
Ver fotos
Secciones
Servicios
Destacamos
Ver fotos
Julio César Rico
Burgos
Viernes, 23 de diciembre 2022
Pisar los pasillos que fueron manicomio, entrar en las habitaciones de las personas que un día habitaron aquellas estancias… percibir aún el olor sordo que desprenden las paredes, algunas llenas de humedad…, todo eso, genera un ambiente especial. Algo diferente; una sensación extraña en la que se entremezcla el miedo, la soledad, la muerte, el mundo onírico y el frío. Es el antiguo manicomio de Oña.
Sin tiempo para realizar investigaciones, sí es posible detectar o percibir impregnaciones o presencias, como si en el ambiente existiese algo más que polvo y un extraño olor a una humedad que ya ha penetrado las paredes de todas las estancias; así que en este relato me centraré solo en las sensaciones y lo observado en Oña; en lo percibido e interiorizado tras visitar las antiguas dependencias del viejo manicomio; en historias recogidas de informaciones de prensa y de algunos testimonios
Al entrar por los claustros, por los pasillos por las capillas… es inevitable pensar en las miles de personas que han pisado esos suelos. Y más aún cuando, desperdigados y con un notable desorden y suciedad, se amontonan maletas sin viaje de retorno; hojas de prescripción médica, prendas viejas y sucias, orinales, pesadísimas muletas de hierro, camas desvencijadas, ajuar de baño y de cama, armarios con puertas sin llave; y en las estancias los nombre y apellidos de quienes habitaban aquel misterioso lugar.
Miles de historias personales que han quedado impregnadas en los pasillos por los que se pierde la luz; vidas agarradas a los barrotes de alguna de las habitaciones; rejillas en las que, como si fueran telas de araña, se resisten a partir al otro mundo los recuerdos de quienes sobrevivieron en Dios sabe qué condiciones.
En agosto de 1969 empezaron a poblar las alas del manicomio de Oña los primeros 'locos'. Unos enfermos que llegaron de Mondragón. 200 hombres; y faltaban por llegar otros 90 varones y 460 mujeres. En los primeros años se llenaban las estancias de manera progresiva; iban llegando dementes de uno y de otro sitio, Zaragoza, Valladolid y Ciempozuelos, porque en Burgos no había un centro específico.
Durante un siglo, las autoridades sanitarias intentaron sin éxito abrir un manicomio en Burgos. Hasta la venta de Oña por parte de los Jesuitas, no fue posible.
Las dependencias del psiquiátrico encierran misterio y secreto por sí mismas, más allá de que albergara un manicomio o no. Un lugar, como cuenta el periodista de la Bureba Gerardo González que «estuvo en la lista de lugares donde la segunda República proyectaba un campos de concentración para quienes fueran condenados por la Ley de Vagos y Maleantes. San Salvador era el segundo de una lista que manejaban los gobernantes pero que no llegó a abrirse por el inicio de la Guerra Civil», explica.
Y antes de ser psiquiátrico fue un seminario de los Jesuitas; y más atrás en el tiempo hospital en la contienda española. Las viejas dependencias lo tienen todo para ser un lugar en los que encontrar el misterio. Por ejemplo en la parte más antigua del monasterio. Un lugar lúgubre, cerrado. De techo muy bajo, en arcadas a modo de bóvedas románicas.
Sobre este espacio descansa un enorme edificio. Los pasillos, las enormes estancias y la curiosísima capilla de los Jesuitas, rodeada de altares para enseñar el oficio de la misa a los seminaristas y presidiendo un San Vitores, sin cabeza, claro. En los pisos superiores están las habitaciones de quienes residían en Oña. Hoy solo se ve suciedad y pintadas en las paredes que algunos irrespetuosos individuos han realizado profanando la memoria de este lugar.
Para ver más allá de lo que se ve en el viejo manicomio, hay que imaginarse la vida de sus residentes. Como en todos los centros psiquiátricos desde principios de siglo, los internados en Oña se clasificaba a los dementes en cuatro categorías: tranquilos, excitados, furiosos y sucios.
A cada categoría se le asignaba un ala o un espacio determinado. A los tranquilos se les permitía salir del hospital, dar una vuelta por el pueblo e incluso trabajar en el pueblo. Muchos eran un vecino más de Oña. Para los 'furiosos' se dedicaban lugares en los que ni pudieran lesionar a nadie, ni a sí mismos; los excitados, sin resultar peligrosos, estaban muy vigilados; de los sucios, poco más hay que decir ya que por sí solos se definen.
