Hay leyendas terroríficas relacionadas con los castillos, los espíritus y los fantasmas; hay otras trágicas, las relacionadas con la muerte y con episodios derivados de la acción de seres del inframundo. Y también hay otras historias bonitas, llenas de ternura y bondad, que contrastan con ... las primeras. Una de esas historias, basada probablemente en la leyenda popular más que en la realidad (o viceversa, ¿quién sabe?) es la del hada Cantamora, en Peñaranda de Duero.
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Dicen que en la Torre del Homenaje del castillo de Peñaranda, en ciertas noches del año cuando la luna llena acaricia el horizonte, se oye la dulce voz de la Cantamora. Los más viejos del lugar cuentan que es un hada que quedó presa, atrapada, entre las paredes de piedra de la fortificada villa al sur de la provincia de Burgos. Siempre es la misma voz; la misma mujer buena; el hada de los sueños dulces de los niños y de las palabras y gestos de los enamorados.
Las piedras de la fortaleza vigilan solemnes desde el alto y de vez en cuando, en esas noches luminosas como el día en las que la luna plena llena de luz la villa, por las callejuelas y plazas de Peñaranda se oye el canto amable y risueño de la Cantamora, o el Hada Encantada, que con dulzura acaricia los oídos de vecinos y forasteros. Unos dicen que la voz del hada susurra palabras de un amor atrapado en otro tiempo; otros dicen que si uno está atento, escucha el lugar exacto donde están escondidos los tesoros del castillo.
Claro que, entre las realidades y las supersticiones, también hay un lado oscuro, porque dicen los sabios del lugar que Satanás también hace de las suyas y se pasea por la villa; que no iba a ser sólo la Cantamora quien diera rienda suelta a la fantasía salpicada de realidad.
Y es que en Peñaranda también anda suelto el diablo que por las noches sale a hacer capturar almas y deja sus huellas allá por donde pasa, como en el monte de tierra roja. Porque, como dicen los lugareños, la Cantamora te puede contar dónde está en tesoro del castillo, pero el diablo te llevará a él cuando le vendas tu alma.
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Ambas personificaciones del bien y del mal son muy habituales en todas las culturas, sean urbanas o rurales. Y en un lugar como Peñaranda de Duero más aún. Porque la villa está ubicada en uno de esos lugares a los que podríamos denominar 'sitio de poder'. Y que en el gótico y en la época renacentista fue un lugar mágico.
Peñaranda de Duero es una cajita de piedra que esconde tesoros de incalculable valor, sea en su castillo y su leyenda, sea en los patios del palacio de Avellaneda, en la iglesia colegial de Santa Ana, en su muralla… o en su mítica botica, la de Ximeno, auténtico laboratorio alquímico y jardín botánico donde boticarios y mancebos fueron magos que encontraron la fórmula magistral perfecta y hasta la piedra filosofal.
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Es el lugar ideal en el que pueda anidar la leyenda del hada encantada Cantamora por la magia que reúne el lugar. Y es que las hadas, según la tradición que se pierde en los tiempos, son unos seres mitológico. O quizá no tanto. Estas hadas tienen una misión: proteger la naturaleza y ayudar a las personas. Cada cultura tiene una particularidad especial con estos seres de luz; y se cree que pueden hacer encantamientos y hechizos.
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Julio César Rico
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Jesús Callejo, en su libro 'Hadas, Guía de los seres mágicos de España' habla de «las mouras gallegas, de las xanas asturianas, de las anjanas cántabras, de las alojas catalanas, de las encantadas castellanas, de las janas leonesas, de las lamias vascas, de las moricas aragonesas, de hilanderas, de ayalgas, dedonas d'aigua, de damas blancas, de sirenas, de ijanas, de lavanderas, de Mari…» España está llena de hadas.
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Las castellanas, las nuestras, son las 'encantadas', llamadas moras en el sur de la provincia y por influencia cántabra, en el norte de Burgos y Palencia, anjanas. Y la de Peñaranda, una encantada, una mora a la que se le oye cantar, no podía recibir otro nombre que la Cantamora.
Se habla de seres mitológicos, pero hay verdaderas hadas de carne y hueso. Del ser de luz habla en 'Fairies at Work and Play', Geoffrey Hodson. Dice que son seres de la mitología con un «cuerpo cubierto de una luz dorada tornasolada y transparente. Tiene grandes alas, divididas en dos partes. La inferior, más pequeña que la parte superior; se alarga en punta como las alas deciertas mariposas. El hada puede agitar los brazos y batir las alas. Solamente puedo describirla como una maravilla de oro. Sonríe y es evidente que nos ve. Pone los dedos sobre sus labios. Se encuentra escondida en un sauce, entre las hojas y las ramas, nos espía con una sonrisa. No se la puede ver objetivamente desde el plano físico, sino sólo con la vista astral; es bella».
