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Casi mil años de historia dan para mucho. Y si no, que se lo digan al Monasterio de San Juan, cuyas paredes, si pudieran hablar, contarían un relato fascinante, cargado de giros de guion, desastres, fuego, ruina, guerra, reconstrucción, abandono y cultura. Una historia, sin duda, apasionante, ligada como pocas al devenir de la propia ciudad de Burgos.
Los orígenes del monasterio se remontan al siglo XI. En aquel entonces, Burgos ya era la cabeza de Castilla y se alzaba como punto clave en el Camino de Santiago. Aquella circunstancia atrajo a la ciudad al monje Adelelmo, a la sazón todo un personaje en la época. Oriundo de la ciudad francesa de Loudum, aquel monje benedictino recaló en Burgos acompañado de una docena de frailes de la Casa-Dei para fundar una comunidad con el beneplácito del rey Alfonso VI.
Así lo confirma la carta fundacional del cenobio, firmada por el propio rey en el año 1091, un documento guardado con celo durante siglos en el propio monasterio y que ha sobrevivido durante casi un milenio a un sinfín de avatares. Hoy, es el documento original más antiguo del Archivo Municipal de Burgos.
En dicho documento, el rey concedía a la comunidad benedictina el antiguo monasterio de San Juan Bautista, ubicado en los arrabales, junto al río Vena y la entrada oeste de la ciudad amurallada. En el privilegio de Alfonso VI también se le concedió a la comunidad monástica un coto, un horno, un molino, los derechos de la villa de Cótar y la cercana capilla de San Juan Evangelista.
Todo ello con el objetivo de que Adelelmo y sus compañeros fundaran un monasterio y un hospital de peregrinos a la altura de la ciudad. Y a fe que lo consiguieron. De hecho, la impronta que dejó Adelelmo en la historia de Burgos fue inigualable. Prueba de ello es que aquel monje francés acabaría siendo canonizado bajo el nombre de san Lesmes y hoy es el patrón de la ciudad.
Y eso a pesar de que apenas residió seis años en Burgos antes de fallecer en 1097. Para entonces, el monasterio de San Juan ya se había convertido en un referente, no sólo en Burgos, sino en todo el Camino de Santiago. Sin embargo, los avatares de la historia hicieron mella en la congregación y el monasterio entró a partir del siglo XII en un proceso de decadencia que culminó en 1436, cuando un devastador incendio redujo a escombros el complejo románico original.
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Pero, lejos de caer en el olvido de los siglos, el monasterio revivió. La Congregación de San Benito de Valladolid se asentó en él en sustitución de la Casa-Dei y, gracias al patrocinio de los Reyes Católicos y el papa Sixto IV, el monasterio fue reconstruido en su totalidad. Comenzó así una nueva época de esplendor para el cenobio, que superó otro incendio en 1538 y continuó prestando los servicios hospitalarios con algunos altibajos hasta principios del siglo XIX.
Entonces, llegaron los franceses. En plena Guerra de la Independencia, las tropas de Napoleón tomaron posesión del complejo y expulsaron a la comunidad benedictina, que mientras duró la contienda tuvo que ver cómo el monasterio era usado con fines militares.
Expulsado el ejército invasor en 1814, la congregación regresó al cenobio, pero ya nada fue igual. De hecho, apenas dos décadas después tuvo que abandonarlo de nuevo. En esta ocasión, de manera definitiva. Y es que, en 1836, al albur de las desamortizaciones de Mendizábal, el complejo monástico pasó a manos del Estado, comenzando un periplo cargado de usos de la más diversa índole que se prolonga hasta el día de hoy.
Según explica el historiador Isaac Rilova en su artículo 'El Monasterio de San Juan de Burgos: de cárcel correccional a prisión central', Burgos arrastraba desde hacía muchísimo tiempo un problema para alojar a los presos, que iban pasando de ubicación en ubicación sin llegar a asentar un penal definitivo.
Fue entonces cuando las autoridades fijaron la vista en el ya antiguo monasterio, que se encontraba parcialmente en ruina. Sin embargo, las cosas de palacio, en aquel momento, también iban despacio. Así, durante varios años, el complejo fue usado como almacén de víveres y como parque de campaña de Artillería. Una parte también fue usada temporalmente para alojar presos, pero no fue hasta enero de 1845 cuando se formalizó la cesión de todo el espacio a la Dirección General de Presidios.
A partir de aquel momento, el antiguo monasterio se convirtió a todos los efectos en prisión, una condición que mantuvo durante casi un siglo, no sin cierta polémica. No en vano, para entonces, el complejo ya estaba totalmente integrado en el casco urbano, rodeado de viviendas y presentaba grandes problemas de salubridad y hacinamiento, puesto que el número de presos duplicaba a finales del siglo XIX las previsiones con la que se puso en marcha el presidio.
A la vista de todas esas circunstancias, el Ayuntamiento cedió al Estado en 1922 unos terrenos en el 'Prado de las Matas', a las afueras de la ciudad, con el objeto de levantar el actual presidio, que se inauguró formalmente diez años después.
Una vez finalizado aquel traslado, el antiguo monasterio de San Juan volvió a sumirse en una etapa de usos intermitentes, condicionados en buena medida por la Guerra Civil, y la ruina volvió a amenazar al complejo, que se salvó gracias a su declaración como Monumento Histórico-Artístico a mediados de la década de los 40'.
Para entonces, el Ayuntamiento ya se había hecho cargo de su gestión, y en 1966 se inauguraba allí el Museo Marceliano Santamaría con las piezas del pintor donadas por su familia tras su fallecimiento. Posteriormente, el Consistorio fue dando nuevos usos al antiguo monasterio, que en la última década ha revivido gracias a dos significativas intervenciones que han permitido techar las ruinas de la antigua iglesia y el claustro. Encima de la mesa, en todo caso, está un nuevo proyecto de reforma integral del espacio.
Del monasterio original apenas quedan restos documentales, ya que buena parte del edificio fue pasto de las llamas en el siglo XV. Sí es visible la estructura de la iglesia y, sobre todo, del claustro que se reconstruyeron entonces, aunque parte del templo se vino abajo siglos atrás. Entre todos los espacios del edificio destacan, por su impronta, el claustro y la sala capitular, obra de Domingo de Azas.
También destaca la enorme espadaña de la fachada que preside la plaza de San Juan, rodeada por la iglesia de San Lesmes y la biblioteca pública del Estado, levantada a mediados del siglo pasado sobre el antiguo hospital de San Juan, cuya historia está indivisiblemente ligada al monasterio. Pero esa es otra historia que merece ser contada en un capítulo aparte.
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Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Natalia Sáez Ursúa | Burgos
Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
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