En torno al viejo manicomio de Oña hay numerosas historias, algunas de ellas sórdidas. Unas serán ciertas y otras caerán en la hipérbole al engrandecer hechos que fueron mucho menos exagerados de lo que se cuenta.
Algunos trabajadores de la Diputación de Burgos que prestaron servicios en Oña cuentan casos de todo tipo. Luis Santamaría, Toño Mena y Juan Carlos Rodrigo son sólo tres de ellos. Explican acontecimientos sucedidos en Oña, algunos sorprendentes. No los plasmo en estas líneas porque afectan a personas cuyos familiares aún viven y a cuidadores del viejo psiquiátrico también vivos.
Para sentir cosas diferentes hay que entrar en el viejo monasterio con otros ojos, libre de prejuicios y con la mente en positivo. En Oña se pueden percibir sensaciones desiguales… En los muros del viejo psiquiátrico hay energía impregnada. La frialdad del lugar aumenta las percepciones. Los sentidos están muy vivos.
El mundo endogámico en el que vivían estas personas propiciaba un empobrecimiento personal y psíquico enorme. En el psiquiátrico se multiplicaban las muertes extrañas, algunas de ellas en los canales de los jardines, o de personas que escapaban de sus muros y fallecían en el monte, al carecer de habilidades para evitar el peligro…
La Oficina de Prensa de la Diputación tuvo que dar explicaciones de algunas de ellas, después de algunas informaciones de los periódicos de la provincia y del resto de España. Incluso se llegaron a publicar edictos del Juzgado de Briviesca solicitando que se declarase muerto a algún desaparecido del sanatorio.
El Diario de Burgos, muchas semanas, publicaba llamada de socorro de familias de personas que se fugaban del hospital. Muchas de ellas aparecían al cabo de varios días, unas a decenas de kilómetros del psiquiátrico; otras, fueron encontradas muertas. Incluso los huidos del servicio militar que se hacían pasar por locos, como la requisitoria que publica el decano de la prensa en Burgos el 25 de noviembre de 1971, y luego se fugaban del manicomio.
Oña se había convertido en un reducto para internar a personas a las que la sociedad no quería. Una información de prensa, traslada la inquietud en octubre del 71 de crear un «hogar de subnormales profundos» (textual), en Oña; un encargo del Pleno de la Diputación a su presidente, Pedro Carazo.
La noticia que el semanario Sábado Grafico sacó sobre el psiquiátrico de Oña el 7 de agosto de 1971 sacudió los cimientos de la Diputación y puso en entredicho los métodos que se empleaban para tratar a los enfermos y la ausencia de consideración y dignidad de las personas.
Como explica Fabiola Irisarri Vázquez en su tesis doctoral 'Psiquiatría crítica en España en la década de los 70', en la Universidad Complutense, Sábado Gráfico era una revista extraña, heterogénea, dirigida por un falangista antiguo al que se le permitía casi todo en el Régimen. La revista publicó que en Oña «alquilaban a los enfermos a los campesinos de las comarcas cercanas al manicomio, pero no les pagaban, les pagaban a las monjas y a la administración, parecía que eran esclavos, les trataban como…»
Martin Arnoriaga fue el redactor de este texto. El periodista fue «un antiguo jesuita que había estado en el manicomio de voluntario», explica Irisarri. Así, que tuvo acceso a toda la información.
En la sesión plenaria de la Diputación de Burgos de agosto de 1971, y con relación a la publicación en esa revista, la Institución adoptó ejercitar «cuantas acciones judiciales, procedan en defensa del buen nombre y prestigio de la Diputación (.../…) y el derecho a la rectificación» de la propia revista; llevar a cabo «cuántas acciones judiciales se estimen para la defensa del buen nombre y prestigio de la Diputación»; y por último «interesar de la Dirección General de Sanidad, que practique una investigación» sobre el sanatorio de Oña.
Oña también está en la ficción y en la literatura. El escritor Javier Zuloaga, que fue director de La Voz de Castilla, describe en su novela 'El hombre que pudo ser libre' la vida de Ramón Ayestarán. Al final de la vida del protagonista, reflexiona: Aquí hay «locos y no locos de muy distinta índole: neuróticos, psicópatas, maniaco‒depresivos, obsesos, epilépticos y otras personas sin síntomas aparentes de enfermedad mental que, acaso como yo, han estado aquí simplemente porque afuera no había sitio para ellos».
