El fogonazo de la linterna del teléfono o del flash de la cámara fotográfica hace aparecer de la nada una imagen aterradora. La tarde en La Bureba anuncia una noche temprana. Es invierno. Por el ventanuco de la cripta de Santa María apenas pasa un ... rayo opacado de sol que da arroja más sombras que luz. Ahí están. Son cadáveres. Ahora descansan en el osario las calaveras, tibias, fémures, costillas… de muertos anónimos que esperan que la tierra los acoja.
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Entrar en el cementerio subterráneo de la excolegiata de Santa María es transportarse en el tiempo. Alumbrar con el flash de una cámara fotográfica ese reducido espacio supone descubrir que el paso del tiempo es como el fogonazo artificial que captura en su microsegundo esa escena tan impactante. Centenares de restos de personas que vivieron antes que nosotros se agolpan en los nichos a modo de osario improvisado. Aún queda una losa: Ana González Pérez. Falleció el 6 de noviembre de 1877 a os 31 años. R.I.P.
La cúpula de la cripta aprieta el aire sobre las cabezas de quienes entran en este templo; osario de unas almas que superviven a los cuerpos que allí se abandonan sin remedio. Se respira olor a muerte porque la tristeza del lugar rompe el caparazón de la razón. Una razón que se empeña en construir el pensamiento de que son sólo restos. Mientras el 'paraintelecto' (valga la palabra) deconstruye todo entendimiento para erigir la idea de que en ese lugar, las almas vagan a la espera de que alguien las rescate.
Al subir las escaleras, los ojos del curioso aciertan a ver otra imagen que da auténtico miedo. Es más sugestión, quizá, pero el ambiente es propicio para ello. Una talla de una virgen con niño está recubierta con un lienzo purpurado. Sólo el impacto a primera vista tras abandonar la oscuridad de la cripta, abofetea los sentidos y sobresalta el ánimo; y el ánima. Impactante.
La excolegiata de Santa María, en Briviesca, es un lugar que da miedo. El temor no lo infunden sus piedras, sus obras de arte o su trama renacentista. El terror viene de su soledad; del llanto sordo de su historia acallada por el abandono. Ya nadie entra a visitar sus retablos, ni nadie admira su traza y su majestuosidad. Ahí han quedado encerrados miles de secretos; de almas de muertos y de restos de calaveras y otros huesos en su cripta.
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La palabra cripta designa un lugar oculto, invisible desde el exterior y construida en bajo el suelo del templo. Durante siglos las criptas se utilizaron para preservar al Cuerpo de Cristo de los sacrilegios e incluso como escondrijo o refugio ante las persecuciones. Sin embargo, el paso del tiempo las fue convirtiendo en lugares de enterramiento e incluso como templos.
La cripta de la capilla del Sagrario del Santísimo Sacramento está abovedada bajo su suelo. Se construyo al mismo tiempo que ella en 1667. Y fue inaugurada el 31 de mayo de 1673, como recoge el profesor de Historia de la Universidad de Burgos Carlos Polanco Melero en su artículo 'Piedad y Poder, Iglesia y Linaje en Briviesca en el siglo XVII. Los Soto Guzmán', publicado por la Real Academia Burgense en el Boletín de la Institución Fernán González.
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Los hermanos Juan, Martín y Francisco, de la familia Soto Guzmán, como consta en una inscripción del edificio, es la mecenas de la construcción de la capilla. El profesor Polanco explica que la capilla es «de planta cuadrada y está cubierto por una cúpula circular sobre pechinas, rematada en linterna».
Bajo la capilla se construyó la cripta. Se dispusieron los nichos y espacios para dar sepultura a los muertos promotores de la capilla, los fundadores, y a sus familiares. Si un templo tiene una función funeraria, ser mausoleo, más allá de la función religiosa, Santa María y la capilla del Santísimo Sacramento, es el ejemplo más claro y plausible.
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El estudio de Polanco determina que la capilla es el resultado de la singularidad de este lugar. Por su iconografía, se logra «exaltar la eucaristía» e integrar «de modo perfecto la función y simbología funeraria».
Aunque es habitual encontrar en las iglesias de toda Castilla criptas funerarias y lugares dedicados a la muerte, en la del Sagrario del Santísimo Sacramento, «no debe olvidarse la relación existente entre eucaristía y buena muerte», advierte el profesor de la UBU.
