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Iñigo Gurruchaga
Londres
Sábado, 14 de diciembre 2019, 15:02
El exultante Boris Johnson viajó a Sedgefield tras su victoria. El lugar elegido no es producto del azar. Enviará a Westminster a un diputado conservador tras votar laborista desde 1935. Fue desde 1983 a 2005 el escaño de Tony Blair, que compró allí el ... casón viejo y grande del médico en el austero barrio de los mineros, aunque sus apoyos se extendían hasta los habitantes del centro bello y próspero de la villa.
Mientras el líder británico recorre la geografía de su triunfo, Jo Swinson, de 39 años, tiene motivos para la melancolía. Su trayectoria en los últimos meses ha sido un tobogán. En junio dio a luz a su segundo hijo, en julio fue elegida líder de los Liberal-Demócratas, en noviembre aseguró que aspiraba a convertirse en la nueva primera ministra y a revocar el 'brexit', en diciembre perdió su escaño.
Su papel en la victoria de Johnson es decisivo, porque en los últimos días de octubre el héroe del momento no lograba romper la barrera de los dos tercios de la Cámara de los Comunes para convocar elecciones anticipadas. Hasta que Swinson presentó un proyecto de ley que, con el aval de una mayoría simple, permitiría convocarlas el 9 de diciembre en lugar del 12, como quería Johnson.
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Ander Azpiroz
Los sondeos decían que los Liberal-Demócratas habían doblado su porcentaje en la intención de voto, de 10% a 20%, desde su elección como líder. Los laboristas estaban estancados en 25%. Con una buena campaña, Swinson podía soñar con ser primera ministra si su partido encabezaba la oposición. El Partido Nacional Escocés también tenía buenos datos en los sondeos. Apoyó la iniciativa de Swinson.
Los laboristas querían negarle las elecciones a Johnson al menos hasta la primavera, mantenerlo en el Gobierno mientras incumplía su promesa de culminar el Brexit el 31 de octubre, su Acuerdo de Retirada era debatido y enmendado por el Parlamento, su programa legislativo frustrado tras la chocante purga de su propio grupo parlamentario. La alternativa era una moción de censura para derribarlo, pero Swinson se negó a facilitar que Jeremy Corbyn llegase a Downing Street, a pesar de que prometía convocar el segundo referéndum ansiado por los Liberal-Demócratas.
Cuando Swinson y el SNP dieron la mayoría a Johnson, los laboristas no podían resistir ya la convocatoria de elecciones. En cuanto comenzó la campaña y Swinson compareció en las televisiones, la intención de voto a los Liberal-Demócratas comenzó a descender. En el cuartel general laborista, la lucha entre facciones había degenerado en desorden organizativo y una política incomprensible sobre el Brexit.
Asesores de Corbyn no querían convocar un segundo referéndum. La mayoría del grupo parlamentario y Momentum, movimiento juvenil crecido en torno a su liderazgo, lo exigían. El longevo colaborador del líder, John McDonnell, le convenció. Corbyn compareció ante la nación comprometido a no expresar su preferencia en el referéndum que su Gobierno convocaría sobre el asunto que ha monopolizado la política británica desde 2016.
Pero los laboristas tenían un programa electoral llamativo sobre otros asuntos: nacionalizaciones, transformación verde, inversiones, gasto,. Cuando avanzada la campaña Corbyn añadió de un día para otro 65.000 millones anuales de euros para compensar a mujeres mayores de 60 años por un cambio legal en sus pensiones cuya justicia provoca sentimientos ambiguos salvo entre las afectadas, la fiabilidad del plan laborista quedó deshecha.
Corbyn tiene 70 años y nunca ha administrado nada. Ha mostrado simpatía por el IRA, Hamas o Hizbolá. Ha sido incapaz de librarse durante meses de las acusaciones de antisemitismo en su partido. Cuando le preguntaron en la BBC por los 65.000 millones añadidos a la cuenta de gastos de su Gobierno, los justificó como una cuestión moral. La campaña laborista era dispersa y miles de activistas de Momentum se concentraron en arrebatar circunscripciones a Johnson y a otros conservadores en vez de ayudar a candidatos laboristas que advertían del peligro en su distrito.
Los conservadores han confiado sus campañas en la última década a un australiano, Lynton Crosby, cuya estrategia consiste en evitar riesgos, identificar una idea en la que su cliente tiene ventaja y repetirla hasta la saciedad. Esta vez delegó en su mano derecha, Isaac Levido, para dirigirla. En la noche del viernes fue festejado como el arquitecto de la victoria, con todos los ayudantes de Johnson, incluido su feroz jefe de Gabinete, Dominic Cummings, sometidos a su estrategia.
En 'Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del showbusiness«, Neil Postman vaticinó la degeneración de la vida política como consecuencia de las demandas superficiales de la televisión. Pero esta campaña electoral británica que ha zanjado el monumental enredo del 'brexit' ofrece otra versión de la política contemporánea.
Los conservadores presentaron un programa de pocas páginas que no dio ni un solo titular. Un político que cultiva el entretenimiento, Boris Johnson, evitó entrevistas y debates comprometidos y ha ganado aburriendo hasta la desesperación, reiterando en cualquier lugar y circunstancia que solo un asunto importaba: «¡Get 'brexit' done!» Acabar el 'brexit', esa era la cuestión.
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