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En Castrillo de Murcia saben cómo ahuyentar al diablo. Desde hace cinco siglos se celebra en la octava del Corpus Christi una fiesta singular y llena de símbolos esotéricos. El Colacho es un diablo divertido, en la previa de la fiesta, que atiza con un zurriago, hecho con una cola de caballo, a los niños y mayores que se atreven a desafiarle.
Y el domingo huye ante la figura de Cristo en la Eucaristía y salta por encima de los recién bautizados librándoles del mal de Satán. Mientras, en todo el pueblo se multiplican los altares en los que se venera la figura del resucitado hecho pan y vino. Mantillas, alfombras y flores adornan las aras que vencen al mal.
En la fiesta de El Colacho se entremezclan muchos ritos paganos y religiosos. Es el 'yin-yang' taoísta trasladado al mundo cristiano, el triunfo del bien sobre el mal. Aunque se sabe que se inició en 1620, sus orígenes no están del todo claros. E incluso algunos historiadores modernos afirman que pudo tener un inicio en una fiesta de la fertilidad, por aquello de su cercanía al solsticio de verano y el salto sobre los recién nacidos.
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En toda esta parafernalia hay muchísimos símbolos que nos hablan de magia y esoterismo. Sólo la figura del diablo es ya en sí un símbolo mágico que conecta la realidad a pie de suelo con lo sublime, que está representado en una vida eterna en la que nunca estará el maligno. Enraizado en la más profunda cultura judeocristiana, encontramos esta figura y todo lo que la acompaña.
Cada personaje de esta historia es, en sí, una figura mágica. Y el día que se celebra, es el Día del Señor, el Corpus Christi de los católicos que referencia el Santísimo Sacramento y el deseo de que el Jesús más esotérico fagocite al Jesús de Nazaret, el revolucionario y más apegado a la realidad y a la historia de la salvación.
En algo sí coinciden esas dos figuras de Jesús: en la liberación. Una por la vía de lo paranormal; otra por la del amor incondicional a todos los hombres y mujeres sean quienes sean, su condición, raza o religión. Pero en el siglo XVII primaban otras interpretaciones muchísimo más simples y que han acabado enraizando en la cultura autóctona y en la religiosidad popular. Romántico y colorista, sí, pero muy lejos de ser una tradición cristiana.
El caso es que Castrillo de Murcia sabe, y mucho, de demonología. En sus paseos previos por la villa, antes del salto sobre los niños, El Colacho sale a la calle a correr detrás de pequeños y mayores y a asustarlos con su máscara diabólica y dando zurriagazos con su cola de caballo. Detrás va el atabalero, acompañado por su séquito de la Cofradía del Santísimo Sacramento, que golpeaba con la mazas el atabal, que marca los ritmos de los danzadores y del público que le sigue.
La figura demoníaca va cubierta con una máscara y un traje de diferentes colores en el que predomina el amarillo. Toca las terrañuelas, una especie de castañuelas enormes, que golpea al mismo ritmo que el atabalero. Mientras corre por las calles detrás de la gente, es insultado sin piedad.
Si buscamos en la esencia de esta fiesta y en el acto central de El Colacho nos encontramos todos los ingredientes propios de un exorcismo. Sea quien fuere en la tradición, Cristo Eucaristía echa al diablo de sus gentes. Huye por la calles del pueblo a cara descubierta. Si se analiza, en puridad es un exorcismo colectivo.
Antes, y según dice esta tradición, el demonio se lleva los pecados de los bebés (benditos ellos, ¿qué habrán pecado?) y les confiere protección frente a las enfermedades y las desgracias. En ese afán por ahuyentar todo mal, la gente que se agolpa en Castrillo de Murcia para ver el espectáculo, insultan y abuchean a El Colacho para que el Santísimo Sacramento, que sale en procesión detrás del diablo, les bendiga y les dé suerte en los años venideros.
Una vez que el Colacho ha saltado sobre los bebés de ese año, las madres y las abuelas derraman pétalos de rosa sobre los niños y sus padres quitan del colchón que los sostenía.
La actual cofradía que organiza la fiesta de El Colacho de Castrillo de Murcia tiene su origen en Cofradía del Santísimo Sacramento de Minerva porque nace del tronco común de la primitiva cofradía de la basílica romana del mismo nombre.
Toda explicación es posible y plausible para entender que la Iglesia Católica se quisiera adueñar de las bases sobre las que los romanos idealizaron a sus diosas y dioses. En concreto Minerva, que era la deidad romana de la sabiduría; guerrera y protectora de las artes. Siempre vestida con armadura o y casco. Sus atributos eran la lanza, el escudo y la égida, que es un símbolo protector que llevaba en el pecho en el que aparecía la cabeza de Medusa.
Minerva era hija de Júpiter, el rey de los dioses, y nació de la cabeza de su padre. Formaba parte de la Tríada Capitolina junto con su padre, Júpiter, y Juno. Muchas fiestas se celebran en torno a las de la tríada.
Pero hay más tradiciones imbricadas. El sacerdote hijo del pueblo Ernesto Pérez Calvo ha investigado esta figura. Sus estudios quedaron plasmados en una monografía que tenía a El Colacho de protagonista.