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Aun se puede percibir una sensación de frío y humedad al bajar las escaleras que dan a la cripta. Estar bajo el suelo, bajo el ras de la sacristía y de los terrenos de la huerta aledaña a la ex colegiata, hace que se respire un microclima en ella, más en invierno cuando realicé la visita. Y es que desde el tiempo de su construcción, había «un riesgo de ruina», como detalla Polanco, porque «la humedad minaba los cimientos» de la capilla.
La situación era especialmente grave «en la cripta de la capilla que en ocasiones alcanzaba una vara y media de alto, lo que no sólo socavaba el edificio, sino que imposibilitaba su uso funerario». Polanco explica que «la huerta estaba cercada y tenía una casa adosada a la sacristía y el claustro de la iglesia».
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Un campo que era de «riego fácil y abundante» porque la huerta se «extendía hasta el río y la recorría un cauce derivado del mismo». Como consecuencia de ello, «el agua se filtraba al claustro, a la cripta de la capilla del Sagrario y a las paredes de la capilla mayor». Se había intentado combatir la humedad, sin éxito, «embetunando las paredes del trasagrario». Francisco de Soto Guzmán ordenó que se dejase el riego en la huerta.
Al morir el mecenas, se le enterró en Madrid en el convento dominico de Santo Tomás. Allí estuvo cuatro años; su voluntad era ser inhumado en la cripta de Briviesca, lugar al que se le trasladó en 1698, después de «265 misas rezadas con responso de difuntos», en la capital del reino.
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El templo se empezó a levantar a finales del siglo XV. De ahí su estilo renacentista y por su proyección en el tiempo también abarca al estilo neoclásico. Se construyó sobre otra iglesia anterior. De aquélla, apenas quedan restos. La portada de la iglesia es del XVIII, sobria, de una enorme simetría lo que le da una belleza extrema. Tiene tres cuerpos y tres calles, lo que le da una sensación de estabilidad y grandeza. En 1982, Santa María fue declarada Bien de Interés Cultural.
Uno de los mejores retablos de la provincia lo encontramos la iglesia del complejo conventual de Santa Clara, a pocos metros de la excolegiata de Santa María. Doña Mencía de Velasco, hija de Pedro Fernández y Mencía de Mendoza, vivió soltera y encerrada en el monasterio de Santa Clara de Medina de Pomar, aunque sin llegar a profesar como religiosa. En su testamento del 9 de febrero de 1517 dejaba todos sus bienes para construir un convento de clarisas y un hospital en Valdeprado, en Briviesca.
Así se hizo. La planta de la iglesia es la clásica de un gótico que ya agonizaba, de cruz latina y por su extremo una entrada en soportal y abovedada. Y la joya más sublime que acoge la iglesia del monasterio de Santa Clara es un grandioso retablo realizado entre 1511 y 1569, obra de los escultores Diego de Guillén y Pedro López de Gámiz.
Está labrado en madera de nogal y tiene una altura de 24 metros y cinco pisos y tres calles. Es una maravilla del arte que, curiosamente, se quedó sin policromar por falta de dinero. Representa al escena del Árbol de Jesé, ascendiente de David donde nace toda la genealogía de Jesús de Nazaret. De Jesé nace un árbol en su pecho con toda la rama de la vida que es Cristo.
Un enorme crucero con una gran bóveda gótica octogonal estrellada remate el templo. Las dependencias del Hospitalillo completan el conjunto arquitectónico.
Rodeando la iglesia está el convento que también era hospital. Según Inocencio Cadiñanos, en la ciudad han existido «tres importantes hospitales: el de Ruiz de Briviesca, Santa María la Mayor y el de Nuestra Señora del Rosario o el Hospitalillo. A ellos habría que agregar algún otro de menor importancia, así como varias fundaciones piadosas y benéficas», dice en un artículo del Boletín de la Institución Fernán González. Al Hospitalillo, también se la ha conocido como de los cartujos en la ciudad.
Cadiñanos también recuerda que «hubo en Briviesca una Casa de Misericordia y un asilo de pobres denominado Juan Cantón, fundado en 1883 en una casa que había adquirido dicho señor en 1859. También su pariente Justo Cantón Salazar llevaría a cabo cierta fundación en 1892 para dar de comer a los pobres en invierno».
Y junto al Hospitalillo también funcionó una escuela gratuita para niños pobres creada por doña Teresa de Arce Villegas en 1892.
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