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Hoy es un museo cuya rica colección muestra la historia de Burgos, pero su pasado está plagado de vicisitudes que a punto estuvieron de provocar su desaparición. La Casa de Miranda se alza en pleno 2022 como uno de los grandes vestigios aún en pie de la época dorada de la ciudad, cuando Burgos era una de las grandes capitales comerciales de Europa. Apenas un puñado de edificios civiles en la ciudad puede presumir de contar con una historia tan larga y fructífera como la de este palacio, superviviente de un intento de expolio por parte del magnate de los medios de comunicación norteamericano William Randolph Hearst.
Aquel fue, quizá, el capítulo más polémico de la historia del palacio, que hunde sus raíces en pleno siglo XVI. Según ha quedado documentado, el edificio fue mandado construir por Francisco de Miranda Salón y España, sacerdote, canónigo de la Catedral de Burgos, abad de Salas de los Infantes y, a la sazón, miembro de una de las familias de comerciantes más influyentes de la época.
Una familia que, como todas aquellas dedicadas al comercio en la ciudad, debía exhibir su poderío. Así, en 1945 finalizaban las obras de un palacio con marcado estilo renacentista, en el que destacaba un patio central ricamente ornamentado y objeto de admiración por parte de propios y extraños.
El palacio se levantó en la que entonces se conocía como calle La Calera, en el barrio de la Vega. Aquella era una zona situada extramuros de la ciudad, que hasta la fecha apenas se había desarrollado urbanísticamente, más allá de la presencia de conventos, monasterios y huertas. Era, pues, el lugar idóneo para que la burguesía levantara allí sus palacios y casas nobiliarias.
De hecho, años después, la casa de Miranda se integraría en el Mayorazgo de La Calera, con varias propiedades de la familia Miranda, seindo arrendada en varios momentos para diferentes usos y transmitida en herencia por línea femenina hasta finales del siglo XVIII. A partir de entonces, el palacio entró en un proceso de continuo deterioro, alternando usos como hospicio, acuartelamiento, taller de velas, botería o incluso casa de vecindad.
Ese era precisamente el uso que tenía a principios del siglo XX, cuando su propietario, Hermenegildo Barbero, quiso desprenderse de ella. En aquel momento, el otrora emblema del poderío comercial burgalés se estaba cayendo a cachos y su mantenimiento suponía un coste desorbitado. Así, el propio Barbero propuso al Ayuntamiento su transmisión, habida cuenta del interés municipal en darle algún uso.
La propuesta formal se registró el 6 de junio de 1910 y, según relata María José Martínez Ruiz en un artículo titulado 'La Casa de Miranda de Burgos. La defensa ante la posible salida al extranjero de su patio', planteaba dos opciones: compra directa o arriendo a razón de 10.000 pesetas anuales. Y, lo más importante de todo, imponía un plazo de un mes para que el Ayuntamiento respondiera.
No es baladí esta puntualización, ni mucho menos, ya que de su incumplimiento por parte del Ayuntamiento acabaron derivando una retahíla de problemas. Y es que, la Comisión de Instrucción Pública del Consistorio vio con buenos ojos la compra del inmueble, valorado en 75.000 pesetas, pero la respuesta formal llegó a Barbero en octubre.
Las cosas de palacio, en este caso, fueron despacio, dando pie a que Barbero buscara otros potenciales compradores. Y en esas apareció un misterioso hombre de negocios francés, llamado Lucien L'Hotel, con el que Barbero acordó la venta por 60.000 pesetas de las piedras del patio del palacio, el elemento arquitectónico de mayor riqueza del complejo. Según quedó constatado, el objetivo de aquella venta no era otro que el desmontaje del patio y su salida al extranjero.
Poco tardó en hacerse público aquel acuerdo, causando un tremendo impacto en la sociedad burgalesa. El propio Pleno del Ayuntamiento, en una sesión multitudinaria celebrada el 28 de diciembre de aquel año, abordó la cuestión, marcando una nítida posición contraria al expolio.
Para ello, se solicitó a todos los maestros de obras de Burgos y a la Asociación General de Arquitectos Españoles que rechazaran ejecutar el proyecto mientras se abría la vía judicial para intentar deslegitimar la venta a L'Hotel, poniendo sobre la mesa la propuesta aceptada meses antes por el Ayuntamiento. La Justicia dio la razón en primera instancia al Consistorio, pero Barbero recurrió y en segunda instancia fue absuelto. Finalmente, el 15 de julio de 1914, el Tribunal Supremo falló a favor de Barbero.
Se cerraba así el capítulo judicial, pero no la polémica, que ya había saltado a los medios nacionales y acabó derivando en un golpe de efecto por parte del Estado, que ese mismo año declaraba la Casa de Miranda como Monumento Nacional, una declaración que, a efectos prácticos, debería impedir su expolio.
Fue entonces cuando el verdadero interesado en la compra del patio salió a la palestra. Y no era un cualquiera. Era William Randolph Hearst, magnate norteamericano dueño de uno de los mayores imperios mediáticos de la historia, quien inspiró el personaje de Ciudadano Kane del gran Orson Welles.
El poder que manejaba entonces Hearst era, sin duda, imponente. Hasta el punto de que el embajador español en EE UU, cuando se enteró del asunto, escribió al ministro instándole a facilitar la operación en una carta que destilaba temor a las represalias. «Le ruego que hable con el Sr. García Prieto—abogado del vendedor—, con objeto de ver si hay medio de complacer a Mr. Hearst en sus deseos de obtener en posesión el patio, pues entiendo que está bastante molesto con la marcha del asunto, y es una persona que puede hacer tanto daño a España en la prensa, que si es posible conservar su amistad, creo que sería muy político el hacerlo».
Así, en julio de 1915, el abogado neoyorquino Bainbridge Colby se presentó ante la embajada exigiendo ejecutar la compra en virtud del acuerdo alcanzado con L'Hotel, que no hacía sino las veces de agente de Hearst, aduciendo que dicho acuerdo se alcanzó antes de la declaración del palacio como Monumento Nacional. Sin embargo, las autoridades españolas en general y la sociedad burgalesa en particular, plantaron cara. El patio de la Casa de Miranda no se movía de las tierras del Cid.
Finalmente, Hearst, aconsejado por su legión de abogados, desistió de una operación que se había convertido en un quebradero de cabeza y la Casa de Miranda se salvó del expolio. Eso sí, el palacio continuaba en un estado ruinoso. Y así seguiría aún varios años hasta que en 1934 el Ayuntamiento y los herederos de Hermenegildo Barbero finalmente llegaron a un acuerdo para la venta del inmueble por 187.220 pesetas.
Ya en 1942, el Consistorio, consciente de su incapacidad económica para afrontar el proyecto, se lo cedía al Ministerio de Educación Social para levantar allí el Museo Arqueológico Provincial de Burgos, que acabaría abriendo sus puertas en 1955.
Hoy, ese noble palacio, protagonista de mil y un avatares históricos, está a la espera de la materialización de un ambicioso proyecto de reforma y ampliación, comprometido años atrás y del que apenas se sabe nada. El patio, por lo menos, sigue ahí.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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