Borrar
Oña fue el destino final del manicomio de Burgos. Se inauguró en agosto de 1969. JCR
Locos y manicomios de Burgos
Burgos misteriosa

Locos y manicomios de Burgos

Durante muchos años, incluso siglos, se ha tenido pavor a las palabras loco y manicomio. La ciencia médica y la sociedad considera hoy a las personas con una enfermedad mental de manera muy diferente. Pero a lo largo de la historia no ha sido así. En Burgos, desde hace centenares de años, se pretendió abrir un manicomio sin éxito. Hasta 1968 no fue realidad. Y se abrió en Oña. El doctor López Gómez describe todos los intentos en su libro 'Un manicomio para Burgos (1886-1968)'

Viernes, 9 de diciembre 2022, 07:41

Siempre han sido personas que generaban miedo y mucha desconfianza; la gente se apartaba de ellos. Muchos, porque su conducta era difícil de entender, otros por sus rostros deformes; otros porque la enfermedad les llevaba a estados alterados de conciencia y hasta se los consideraba delincuentes. Todos temidos; y por eso excluidos por una sociedad que no quería problemas con ellos.

Activamos el cronovisor. Nos vamos a 1916. Según explica el doctor Gonzalo Lafora en 'Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría', en su artículo 'Los manicomios españoles', en sus inicios «la locura es considerada como la manifestación de un ser espiritual, divino o demoníaco»; el loco es «ensalzado o perseguido, según la clase de espíritu» que lo posea. De ahí el miedo que crea el orate.

Después aparece la concepción política, en la que «la sociedad sólo se preocupa de librarse del alienado, encarcelándole o recluyéndole». No tiene consideración social con él. Y a principios del siglo XIX, toma cuerpo la concepción fisiológica. «El loco es considerado como un enfermo del cerebro».

Nos vamos más lejos en el tiempo, a finales del XVIII. Pedro María Rubio era el médico de la reina Isabel II. En una de sus visitas al Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, descubrió el inframundo. Relató lo que a la postre se viviría en muchos hospitales y centros para dementes: «son unos infelices enfermos tratados peor que los mayores criminales».

Impresionado, dolido por lo experimentado, se fue a ver al ministro de la Gobernación, Pedro José Pidal, para que arbitrara medidas judiciales e iniciara los trámites para crear unos sanatorios específicos para estas personas.

En Burgos

Burgos no ha sido ajeno a ello. El doctor en Historia de la Medicina y médico de familia, José Manuel López Gómez, se adentró en este mundo de los enfermos mentales. Indagó en los archivos, estudió en profundidad la Historia; se empapó de lo profano y de lo científico. Buscó instituciones de Burgos que penetraran este mundo tan desconocido; y por él hemos sabido los intentos de crear un manicomio en la provincia de Burgos.

No lo tuvo de una manera real hasta 1968 y fue en Oña. López Gómez, que es Cronista Oficial de la Ciudad de Burgos, escribió en 2012 un sencillo libro editado por la Institución Fernán González, 'Un manicomio para Burgos (1886-1968)', en el que cuenta la interesantísima historia y el tortuoso devenir de los intentos por crear esas instituciones en la provincia.

Desde 1886 a 1968

«Desde 1886 se intentó en varias ocasiones abrir un sanatorio», recuerda López Gómez, «pero con poco o ningún éxito». La mayor parte de las veces se frustraba «por un tema económico». El primer intento fue por parte de los doctores Gabriel Foronda y Antonio Pujó, farmacéutico el primero y médico el segundo; junto con el capellán de las Huelgas Reales Martín Ayala, buscaron un lugar en la calle del Morco (hoy calle Guardia Civil y avenida de Paz). La intentona fracasó.

Unos años después, al borde del nuevo siglo, fueron los diputados Julio Díez-Montero y Segundo Revilla quienes elevan la propuesta de reconvertir a manicomio el colegio de Sordomudos y Ciegos, en San Agustín. «Pero la idea tampoco salió adelante. La Diputación de Burgos lo rechazó», subraya López Gómez.

La misma Institución sacó un concurso en 1910 para crear un manicomio. Pablo Pradera que «era propietario del balneario de Arlanzón», se postuló para convertir la fracasada también casa de aguas en manicomio.

Por causas desconocidas «tampoco prosperó». Como tampoco lo hizo otra propuesta de 1915 en la antigua Alhóndiga y la Normal de Maestros, en San Agustín; o el Campo de la Verdad (cercano a Fuentes Blancas), en 1929. Incluso se pensó en Briviesca, Oña y en Pacorbo.

San Pedro Cardeña

El que estuvo «a punto de transformarse en manicomio fue el Monasterio de San Pedro de Cardeña», en 1916. Pero por cuestiones políticas, el posterior gobierno de Miguel Primo de Rivera, a finales de los años 20, también lo desestimó «después de años de esfuerzos», detalla el académico.

