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Callejón de las Brujas, en Burgos. J.C.R.
Burgos Misteriosa

El cruel destino de la Agorera, la inquietante bruja de Burgos

María Mola era una bruja al estilo clásico que vivió en Burgos y Madrid en el siglo XV. Fue encarcelada, vilipendiada y humillada, tanto por el juicio del pueblo como el de las leyes. Murió ajusticiada en la horca

Sábado, 15 de febrero 2025, 09:41

María Mola es uno de los personajes del misterio burgalés menos conocida. Una mujer que tuvo que exiliarse de su tierra natal porque su gente la señaló como bruja y mala mujer. Se marchó a Madrid para ocultarse del pueblo que la desterró. A partir de su llegada a los extrarradios de la actual capital de España, su fama se extendió y sus artes brujeriles llegaron a incontables rincones de la península. Incluso su presencia se sentía en la calle en la que vivió en Madrid después de morir en la horca.

La vida de María Mola en Burgos acabó de muy mala manera, pero lo hizo en Madrid. La ciudad hasta le dedicó una calle, la de la Agorera, hoy Núñez de Arce. La historia de España con las condenas a las brujas fue una de las más oscuras. Muchas mujeres murieron en la hoguera por ser diferentes. Y María Mola se salía de la norma.

La vida de esta mujer en Burgos no fue muy larga. Aun así, sus sortilegios, sus cartas y su incomprensible, para la época, clarividencia la condenaron en vida. Se desconoce donde vivía, pero por su oficio sería frecuente su presencia en las tabernuchas de los barrios altos de la ciudad medieval. Existen discrepancias entre quienes escriben sobre María Mola acerca la época histórica en la que vivió; para unos el siglo XV y para otros el XVI o XVII.

Es más probable que fuera en estos últimos siglos que es cuando más se recrudeció la persecución a las brujas hasta que otro burgalés, el inquisidor Alonso Salazar y Frías, reformó tanto el contenido de las leyes del Santo Oficio, como las formas de juzgar a estas mujeres, que en la práctica perdonó a centenares de ellas. El referente es el tribunal de la Inquisición de Logroño que juzgó el caso de las brujas de Zugarramurdi en 1610.

La vida de María Mola en Burgos era un misterio. Nunca se ha sabido de qué familia procedía, quién era y ni siquiera donde vivía. Lo único que nos ha llegado es que esta mujer se ganaba el pan como adivinadora, que conocía las artes de las brujas y que en su estancia en Burgos vaticinó males enormes a sus clientes.

Quizá por ello la denunciaron y acabó juzgada por el Santo Oficio y encarcelada por sus prácticas diabólicas. Sobre María Mola recayó el escarnio, la befa y mofa de sus paisanos. Cuentan los relatos sobre Mola que la desnudaron en la plaza pública y la llenaron de plumas y emplastos, la colocaron un gorro frigio y la pasearon por la ciudad a golpe de pedrada, salivazos y correazos.

Es curioso que ese tipo de gorro frigio, acabado en punta, como si fuera un sombrero de bruja en tantas representaciones icónicas, con el tiempo se convirtió en un símbolo de la libertad, de la liberación de la opresión. Incluso en la revolución de 1830, en Francia, la segunda tras la de 1789, se usaba con la parte superior doblada hacia adelante sobre la parte superior de la cabeza.

¿Por qué la Agorera?

Tras salir de manera precipitada de Burgos, buscó refugio en otras ciudades castellanas y acabó en Madrid. La fama que precedía a María Mola hizo que en la capital del Reino nadie le diera posada. Así que, en aquella pequeña ciudad del siglo XVII, la burgalesa se tuvo que retirar a las afueras. Todo el mundo sabía que había sufrido destierra y deshonra en Burgos. Y que el tribunal de la Santa Inquisición la había condenado por practicar la brujería.

Madrid ya era una pequeña ciudad, no mucho mayor que Burgos, pero era capital del reino y a la Villa llegaban gentes de todos los pueblos cercanos para estar cerca de la autoridad real y la corte. Allí recompuso su vida y como tampoco tenía con que ganarse el pan, siguió realizando su trabajo de clarividente.

Es posible que a más de un incauto le engañara, pero en una gran mayoría, según cuenta la tradición, acertara. Su fama se extendió y dicen que hasta los cercanos a las corte y los nobles madrileños recurrían a sus predicciones que no siempre era noticias buenas, ni mucho menos.

Las masas, el pueblo sus vecinos la apodaron la 'Agorera', la que predice males o desdichas. El término también tiene su significado positivo, y quizá por ahí hay que tomarlo. El agüero es un procedimiento o práctica de adivinación utilizado en la antigüedad y en diversas épocas por pueblos supersticiosos, basado principalmente en la interpretación de señales como el canto o el vuelo de las aves o fenómenos meteorológicos. Su fama creció y se extendió.

El franciscano

Entre los clientes de María la Agorera se contaba un cura franciscano que acudía semanalmente a tomar un celemín de harina. Era una donación que la bruja hacía porque se consideraba cristiana vieja. A este franciscano, un recién ordenado cura le confesó sus dudas sobre la comunión y la misa, pensamientos que le atormentaban. Le convenció para acudir a la bruja.

María le hizo creer que se aparecería un ángel o un demonio para convencerle de la tentación de la increencia o de la revelación de la verdad; y que una lechuza sería el símbolo del poder que ella tenía. Miguel ángel Molina cuenta en 'Mis fotos de Madrid' que María le profetizó: «De arriba bajará la claridad a tus dudas. Cuando mañana celebres tu Misa al alba, ángel o demonio vendrá a ti, según tengas el estado de tu conciencia». Cuando a la madrugada siguiente el acongojado franciscano se disponía a celebrar la misa observó como un extraño ser trepaba por la cuerda de una lámpara. Tenía alas y cuernos, y emitía pavorosos ruidos.

Prosigue Molina diciendo que el franciscano, sugestionado por la agorera creyó que el mismísimo diablo le visitaba y cayó sin sentido junto al altar. A los pocos días el franciscano respiró aliviado: se había descubierto que María para no fallar en su adivinación había soltado una lechuza en la iglesia, y ésta atraída por la luz de la lámpara se dispuso a trepar por ella para cazar los insectos que a ella acudían.

María Mola fue condenada a la horca. A partir de entonces la calle en la que vivió comenzó a llamarse calle de la Agorera, nombre que, con el tiempo, y debido a la degeneración del vocablo, terminó conociéndose como calle de la Gorguera. Hoy día se llama Núñez de Arce. Los habitantes de la zona sintieron su presencia desde entonces todas las noches, su espíritu molestaba a todo el vecindario.

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