Pérez Calvo apunta que «es indudable que en la pantomima de El Colacho se han incorporado elementos culturales y religiosos precristianos. El hecho de que el Colacho pueda estar relacionado con las fiestas Lupercalia, que se celebraban en Roma, no parecerá una aseveración gratuita, si tenemos en cuenta uno de los ritos de estas fiestas, en el que el macho cabrío golpeaba a las mujeres para hacerlas fecundas. Muy bien pudo incorporar El Colacho este rito, aunque ya con significado distinto, en la costumbre de golpear a las mujeres con la cola».
La Iglesia veía en las cofradías la manera de combatir las herejías protestantes, tras la Reforma de Lutero. En 1621, para fomentar la devoción al Santísimo Sacramento, se extienden este tipo de organizaciones a todo el orbe cristiano.
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Como cada cofradía, la de Castrillo de Murcia tenía sus estatutos; contienen 16 artículos en los que se daba orden a los cofrades de honrar al Santísimo en los actos litúrgicos del Corpus y su octava, a representar auto sacramentales y danzas. Ya antes de la creación de la cofradía, existía tradición de sacar ese personaje burlesco por las calles de la población; así que los cofrades introdujeron al diablo como antagonista del protagonista de la fiesta: el Santísimo Sacramento.
La fundación de la Cofradía fue en la iglesia de Santiago y después aprobada en Burgos el 10 de septiembre de 1621, por el prior de Roncesvalles Juan Manrique de la Mariano. Se insertó dentro de la Archicofradía de Minerva fundada en Roma por bulas de Paulo III y Gregorio XIII.
En Burgos, esta ridiculización del diablo está presente en diferentes lugares. En la misma capital, el Cachidiablo podría tener esta significación. Mojigón y Espantaniños son otros nombres que da Ismael García Rámila en el Boletín de la Institución Fernán González.
De la misma esencia, salvando las distancias, en la ciudad de Burgos, después de la procesión del Corpus Christi, existe una tradición que se mantiene en el tiempo desde hace siglos. Es el Salto del Tetín.
Los tetines acompañan a los danzantes de Burgos, jóvenes adolescentes que visten con calzas y danzan al son del pito y la caja. Los tetines visten de una forma también un tanto estrafalaria, con un llamativo traje de colores, gorro y una zurriaga. Su similitud al Colacho es mucha. Al terminar la procesión, realizan un salto frente a las autoridades de la ciudad, guardando la solemnidad y confiriendo al acto un simpático gesto.
Este tipo de representación es, según Ernesto Pérez Calvo, hijo de Castrillo y autor de un estudio sobre el personaje es «una pantomima en la que El Colacho actúa como demonio» y que su origen puede proceder de «los mimos que se interpretaban en época romana». Sin embargo, la asociación de El Colacho con el diablo se desconoce.
Por este motivo, Pérez Calvo dice que este personaje es «burlesco, un histrión o remedador». Pero esta teoría choca con la condena que los sínodos y los obispos realizaron en varias épocas históricas. Su nombre originario «fue Birria, pues Colacho es un insulto». Y el Birria «es el jefe de la mojiganga de principios de año», vestido estrafalariamente.
Este tipo de personaje no es único en Castrillo de Murcia. Muchos lugares de España tienen figuras similares, aunque la particularidad de El Colacho sí es única. Pérez Calvo habla de la «solemnidad que la Iglesia da a las celebraciones y procesiones». Castilla y su sobriedad facilitaba que este tipo de actos fueran penitenciales, lejos de lo profano y de la alegría, propia de otras tierras.
Así que en diferentes etapas históricas, a la solemnidad se incorporan «elementos teatrales» y personajes ligados a éste como «farsas y mimos». Sin ir más lejos, muchas de las celebraciones y procesiones de los pueblos de toda España se acompañan de danzas delante del santo o la santa de turno.Mozos y mozas, mirando al santo, bailan hacia atrás en cualquier procesión que se digne.
En otros lugares también existen ritos similares en Puebla de Sanabria, en Zamora; o en la leonesa villa de La Bañeza. Los danzantes, en estos lugares se concentran en el Corpus delante de los altares y el sacerdote bendice a los niños.
El periodista burgalés Eduardo de Ontañón recogió en la revista Estampa alguna curiosidad que hoy se ha perdido, como que El Colacho, al saltar sobre los niños «los libraba de hernia»; y que las mozas casaderas se apresuraban a tomar a los niños de los colchones -y no las madres- porque «terminados los saltos, las mozas arman verdaderas trifulcas por coger a los niños, porque la que lo haga se casará dentro del año, que la cosa tiene muy variados resultados».
Supersticiones aparte, la tradición continúa y hay mucha demanda de madres y padres para colocar a los niños cada año. Según la tradición, han de haber sido bautizados en el año que va entre el último Colacho y el actual. Muchos de ellos son nietos, biznietos y tataranietos de oriundos de Castrillo de Murcia. Otros no tienen vinculación o si la tienen es por cercanía con otros pueblos cercanos.
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