Su vida es la cocina. Donde realmente es feliz es entre los fogones, con el restaurante a tope y sin un minuto para respirar. Sin embargo, este año de pandemia ha hecho mella en el ánimo de Alfonso Camarero. El hostelero ha tenido ... que darle mil y una vueltas a su establecimiento, el Asador Mudarra de Salas de los Infantes, para ir adaptándose a las restricciones y conseguir mantener algo de actividad con la que sostenerse. Difícil en los tiempos que corren, y más si tu negocio está en un pequeño municipio.
Con la población de Salas, unos 2.000 vecinos, apunta Alfonso, «no tenemos el público que se tiene en la ciudad», así que si bien las ideas no escasean, pues hay más limitaciones. «En la ciudad tienen un poquito más de ventaja frente a nosotros, solo un poquito, porque en una pandemia nadie tiene ventaja», asegura. Y la situación derivada de la covid-19 está siendo muy dura para el sector de la hostelería, al que se ha «criminalizado».
«Da mucha rabia porque yo creo que la hostelería es segura», afirma el propietario del asador, pero cada vez que sube la incidencia, lo primero que se hace es restringir la actividad hostelera. «Que te cierren me parecería normal si es por el bien de todos, pero no estoy viendo que seaa por el bien de todos», asegura, así que entre los hosteleros hace tiempo que ha calado ya el hartazgo y el desánimo. La incertidumbre y el estrés están haciendo tanta o más mella que la crisis económica.
«No sé hacer otra cosa ni quiero hacer otra cosa. Soy feliz aquí dentro, cuando hay 70 comandas y no llego»,
«No estoy cansado físicamente, estoy agotado mentalmente. No puedo más», afirma Alfonso Camarero, quien reconoce que hay días que a uno le dan ganas de cerrar, pero su corazón no le deja. Alfonso es cocinero por vocación. «Nunca he tenido un trabajo, siempre he tenido un hobby», admite, y se siente privilegiado por poder vivir de lo que le gusta. «No sé hacer otra cosa ni quiero hacer otra cosa. Soy feliz aquí dentro, cuando hay 70 comandas y no llego», asegura.
Pero este último año está siendo muy duro, para él, para su familia y para sus trabajadores. En el Asador Mudarra suelen trabajar cuatro personas, con refuerzos en fines de semana, vacaciones o festivos, que pueden elevar la plantilla hasta los ocho trabajadores. Ahora, solo están tres, incluyendo a Alfonso, y los dos trabajadores los tiene al 50%, en medio ERTE. «Los ERTE están planteados por una persona que no ha trabajado en su vida en hostelería», se lamenta, porque es imposible ajustar el formato al ritmo de trabajo de bares y restaurantes.
Tampoco entiende Alfonso las restricciones impuestas a modo de 'tabla rasa', sin tener en cuenta las características de los establecimientos, ni los problemas que están teniendo, por ejemplo, para instalar estructuras de terraza fijas. «Me da envidia ver que en Burgos pueden poner una terraza y aquí en Salas no nos dejan poner nada fijo» y si se invierte un dinero es para poder recuperarlo, insiste.
Hostelería frente a la covid-19
«Te sientes abandonado por todos», afirma. Ahora hay muchos más gastos pero muchísimos menos ingresos y viven constantemente con la incertidumbre de si les cerrarán o no, en función de la evolución de la pandemia. Así que Alfonso Camarero le da vueltas a la cabeza, busca alternativas, ofrece comida para llevar, realiza repartos en coche, cambia los menús para adaptarlos al género que tiene... todo para intentar «sacar cuatro pesetas y no perder tanto».
Con un año de pandemia a sus espaldas, y sin ver la luz al final del túnel, Alfonso Camarero asegura que estar «muy quemado» y, en especial, con las autoridades. «Ahora mismo, si viene un político a mi casa, igual no le doy de comer. No me dejaría mi corazón», afirma, pues reconociendo que gestionar una crisis es complicado, el salense insiste en que ha pasado ya el tiempo suficiente como para dejar de dar tumbos y, al menos, asistir a colectivos como la hostelería que lo están pasando especialmente mal.