En plena Guerra Civil se barajó crear un manicomio en Fuentecillas, que acabó por fracasar, y se intentó que se albergara «por primera vez en Oña», en 1923. Tampoco la idea salió adelante en un cúmulo de fracasos. No había manera de poner en marcha nada en la provincia, mientras «enfermos mentales de Burgos tenía que vivir en sus casas o en el Hospital de San Juan».

El Monasterio de San Pedro Cardeña fue otro de los lugares que se quiso destinar a manicomio jcr

Otros dementes eran recluidos en los manicomios de Valladolid, Ciempozuelos, Zaragoza y «sobre todo en el guipuzcoano de Mondragón», recuerda López Gómez. El número de locos a principios de los años 30 del siglo XX había multiplicado por seis a los del 50 años antes. Y era necesario dar una cobertura médica a estas personas.

En 1968, los Jesuitas abandonan el Monasterio de Oña y lo compra la Diputación. En agosto de 1969 se inaugura y empiezan a llegar los dementes desde los diferentes hospitales hasta completarlo años después. El manicomio de Oña está operativo hasta finales de los años 90.

El detallado texto de López Gómez da cuenta de cada paso, de cada intento «porque la población con demencia era grande para Burgos» y estaba muy diseminada por varios manicomios.

Llama la atención la calificación de locos que López Gómez detalla en su libro. Y lo que debían pagar al sanatorio, ya fueran «pobres, pudientes o pensionistas». Más allá de esta consideración, se clasificaba a los dementes en «tranquilos, semitranquilos, furiosos y sucios». En una entrega posterior, esta sección de Burgos Misteriosa se adentrará en analizar más profundamente a estas consideraciones.

Grabado del balneario de Arlanzón, portada del libro de López Gómez, un lugar que tampoco prosperó como manicomio. JCR

Huellas psíquicas de los manicomios

La persona que ingresaba en el manicomio quedaba marcada de por vida. La imagen que ha pasado a la historia es de la de gente sobremedicada, caminando o quieta por salas inmensas; al lado de muros y paredes acolchadas, con camisas de fuerza… personas atadas con cinchas a los hierros de una cama… rostros deformados y gritos perennes por los pasillos.

Para muchos eran hombres y mujeres raros, cuando no peligrosos y que generaban miedo y desconfianza, todo ello aliñado con el miedo a lo desconocido que ha sido el caldo de cultivo desde hace siglos.

Los manicomios eran un símbolo de trastorno, de los enfermos y de una sociedad que apartaba a las personas en desventaja. Eran lugares en los que los derechos humanos no existían, quizá porque a los locos ni siquiera se les consideraba personas. Eran lugares de dolor permanente; de sufrimiento y de oscuridad y misterio.

En las paredes y estancias de los viejos manicomios, hoy abandonados, han quedado impregnadas las huellas psíquicas de lo que ocurrió en ellos. En la provincia de Burgos, Oña y su complejo de San Salvador no se escapa a esa sensación sórdida y letal. Después de ser manicomio fue residencia de mayores, pero la esencia del psiquiátrico aún se percibe al pasear por sus antiguas dependencias. El antiguo manicomio de Oña será objeto de otro capítulo.

Testigos y familiares de personas que tuvieron ingresada a alguna persona en estos centros describen la situación como «terrible» ya que la propia enfermedad está asociada a otras patologías físicas o mentales. Declaran que los efectos de la enfermedad en una familia son «devastadores y eso lo entienden quienes lo padecen».

Desde el Medievo se ha tratado de evitar el contacto de las personas dementes con el resto de los ciudadanos. El primer Hospital de Inocentes, que así se llamaron, se abrió en Madrid en el siglo XV. Fue un fraile mercedario, fray Jofré Gilaberto, quien lo puso en marcha. Posteriormente se fundaron otras bajo la dirección de de órdenes religiosas.

Allí se amontonaban personas y daba lo mismo el tipo de enfermedad que tuvieran. El hacinamiento y las condiciones eran terribles. Se encerraba a gente que en realidad no tenían patologías, sino que eran las autoridades municipales las que ordenaban el ingreso para mantener la seguridad.

Las condiciones no eran las adecuadas, ni siquiera entrado el siglo XX. Y con la aparición en la literatura médica y en la práctica de los antipsicóticos, en los años 50, en muchos lugares se convertía en los locos en 'vegetales', atontados, cuando no narcotizados, para tenerlos tranquilos.

Durante años, y aún en la actualidad, las personas ingresadas en estas casas de salud continúan allí porque no hay institución púbica que garantice políticas que ayuden a resolver las problemáticas asociadas a ellas. Con la aprobación en los años 80 de la Ley General de Sanidad y la Reforma Psiquiátrica, los hospitales psiquiátricos se cerraron y los enfermos mentales han alcanzado la dignidad que se les ha negado en 600 años.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

burgosconecta Locos y manicomios de Burgos