La atención a las personas con enfermedad mental ha mejorado muchísimo desde aquella época histórica, muy cercana en el tiempo, en que el enfermo era tenido por loco, el hospital era un manicomio y los tratamientos retiraban la dignidad por mucho que la persona no llegue a perderla nunca por ser eso, persona.
Conocí a Tachenco en una de las dos modernas residencias de mayores de Oña. Su apodo es lo suficientemente ilustrativo para quien conoció a la Selección de la URSS de baloncesto de los años 80. Vladimir Tkachenko, ucraniano, medía 2,21 centímetros y era pívot de aquella selección y del CSKA de Moscú; en España jugó en el CB Guadalajara unos meses hasta 1990.
El Tachenco de Oña, como el soviético, era un joven enorme; rudo en las formas, torpe en los andares; con una importante dificultad de hablar y de expresarse, propia de quien carece de habilidades sociales. El sistema manicomial de la España de los años 70 y 80 había incapacitado y cortado la posibilidad de desarrollo de este hombre como de tantas otras personas. Es de Regumiel de la Sierra, pero desde hace muchos años sólo conoce la soledad del psiquiátrico.
Lo conocí cuando España salía de la pandemia de Covid 19. Un Tachenco mayor y semivencido por la curva de la espalda, buscaba denodadamente colillas de cigarros en los alrededores de la entrada de la moderna residencia de Oña. Mascullaba palabras ininteligibles para alguien que le escuchaba hablar por primera vez. Cuando encontraba alguna la compartía con una compañera, en un gesto de generosidad que siempre estuvo en su vida.
Al ver a gente diferente en el vestíbulo de la residencia, Tachenco se acobardaba por el miedo a lo desconocido. Sin embargo, quien sí lo conocía bien era Juan Carlos Rodrigo, conductor de la Diputación de Burgos que trabajó para las residencias de Oña durante muchos años. Cuenta que en ocasiones llevaba a Tachen al cine: «Recuerdo», cuenta Juan Carlos, «haberle llevado a ver La Roca y a la salida del cine decirme: Juan Carlos, me ha acojonado la película, qué real era»
La tarde que lo conocí, Tachenco compartía balbuceos con Juan Carlos como si nada… se notaba que había cierta confianza. Con un desconocido como yo, no; apenas se dirigía a mí; yo lo observaba y trataba de imaginarme, inocente de mí, qué vida habría llevado es hombre en el manicomio. Me miraba con los hundidos y una media sonrisa amarga en la que se podría resumir su vida.
La vida de los dos Tachencos, el de Oña y el ucraniano, ha discurrido de manera paralela por ser de edad muy similar. El tiempo los ha tratado también de maneras muy parecidas. Uno internado de por vida con la carga de Dios sabe qué tratamientos. Otro, el soviético, atrapado en unos enormes problemas de salud por su gigantismo.
En una visita realizada a las dependencias del viejo manicomio, entre los papeles esparcidos por el suelo queda uno con el tratamiento que se debe poner a Tachenco… en la bañera para su dolencia de piel. Este hombre ha pasado más de media vida sin saber que tras las celdas y los barrotes de Oña había otro mundo. Como él, cientos de miles de enfermos que en aquellos años sórdidos se les llamaba locos.
Por los suelos de las ruinas del manicomio de Oña quedan centenares de vidas perdidas, pisadas, malheridas, imposibles de sanar. Tachenco es una de ellas. Oña y las dependencias del viejo manicomio, son una metáfora perfecta de la vida de quienes se han derramado.
Publicidad
María Díaz y Álex Sánchez
Almudena Santos y Leticia Aróstegui
Esta funcionalidad es exclusiva para registrados.
Reporta un error en esta noticia
Debido a un error no hemos podido dar de alta tu suscripción.
Por favor, ponte en contacto con Atención al Cliente.
¡Bienvenido a BURGOSCONECTA!
Tu suscripción con Google se ha realizado correctamente, pero ya tenías otra suscripción activa en BURGOSCONECTA.
Déjanos tus datos y nos pondremos en contacto contigo para analizar tu caso
¡Tu suscripción con Google se ha realizado correctamente!
La compra se ha asociado al siguiente email
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.