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Escultura del Hombre pez de Liérganes BC
El extraño Hombre-Pez de Liérganes nació en las Montañas de Burgos
Burgos misteriosa

El extraño Hombre-Pez de Liérganes nació en las Montañas de Burgos

El padre Benito Feijoo en su obra el 'Teatro crítico universal' ubica en el norte de Las Merindades el lugar de nacimiento de Francisco de la Vega Casar. En el siglo XVII la provincia extendía su territorio en parte de la Comunidad de Cantabria actual. Su sorprendente historia proviene de testimonios históricos. En la villa de Liérganes se le recuerda con una bonita escultura y el recuerdo de su misteriosa vida

Viernes, 2 de junio 2023, 07:44

El extraño hombre pez de Liérganes, Francisco de la Vega Casar, nació en las montañas de Burgos en 1658. Y es que la provincia se extendía hasta el Cantábrico y por buena parte de las tierras actualmente cántabras, riojanas, alavesas y vizcaínas hasta la división de las actuales provincias de 1833, realizada por el ministro Javier de Burgos. El caso es que todas las crónicas, fundamentalmente la del Padre Benito Feijoo en su 'Teatro crítico universal', ubican en «las montañas de Burgos», el lugar de nacimiento del hombre pez.

El joven había emigrado en 1672, con 15 años, a Bilbao para aprender el oficio de carpintero. Dos años estuvo en la capital vizcaína. Allí convivió con artesanos y pescadores; gente que le enseñó los oficios pese a su discapacidad intelectual, porque los estudios médicos, que se desprenden de las investigaciones del doctor Gregorio Marañón, indican que el hombre pez padecía de cretinismo.

En esta historia tan sorprendente como real por el hecho en sí, confluyen elementos mágicos y esotéricos muy interesantes. El primero de ellos es que se lanzó al mar en la noche de San Juan; esa mágica franja horaria fue cuando este hombre se echó a la Ría de Bilbao. Nadó, nadó y desapareció. Nunca más se supo de él en la Villa del Bocho. Cuentan las crónicas, recogidas por la revista Alrededor del Mundo del 12 de marzo de 1913, que el muchacho estaba con unos amigos, quizá celebrando esta fiesta en la que el solsticio de verano está en su esplendor.

El joven se fue nadado aguas abajo de la ría; nadie lo vio después. Pero cinco años después, en 1679, unos pescadores de Cádiz atraparon entre sus redes un ser extraño que resultó ser el joven hombre anfibio de Liérganes. Mientras faenaban en la bahía gaditana, unos hombres que trabajaban en una barca adivinaron ver en su horizonte cercano a un ser humano que, como si fuera un delfín, se zambullía y salía a la superficie, «con la facilidad de un pez».

Llevaron su nao hasta donde habían divisado a ese hombre. Pero esa figura se sumergía en el agua y apenas podían verlo con claridad. Así que, atrapados por la curiosidad de esa extraña figura, decidieron cebar una red y echarla al agua la noche siguiente. La escena fue alucinante, tal y como la narra el Padre Feijoo. Vieron como tomaba los trozos de pan de las redes con sus manos y se los comía.

Entre las redes de los pescadores hallaron a un hombre «joven y corpulento de tez pálida y cabellera pelirroja y escasa». Entre las características descritas, destacaba que tenía las uñas corroídas por la sal del mar y unas escamas que recubrían su cuerpo por el pecho y parte de la espalda.

Una carta reveladora

Según la carta de don Gaspar Melchor de la Riba Aguero a don Diego Antonio de la Gándara Velarde, fechada en Gajano el 11 de noviembre de 1733, recogida por el padre Benito Feijoo en su obra 'Teatro crítico universal', una vez capturado el hombre pez, le condujeron al convento de San Francisco de Cádiz. Allí le interrogaron en varios idiomas y de diferentes maneras, pero no obtuvieron respuesta.

Sospecharon «que estuviese poseído de algún mal espíritu, bajo cuyo concepto le conjuraron algunos religiosos; pero nada sirvieron los exorcismos, ni se pudo salir de duda». Pero en un momento, quién sabe si de lucidez del hombre pez, acertó a pronunciar la palabra Liérganes. El ministro de la Inquisición Domingo de la Cantolla, se dirigió a la localidad de las montañas de Burgos y Cantabria. Preguntó si en ese pueblo faltaba un joven de las características de Francisco; y se le dijo que podría ser hijo de María del Casar, viuda de Francisco de la Vega.

En 1679 el religioso francisco Juan Rosende llevó a Francisco hasta la puerta de su casa. Su madre y sus tres hermanos –Tomás, sacerdote; José y Juan— supieron que era él; pero el hombre nadante «se quedó inmóvil, sin corresponder, ni con palabras, ni con señas». Tenía la cabeza totalmente perdida.

