era una niña como el resto. Sin embargo, su profesor, Álvaro Ayuso, detectó que «algo no iba bien», cuenta la madre de la joven, Azucena Gallo. De ahí acudieron al pediatra, que les derivó al neurólogo. «En una resonancia le vieron microlesiones» y les comunicaron que su condición podía venir de ellas.
Sin embargo, Azucena recuerda que en ese momento les dejaron en «tierra de nadie», porque no les ofrecieron ninguna solución ni tratamiento. Sólo les dijeron que Daniela tenía «una discapacidad intelectual». «Médicamente no hay nada», explica su madre, así que decidieron empezar con terapia ocupacional e ir «pasito a pasito». Las personas con discapacidad tienen un trabajo añadido cada día, sin ser su responsabilidad, por la inclusión.
«Lo peor que ha pasado Daniela ha sido por profesores, no por alumnos», cuenta su madre. Ella relata que su hija no quería ir al colegio porque le llamaban «tonta». «La profe la tuvo arrinconada un año y diciendo que no aprendía», señala Azucena, quien recuerda con pesar esos momentos. Sin embargo, Daniela sí aprendía con la ayuda de su madre en casa, poco a poco, cada tarde.
El problema apareció cuando Daniela terminó sexto y se enfrentaba al instituto: «Según van creciendo, las cosas se ponen más difíciles». Azucena tuvo una reunión con los tutores, que le dijeron que su hija «tendría que hacer física y química y, seguramente, en inglés». En ese momento, la madre estaba intranquila, no quería ese futuro para su hija. Junto con Álvaro, el profesor de infantil, Azucena intentó buscar una solución, algo que pudiera cursar Daniela y que estuviera adaptado a su nivel.
Fue entonces cuando, por una amiga, supo de las aulas CLAS, que trabajan la comunicación, el lenguaje, la autonomía y la socialización. En ese momento, su camino se cruzó con el de Carmen Cuesta, una orientadora que le explicó lo que era este programa, actualmente instaurado en los institutos Diego Porcelos y Camino de Santiago, y decidieron que era la mejor solución para que Daniela siguiera aprendiendo.
«Daniela llegaba la primera y saludaba a todos», recuerda Carmen sobre el pasado de la niña por el centro Diego Porcelos. Allí hizo amistades que aún conserva, como la de Rosalía, la de amigos de otros centros o la de su tutora, Susana Vela, durante los dos años que estudió en el instituto.
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Era una clase de cinco alumnos donde Daniela aprendió cosas propias de un instituto, como matemáticas y lengua, pero también a socializar y relacionarse. Incluso participaban todos los alumnos del aula CLAS con el resto de estudiantes del instituto o de otros centros para realizar proyectos. Allí aprendieron a ir en autobús, hacer la compra o expresarse artísticamente mediante el teatro o la danza, algo que a Daniela le encanta.
Daniela es una chica alta y risueña. Su asignatura favorita es música, y reconoce que le «gusta bailar». Baila siempre que puede y donde puede, como reconoce su madre. También le encanta ir a la biblioteca, porque en el instituto hizo un proyecto para aprender a prestar y ordenar libros. Esa es otra de sus costumbres: «Ayudo a ordenar en casa», reconoce la joven.
Aunque junto a su madre, que es su «persona de referencia» han trabajado la tolerancia al desorden, explica Azucena. Daniela mantiene conversaciones distendidas con su familia, amigos y profesores, con los que no para de recordar momentos graciosos que han vivido juntos.
Asimismo, la joven es consciente de sus actos y, como reconoce Azucena, «cuando hace algo mal enseguida lo sabe y pide perdón». A Daniela también le gusta ayudar a su madre y, explica, «la cama me cuesta hacerla, aunque cuando la hace mi madre la estiro porque no quiero que quede arrugada».
En cuanto a sus gustos, Daniela disfruta yendo de compras y bailando. Acude a clases de sevillanas, bachata y salsa. Además, de cara al curso 2024/2025, planea apuntarse a danzas regionales. Por otro lado, es muy puntual y detallista y le gusta ver series que le hacen reír. Es el caso de 'El pueblo', la serie donde aparece 'El Ovejas', su personaje favorito, interpretado por Javier Losán.
Este actor se ha convertido en «su tío» e incluso disfrutó los Sampedros de 2023 como uno más de la peña La Alegría. Desde entonces, Daniela y su madre han acudido a multitud de estrenos y eventos, como la película de 'Campeones', gracias al contacto con guionistas como Marta González de Vega y Athenea Mata, que mantiene a Daniela en mente para una posible interpretación sobre baile en alguna producción.
Daniela está «encantada» con su vida, aunque para su familia en ocasiones ha sido duro. «Al final te das cuenta de que estos niños necesitan un poquito más de ayuda, porque tienen que tener una persona de referencia», explica Azucena. Esta mujer habla de que una persona con discapacidad «te condiciona un poco todo», porque siempre debe haber alguien pendiente.
«A veces me dicen «Tienes cara de cansada», y sí, pero es un cansancio psicológico, porque aunque parezca que todo va bien, estás siempre alerta». De cara al futuro, Azucena y Johnatan no quieren pensar tan a largo plazo. «Cuando me preguntan, muchas veces digo: «Mira, yo pienso en hoy y en que esté bien, como mucho en mañana»», señala la madre.
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En el caso de Daniela, ella ahora tiene dos opciones de módulos de grado medio: jardinería o auxiliar administrativo. Ella se decanta por el segundo, aunque ahora está acudiendo a clases en el centro de educación especial Puentesaúco. Sin embargo, nunca titulará, porque estos grados no están totalmente adaptados a las necesidades de los discapacitados. Sin embargo, Daniela no pierde la sonrisa y también bromea con ser «mocatriz»; es decir, «modelo, cantante y actriz», como la canción de Ojete Calor.
Respecto a su futuro, los padres de Daniela no se quieren agobiar porque es un «paso a paso» en el que siempre van a estar ahí para su hija. Y ella para ellos. Porque tanto para la madre como para la hija no hay cosa más importante que quererse, apoyarse, cuidarse y ayudarse en cada etapa del camino, que es la vida.
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