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El último año, marcado por la pandemia y por las fuertes restricciones para contener la propagación de la covid-19, han supuesto la interiorización de determinadas conductas, hábitos y costumbres, cuyo impacto se ve reflejado sobre todo en los más pequeños. A esta generación de ... niños y jóvenes se les empieza a denominar «los pandemial».
La opinión generaliza es la de que los meses de confinamiento domiciliario afectaron de forma negativa a la salud mental. Lo cierto es que el estudio realizado por el equipo de Salud Mental infanto-juvenil del HUBU, matiza esta hipótesis. El coordinador del proyecto, el doctor Xosé Ramón García Soto, asegura que los pacientes objeto de la investigación «no empeoraron durante ese periodo» e incluso «se observó mejora en sus patologías durante el tiempo que permanecieron en casa».
El servicio del que forma parte García Soto atiende en Burgos entre 1.000 y 1.200 pacientes nuevos al año. Esta unidad se anticipó a la crisis porque, antes de que se decretase el primer estado de alarma, estaban sobre aviso de lo que podía ocurrir en España.
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«Leíamos las informaciones que llegaban de China, las noticias sobre el impacto que el confinamiento podía tener en la salud mental, así que a finales de febrero ya teníamos preparado un protocolo de atención telefónica y el 16 de marzo lo pusimos en marcha. Queríamos continuar realizando las consultas y seguimiento de nuestros pacientes y, además, presentamos el proyecto de investigación para seguir su evolución», explica. Crearon una red sólida que les permitiera hacer un acompañamiento profesional de forma telemática a los usuarios de la unidad. «Era un reto nuevo y nos volcamos en dar la mejor respuesta a la situación», añade García Soto.
En total, atendieron a 430 familias durante el confinamiento. Además, a través de las redes sociales y de un blog que crearon con este fin, pusieron a disposición del público herramientas para afrontar las situaciones derivadas de la cuarentena domiciliaria. En abril, el blog acumulaba más de 4.000 visitas de 21 países. «Al final del confinamiento teníamos la información que necesitábamos para analizar la situación de los niños».
SLa gran sorpresa fue que durante el tiempo de encierro los menores no empeoraron. Muchas familias compartieron horarios y actividades. Estudiaron, hicieron deporte, cocinaron, vieron series juntos. La familia funcionó y protegió a los niños. En cambio, las siguientes etapas pusieron de manifiesto que el confinamiento había afectado a hábitos que ayudan a adaptarse a la vida ordinaria, como la actividad física, social y las rutinas de trabajo.
A finales de mayo y sobre todo en Junio, tras la etapa de sedentarismo, los kilos de más trajeron consigo consultas relacionadas con problemas de alimentación. La vuelta al colegio tras el verano puso en evidencia la dificultad de los padres para hacer que los más pequeños se adaptaran a las rutinas de trabajo escolar.
Además, el ocio digital había reducido o reemplazado otras formas más sanas de diversión. Todo ello, sumado a la presión de los progenitores para cumplir con el cuidado de los hijos y con el teletrabajo, aumentó las tensiones en el seno familiar y las quejas de mal comportamiento. Los últimos meses del año aumentaron las consultas por problemas de ansiedad y depresión entre adolescentes, posiblemente relacionadas con la falta de vida social. La falta de normalidad ha ido minando el funcionamiento cotidiano de las familias.
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A pesar de ello, García Soto considera que los cambios sociales de los últimos meses pueden ser una oportunidad para mejorar ciertos aspectos de la salud mental de jóvenes y niños. «La estabilidad durante el confinamiento encierra una lección: compartir tiempo y actividades con los hijos es un factor de protección que debemos aprender a utilizar». Por otra parte, las restricciones de salidas nocturnas han sido bien recibidas por muchas familias.
Las consultas relacionadas con problemas derivados del ocio nocturno desaparecieron: «Las peleas familiares por la hora de llegada y los problemas relacionados con lo peor de la noche, como el abuso del alcohol y una parte considerable de la violencia sexual en la adolescencia, se han reducido. Eso debería llevar a plantearnos si la fiesta en la calle es un modo de ocio conveniente para nuestros menores», reflexiona.
García Soto quiere poner énfasis en la parte positiva que desvela esta crisis: «Deberíamos poner en valor la enorme capacidad de adaptación y resistencia de nuestra sociedad. Con todas las dificultades, las cosas siguieron funcionando. A pesar del dolor y el sufrimiento, es una victoria de todos», resalta.
Otro aspecto a tener en cuenta sobre los más pequeños es la dependencia de los dispositivos digitales «Ese gran problema ya lo veíamos antes de la pandemia pero tras el confinamiento atendemos muchas consultas relacionadas con ello».
El cierre y la paralización de la economía han afectado a todo el mundo en mayor o menor medida pero, sobre todo, se ha percibido un cambio en los hábitos y costumbres sociales. El doctor asegura: «Los niños a los que hemos hecho seguimiento no empeoraron durante el encierro». En su estudio, realizado sobre 422 pacientes de entre tres y 18 años, se distinguen cinco etapas de confinamiento y se evalúa la evolución de los síntomas por cada etapa.
Los cambios llegaron tras el final del confinamiento. Sin embargo, estas dificultades, no son novedosas. «Son problemas que ya existían antes de la pandemia», recuerda el doctor, «no son patologías nuevas. El gran problema no es de salud mental, sino de funcionamiento general. La respuesta a los problemas actuales no está en las consultas de psicología o psiquiatría, sino en la reactivación del tejido social. Ahí está la fuerza para recomenzar y mejorar el futuro de nuestros hijos».
Según explica el doctor Xosé Ramón García, lo que más atienden en su unidad son las relacionadas con problemas de comportamiento.
Con TDH tienen 159 pacientes infantiles y otros 132 en revisión. 52 menores presentan trastornos adaptativos y, además, trabajan con 50 niños autistas.
En estos momentos hay 30 niños tratándose de depresión y 34 de ansiedad.
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