Montañas del norte donde nació Francisco de la Vega Casar JCR

Feijoo, en su obra, lamenta que «nuestro nadante hombre perdiese el uso de la razón, no solo mirándolo como fatalidad suya, más también como pérdida nuestra, y de todos los curiosos; pues si este hombre hubiese conservado el juicio, y con él la memoria, ¡cuántas noticias, en parte útiles, y en parte especiosas, nos daría, como fruto de sus marítimas peregrinaciones! ¡Cuántas cosas, ignoradas hasta ahora de todos los naturalistas, pertenecientes a la errante República de los Peces, podríamos saber por él! Él solo podía haber exactamente averiguado su forma de criar, su modo de vivir, sus pastos, sus transmigraciones, y las guerras, o alianzas de especies distintas».

Gaspar Melchor de la Riba Aguero describe que, vuelto de Cádiz, Francisco de la Vega «no solicitaba la comida; pero si se la ponían por delante, o si veía comer, y se lo permitían, comía y bebía mucho de una vez; y después en tres o cuatro días no volvía a comer». Era como un reloj: cumplidor y puntual «y si le mandaba llevar alguna cosa a casa de algún vecino, iba y la entregaba puntualmente; pero sin hablar palabra; y la que más frecuente se le oía era tabaco, del que tomaba mucho, si se lo daban; también pronunciaba algunas veces pan, vino; pero si le preguntaban si lo quería, no respondía, ni por señas significaba que se lo diesen».

De estos escritos se desprende que nunca se acostumbró a la ropa ni al calzado, «paseando desnudo y descalzo» y que era obediente ante las indicaciones que se le hacían.

De la Riba escribe que cuando le vio por primera vez, «ya no tenía escamas, aunque sí la cutis muy áspera, y las uñas muy gastadas; aunque un anciano de aquel lugar, hombre de muy buena razón, asegura, que cuando vino se le veían algunas escamas en el pecho, y espalda; pero que luego se le fueron cayendo».

Ese anciano relataba que este mozo antes de arrojarse al mar «daba muestras de muy buena capacidad: pero que después que le trajo el padre Rosende, no se percibía casi operación intelectual en él». Era un hombre «de genio quieto, y pacífico» y su estatura poco menos que dos varas (aproximadamente 1,67 metros)», y proporcionadamente en toda la estructura de sus miembros, pelo rojo, y muy parecido a sus hermanos, excepto el sacerdote, que era pelinegro».

Una maldición

Una de las leyendas que circulan alrededor de Francisco de la Vega Casar es que la madre de este hombre «le había echado una maldición siendo niño». Sin embargo, los investigadores de la época trataron de averiguar esta circunstancia sin que nadie la pudiera atestiguar a ciencia cierta.

Unos diez años después de regresar a Liérganes, Francisco, solo ya y sin familia ya que dos de sus hermanos ya habían fallecido, volvió a desaparecer «sin que nadie haya sabido cómo, ni su paradero».

La explicación médica de Gregorio Marañón

El padre Feijoo era un erudito. Sin duda el racionalismo, más allá de su fe, es el denominador común de su vida. Y así quedó reflejado en su extensa obra el 'Teatro crítico universal'. Pese a ese rigor racionalista, este escritor y pensador dio absoluta credibilidad a las fuentes que le relataron la historia de Francisco de la Vega Casar.

Feijoo defendió en su obra la historia de el hombre pez pese su carácter fantástico que podría entrar en conflicto con el racionalismo en el que siempre basó su obra. Tanto su pensamiento daría credibilidad a la existencia de seres humanos que combinarían su condición con la de los anfibios. Así abrió un espacio muy amplio a que adquieran verosimilitud las leyendas sobre las sirenas.

Ante esta descripción, el doctor Gregorio Marañón trató de estudiar el caso de Francisco de la Vega. Concluyó que el hombre pez, en realidad, padecía cretinismo, una enfermedad que se daba con frecuencia en las zonas más recónditas de montaña, favorecida por la endogamia propia de una zona en la que las relaciones sociales y familiares eran muy cerradas.

El cretinismo es una dolencia que se caracteriza por que se detiene el crecimiento mental y físico a una edad muy temprana. Se acompaña de pérdida de pelo, deformaciones en la fisonomía del individuo como protuberancias en el pecho y la espalda. Estos enfermos presentan las uñas comidas y casi inexistentes.

Marañón determina que la piel con escamas es debida a la ictiosis, otra enfermedad genética que provoca que la piel se seque y da lugar a confundirla con escamas. Con respecto que se fuera nadando desde Bilbao a Cádiz, es más fruto de la imaginación que de la realidad. Y concluye que probablemente vagó como un transeúnte hasta llegar de Bilbao a Cádiz y que desapareciera nadando, una mera curiosidad.

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