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Hay una expresión que es clave en el texto anterior: Sólo puede verse un hada desde «la vista astral». El hada está oculta a los ojos profanos. En su libro, Jesús Callejo explica que algunas de las llamadas hadas encantadas o moras en Castilla tienen procedencia humana y «las leyendas suelen llamarlas princesas o moras a las que su padre ha castigado por enamorarse de algún infiel o por haber cambiado de religión». En Peñaranda pudo ser encerrada el hada en la Torre del Homenaje de su castillo.
Mari es el hada vasca por excelencia. Callejo apunta que ciertas leyendas dicen que «su marido es Sugaar o Culebro que, según la Crónica de siete casas de Vizcaya y Castilla –de Lope García de Salazar, publicada en el año 1454— sería aquel ser que preñó a una princesa que vivía en Mundaca y de su unión nació don Juan Zuría, el primer Señor de Vizcaya».
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Pero va más allá el autor de 'Hadas, Guía de los seres mágicos de España'. Recoge una tradición oral que se popularizó en el País Vasco y que tiene cierta relación con Burgos. A don Diego López de Haro, cuarto Señor de la Casa de Vizcaya, y fundador de la villa de Bilbao se le atribuye una relación con Mari: «Se habla de un hijo humano y mortal, don Íñigo Guerra, sería fruto de la unión con don Diego López de Haro».
El fundador de Bilbao quedó enterrado a su muerte en el convento de San Francisco, en las faldas del Cerro de San Miguel, en Burgos como queda explicado en y publicado en este periódico hace unas semanas.
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La danza, la música y las hadas están unidas de manera íntima. Los ritmos cadenciosos del baile y los susurros musicales que estos seres de luz emiten están en la misma frecuencia. Y la Cantamora llena las calles de Peñaranda desde su torre con suaves tonadas que esquivan esquinas y recovecos para que todo el pueblo las pueda escuchar.
Es una mera coincidencia, pero tiene su importancia que el grupo tradicional de danzas castellanas de Peñaranda se llame como su hada. De ella toma el nombre.
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El dulzainero del Ayuntamiento de Burgos Francisco Javier Plaza explica en su obra 'Peñaranda de Duero: de cómo la tradición sobrevivió a la decadencia y al abandono en la Castilla de la primera mitad del siglo XX' que, además del nombre del grupo, la Cantamora o Canta La Mora, es una «pieza a ritmo de 2/4 que fue coreografiada por Justo del Río para ser bailada sólo por mozas portando, como instrumento de ritmo y percusión, unas panderetas. La tradición marca que el origen de esta danza es morisco; esto unido a la alegría del son de la misma hacen que sea una pieza curiosa y atractiva».
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Y hay más tradición e historia relacionada con el baile; tanta como la que recoge el académico de la Hispano-Americana de Ciencias y Artes de Cádiz Domingo Jimeno en un artículo sobre el Castillo de Peñaranda, publicado por el Boletín de la Institución Fernán González en 1931. Habla de una tradición relativa a los casamientos. Dice que «no hay boda que se celebre que no suba a bailar ante su torre» porque, explica, «no estarán bien casados los que tal no hagan».
Puestos a imaginar con la licencia de quien sabe que es una entelequia, podemos preguntarnos si, tal vez, la musa Terpsícore de los griegos, fuera un hada, tal vez la Cantamora de Peñaranda.
En otros capítulos abordaremos otros tesoros de Peñaranda de Duero. La villa es uno de esos lugares que reúne tantos secretos y misterios que bien merece la pena, más adelante, conocer los linajes ducales encajados en el Palacio de Avellaneda; las historias ocultas del castillo o la magia y la alquimia del jardín secreto que se esconde en la Botica de Ximeno, la farmacia más antigua de España que aún sigue abierta.
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Pero Peñaranda, con su historia renacentista, guarda más secretos. Hoy podría parecer una barbaridad pero en una urna tras una lápida se conserva el corazón del Conde de Montijo, patrono de la Colegiata de Santa Ana.
Cipriano Portocarrero, el conde, murió en 1839 y fue senador por la provincia de Badajoz sólo un año antes de morir a los 54 años. En su testamento ordenó que su corazón se llevara a la colegiata. Se llevó a la nave del presbiterio, en el altar mayor, en el lado del evangelio.
Con letras de oro, una lápida de mármol negro, con su escudo de armas dice: «Detrás de esta lápida está el corazón del Excmo. Sr. Don Cipriano Portocarrero y Palafox, Conde de Montijo y de Miranda, Duque de Peñaranda &&. Cuatro veces grande de España de 1ª Clase, patrono de esta insigne Igl. Colegial, falleció en 15 de Marzo de 1839: R. I. P.»
El conde de Montijo fue el padre de la emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III. En 1967 se abrió la lápida sepulcral, como da cuenta de ello Pascual Domingo Jimeno, en la Institución Fernán González: «Encontrando, efectivamente, el corazón de tan ilustre prócer perfectamente conservado en caja cilíndrica de plomo, embalsamado con sustancias antisépticas que lo mantienen fresco, sin haber experimentado en el transcurso de más de un siglo, la menor alteración».
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