Secciones
Servicios
Destacamos
La Catedral de Burgos esconde secretos hasta en las figuras que, aparentemente, pasan desapercibidas. Una extraña escultura levanta esa inquietud; quizá es un monje por sus vestiduras, quizá es un canónigo, o un maestro constructor o un poeta clásico. Tal vez el mismo Satanás vestido con los atavíos de un clérigo… Y ¿por qué el diablo? Porque su rostro no existe. Y lo más extraño, porque era objeto de superstición y por ello fue borrada su cara.
La cara de esa escultura se mandó raspar hasta hacerlo desaparecer; sin embargo permanece vigilante en el pasillo sur del claustro alto del templo y desafía con la ausencia de su mirada a quien se atreve a pasear por este lugar tan misterioso y tan bello. Una figura sin rostro, una ménsula, que soporta sobre sus espaldas una de las esquinas sobre la que está adosada la propia Catedral.
Misterio en estado puro porque es inexplicable que se ordene raspar una cara de una figura en el interior del claustro, cuando hay centenares de gárgolas y esculturas adosadas a capiteles y arquivoltas que son mucho más esotéricas y diabólicas que ella. Hay, entonces, que buscarle otro tipo de explicación.
El licenciado en Humanidades y máster en Gestión del Patrimonio, trabajador de la Catedral, José Antonio Gárate, explica que esa figura fue borrada, raspada «hace más de cuatro siglos», de manera explícita. «No puede atribuirse al paso del tiempo y al deterioro porque se encuentra en un espacio cerrado y la única parte afectada es el rostro», lo que nos indica la voluntariedad de la acción y «además está documentada en el Archivo».
Y la razón de su borrado tiene mucho de esotérico, mágico y demoníaco; o al menos así lo creyeron quienes dieron la orden de hacerlo. Gárate explica que en los trabajos de restauración del templo, uno de los responsables de las obras le contó que ese rostro «había sido borrado», conscientes de lo que hacían, porque era una indicación del Cabildo. Y así es. Gárate buscó en el Archivo y dio con la clave. La encontró un acta del 17 de febrero de 1600.
En ese mandado, el Cabildo ordena eliminar el rostro, aunque lamentablemente no da razones para su raspado y aniquilación. De manera textual, recuerda Gárate la inscripción del acta capitular de 17 de febrero de 1600 en el Archivo de la Catedral en un apartado que dice «Figura del Claustro» y que queda recogido de esta manera: «Este día el Cabildo mandó que el doctor Aresti (canónigo fabriquero), si le pareciere que conviene, por excusar supersticiones, haga quitar el rostro de la figura que está a la entrada del claustro a la mano de la izquierda».
Más reportaje de 'Burgos misteriosa'
Julio César Rico
Julio César Rico
Julio César Rico
Pero, ¿cuáles podrían ser esas supersticiones? ¿Qué oscuras consecuencias podría tener venerar ese rostro? ¿Miedo? ¿Era considerado como un ser mágico? Gárate apunta que «quizá no despertara el gusto ni la sensibilidad de los canónigos. O infundiera miedo y temor».
Hay otras teorías acerca de este tipo de figuras y es la que apuntan profesores de Arte que, recuerda Gárate, atribuyen a estas esculturas características mágicas convirtiéndolas en «ídolos apotropaicos», para espantar el mal y los espíritus, algo que la Iglesia rechaza y de ahí su borrado.
Se puede entender en ese contexto, recuerda Gárate, porque en esa época se acababa de celebrar el Concilio de Trento, entre los años 1545 y 1563, que «era muy rígido y exigente» con este tipo de representaciones.
Sin embargo esas teorías apotropicas arrumbarían otras más sublimes como que ese rostro pudiera ser de un poeta clásico, cualquier canónigo o un laico, como el propio Maestro Enrique, constructor del claustro alto de la catedral. Gárate apunta que muchos maestros «se hacían retratar en sus obras en catedrales y templos de Europa», con lo que no se puede descarta teoría alguna.
El claustro alto, construido en el siglo XIII era la calle mayor de la Catedral. Lugar destinado al paseo y a la oración; espacio público para el entretenimiento, idóneo para procesiones, cementerio de canónigos y obispos… y por lo tanto un lugar muy frecuentado. Lo cierto es que existe escasa documentación acerca de la construcción del claustro, obra del maestro Enrique. Tampoco se conoce, recuerda Gárate, «quien realizó la decoración».
Ejerce un magnetismo especial; su mirada es hipnótica, enigmática y triste; guarda parecido con la Mona Lisa de Leonardo en sus ojos y en los labios semiabiertos que tratan de sonreír sin conseguirlo. Nos traslada a la Florencia de Leonardo; a su escuela lombarda, del norte de Italia; al misterio que nunca desveló Da Vinci.
Es sin duda, una de las pinturas más llamativas de la Catedral de Burgos; es la Magdalena de la capilla de los Condestables. Llama la atención la mirada perdida de la protagonista, el fondo indescifrable y el espectacular cabello que cubre sus senos dejando una vis semierótica que a buen seguro quiso imprimir el autor.
Es un cuadro que no tiene mucho protagonismo en la Catedral porque nadie se lo ha dado. Pero sí es un imán para los ojos cuando el visitante se fija en la protagonista. Sin quererlo, quedan las pupilas fijas en ella. El cristal que protege el lienzo no es suficiente para la que la luz de la mirada de la Magdalena penetre por él e impacte en el rostro expectante de quien la contempla.
Ahí estalla la magia. El autoabrazo de María Magdalena hace que ice sus ojos y parezca como que el alma de la amiga de Jesús salga del cuadro y llene la capilla de los Condestables de hechizos.
Se atribuye su autoría al milanés Giampietrino. Giovanni Pietro Rizzoli, un pintor italiano de la escuela de Lombardía y discípulo de la escuela de Leonardo da Vinci. La Magdalena de Burgos es uno de los muchos cuadros dedicados a esta mujer. Muchos de ellos son de similar tamaño y en todos también, aparece la misma mirada, la misma pose de una mujer semidesnuda tapando sus pechos con cabello y sus manos. Algunos están en museos como el Museo de Portland o en el Hermitage, de San Petersburgo.
Es un claro exponente de la escuela de Leonardo porque guarda en la esencia los secretos de la pintura del artista florentino, genio que divulgó la técnica del 'sfumatto' . El de la Magdalena de Burgos está pintado con esmero y delicadeza, dejando a la imaginación del que lo ve, cualquier fantasía humana.
La obra la adquirió, según reza la leyenda escrita sobre el marco de esta pintura, el condestable enterrado en la capilla, Pedro Fernández de Velasco. Así lo atestigua la inscripción en el marco del cuadro dice: «Esta imagen dio a esta su capilla don Pero Ernández de Velasco, cuarto Condestable de Castilla, de los de su linaje, Duque de Ferias y Conde de Haro, etcétera».
El influjo de la pintura de Giampietrino hizo que el el General de división francés durante en la Guerra de la Independencia Darmagnac, se enamorara de la imagen. Presionó al Cabildo para expoliarla sin éxito.
Publicidad
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Rocío Mendoza, Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Virginia Carrasco
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.