El arte gótico (art gothique) es un lenguaje en clave, un modo de expresión y la forma de relacionar la trascendencia con el ser humano. Dice el erudito Fernando Sánchez Dragó en 'Gárgoris y Habidis' que en cada detalle de su arquitectura «debería de celarse ... por lo menos un símbolo». Es decir una expresión que lleva a un significado.
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Dragó investigó en el significado de la crisopeya, o alquimia, encerrada en los símbolos, imponiendo un nuevo lenguaje (argot, que viene precisamente de arte gótico), unas claves formada por «raros objetos y vertiginosos garabatos» que autores como Fulcanelli tratan de revelar en sus libros, como 'El misterio de las catedrales'.
Existe una relación directa entre algunas juegos de cartas, el juego de la oca y otros con los significados esotéricos de algunos símbolos del Camino de Santiago y las catedrales que lo jalonan; y Burgos no es ajeno a esta relación misteriosa. La ciencia (o el juego) del tarot, la relación de los naipes con algunos de los símbolos del Camino y de las catedrales es muy evidente; como lo es las casillas del juego de la oca.
El tarot clásico se divide en arcanos mayores y menores. Los mayores son 22 cartas que representan diferentes personajes y lugares, circunstancias de la vida con las que cualquier ser humano se puede encontrar. Los arcanos menores son los palos de una baraja española.
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Sánchez Dragó ubica en las tabernas (o tascucios, como los denomina) y en las toscas partidas de cartas (a las que llama chirlatas) del Camino de Santiago, el origen de los arcanos menores. Explica que a la Orden del Apóstol también se llamaba de la Espada. «Ya tenemos un palo», asegura. O Cebriero y San Juan de la Peña «solían postularse como emplazamientos del Grial. Ya tenemos la Copa». Los bastos serían una «derivación del famoso báculo de peregrino» y los oros provendrían de «los soles o monedas radiales que tanto abundan en la heráldica jacobea y en los blasones templarios».
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Va más allá en el origen de este método de adivinación. Lo ubica en los primeros profetas de Israel que «sondeaban las intenciones de la Providencia por medio de los arcanos del Tarot, que allí y entonces se llamaban théraphims». Esta palabra, théraphims, es hebrea y generalmente se traduce por ídolo o imagen a la que se consulta sobre eventos futuros, como los oráculos.
Sobre los arcanos mayores existe mucha literatura y sobrevuela la tesis de que muchas, por no decir todas, las figuras que aparecen en las 22 cartas están representadas en las ojivas de los arcos catedralicios e iglesias góticas, en los canecillos, capiteles, porches y tímpanos o en las arquivoltas de los pórticos o en las agujas de la Catedral de Burgos.
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Pudo ser en Burgos o en León, por ser dos de las ciudades más esotéricas del Camino, o en las dos al mismo tiempo, donde los alquimistas alcanzaron la iluminación.
Y no son especulaciones. El especialista Joseph Paul Oswald Wirth, relaciona en 1887 la ciencia del tarot (él mismo diseñó un elenco de cartas) con la alquimia, con los rosa cruces y con la incipiente masonería. Dragó dice de él que reinventó el tarot desde las enseñanzas de los imagineros medievales.
Los arcanos mayores son El Loco, El Mago, La Sacerdotisa, La Emperatriz, El Emperador, El Sacerdote, Los Amantes, El Carro, La Fuerza, El Ermitaño, La Rueda, La Justicia, El Colgado, La Muerte, La Templanza, El Diablo, La Torre, La Estrella, La Luna, El Sol, El Juicio, y El Mundo.
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El que fuera discípulo de Sigmund Freud aplica los principios del psicoanálisis y de la interpretación de los sueños a la alquimia y el tarot. Entiende que «son caras de una misma moneda: la onírica». Y su teoría no es baladí. En una interpretación amplia de la realidad, los sueños, sean premonitorios o no, formarían parte de ese lado oscuro del ser humano que está por descubrir.
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Julio César Rico
El subconsciente individual se revela como la parte que completaría el consciente y, por qué no, se anticiparía a los acontecimientos, como en ocasiones ocurre en los sueños, para avisar a la persona de ciertos hechos que se avecinan. Sería por lo tanto, el subconsciente en el sueño un pasaporte al futuro.
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'El misterio de las Catedrales' es un libro difícil de leer y aún más complicado de resumir y entender. A día de hoy nada se sabe del autor. La primera edición de su texto vio la luz en 1926, en París. Quiso, a través de la fachada de Notre Dame, explicar, a través de símbolos incomprensibles para los no entendidos, todos los conocimientos de la alquimia medieval porque los principios de la sabiduría hermética se encontraban allí expuestos, a la vista de todos.
Es este autor quien introduce el juego de la oca en esta historia esotérica del Camino de Santiago y las catedrales. Dice del juego que es «un laberinto popular del arte sacro donde se conservan y transmiten los principales jeroglíficos de la Magna Opera», entendida ésta como la obra de Dios. La oca es un juego simbólico del viaje iniciático. Sus 63 casillas son misterios, arcanos, lugares del Camino encriptados en el tablero; un jeroglífico creado por los templarios.
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La oca se rige por la regla del 9 en cada una de las ocas. Un juego que empieza en Roncesvalles y termina en Finisterre. Cada casilla hace referencia símbolos propios del Camino y donde los maestros constructores habrían colocado signos relevantes. Es un código que cualquier templario, incluso un alquimista, habría entendido.
El número 9 es la base de todo. Es la reducción al cero. Y el juego es un doble viaje. El viaje de ida está representado por las 32 casillas primeras, pues ese número de etapas tiene el viaje a Santiago. El viaje de vuelta corresponde a las casillas 33 a 63.
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Existen nueve casillas entre cada dos ocas. Y la última, la 63 es la culminación porque su suma es nueve. Representaba los ciclos de vida. Pero hay más datos; los fundadores de la Orden del Temple fueron nueve monjes y estuvieron nueve años en Jerusalén hasta su expansión por los lugares sagrados.
En muchas culturas y religiones, la oca está considerada como un animal sagrado. La pata de oca aparece en numerosos monumentos, en los sillares como marcas de canteros. No sólo la oca, y la pata de oca, como representación de la cruz de Cristo, en la cultura cristiana, animales como el pelícano aparece en muchas representaciones artísticas como la figura de Jesús.
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