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En la historia de la ciudad de Burgos y de su provincia hay decenas de fenómenos, si no paranormales, al menos que despiertan la curiosidad del investigador. Es el caso de los acontecimientos desencadenados por apariciones extrañas en el cielo. Las detalladísimas descripciones de estas visiones dan pie a pensar que hay algo más allá de la explicación racional.
El acontecimiento más singular tuvo lugar los últimos días de diciembre de 1664. José de Arriaga, cronista de la ciudad en esa época, fue testigo directo de varios avistamientos extraños, desde el 27 de diciembre hasta el 31; pero hubo testigos desde el 20 de diciembre.
Relata que eran las diez de esta noche, «y estaba esta noche junto a una estrella muy lucida, de primera magnitud y era el cuarto día de la luna; y la cola era cenicienta, que tiraba a color cetrina y de plomo, muy empañada la luz, que no era aun tan clara corno la de las estrellas, y mucho menos que la de la luna».
Describe que veía una «copa de sombrero» y una estela «de vara y media, mirando la cola más inclinada al septentrión que a oriente». La descripción podría acercarnos a testimonios actuales que relatan haber avistado objetos troncocónicos o en la forma referida por Arriaga. Impresionante similitud.
Los avistamientos se repiten los días 28, 29, 30 y 31 y era la misma luz en diferentes posiciones en la perpendicular a la constelación de Lebrel. Pero es que ese 31 de diciembre «hubo novedad esta noche, que mucho más abajo del cometa, hacia septentrión, apareció en el cielo dos pedazos cenicientos, a manera de nube de color cenicienta, que formaba como dos hombres tendidos, y que se juntaban sus cabezas hacia el mediodía en forma de triángulo, y los pies y colas, el uno hacia el oriente, que su cola era muy larga al parecer, más de veinte varas y llegaba hasta el lucero que he dicho y la cola del otro liada en septentrión que llegaba casi al cometa».
Los efectos de este cometa, asegura Arriaga, comenzaron a la entrada de la primavera y «en ella murieron de viruela en Burgos más de la mitad de las criaturas. Y al fin del verano y principio del otoño muchas personas ancianas». Sobrecogedor testimonio.
El periodista especializado en fenómenos paranormales Enrique de Vicente, estima que Arriaga «tiene razón» y es muy probable que sea un cometa «por las características del fenómeno y cómo lo relata». De Vicente asegura que en esa época «hubo muchos fenómenos extraños en los cielos» y este tipo de visiones fue «habitual».
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Es más, las consecuencias funestas del paso del cometa «también tienen explicación científica». Las colas de los cometas «son muy interesantes», apunta el periodista colaborador de Cuarto Milenio. La cola del cometa «vuelve después y contiene virus», una verdad aceptada «por quienes reconocen la Panspermia», teoría que dice que la vida existe en todo el Universo y ésta llegó a la Tierra «desde el espacio transportada en cometas».
De Vicente explica que es «normal ver un cometa al año», pero sin embargo hay etapas en la historia «excepcionales» y sin duda los siglos XVII y XVIII «fueron pródigos, dependiendo de las anomalías que se pudieron producir». Y añade que «en la Nube de Oort, una esfera inmensa más allá de la cáscara exterior del sistema solar, se calcula que puede haber un billón de cometas, independientemente de que pudiera haber cometas extrasolares».
Otro de los fenómenos más extraños fue el avistamiento, el viernes 21 de octubre de 1678, de un rarísimo «cometa o exhalación». El modo de describirlo que tuvo José de Arriaga, genera dudas acerca de qué vieron los testigos.
Textualmente asegura que «varios vimos en esta ciudad, a las siete de la noche, poco más o menos, un corneta o exhalación, o vapor ígneo, a manera de tizón muy encendido; al parecer de nuestra vista, de una cuarta de ancho, y media vara o, dos cuartas de largo, que resplandecía más que la luna y casi tanto como el sol, dando casi la misma claridad, y la luna muy ensangrentada. Y duró éste resplandor, más de una hora, hasta que se exhaló, acabando a modo de carrera, hacia el septentrión, como algunas exhalaciones que el verano, que nos parece que corren diferentes sitios, y es consumirse y exhalarse».
García de Quevedo recoge otro testimonio de un relator del siglo XVII, del que se desconoce el nombre, que escribe en el compendio 'Libros burgaleses de memorias y noticias' que el miércoles 15 de setiembre de 1610, «… al amanecer y reír del alba, se vio en el cielo una gran luz, a manera de un sol o cometa, muy grande, con un resplandor y claridad que parecía ser en medio del día, cuando el sol está en medio de su región».
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El informante aseguraba que el objeto salió de la región de poniente, «trayendo su viaje a esta ciudad de Burgos donde se consumió y desapareció en derecho y encima del insigne y dichoso Monasterio del Señor Sant Agustín, donde está aquella más que dichosa y sagrada reliquia del Santo Cristo...»
El testigo explica que la luz corrió «muy gran trecho, donde iba dejando una larga cola, tan llena de fuego y claridad que puso en muy grande admiración y espanto todos los que la vieron».
Una visión de un objeto extraño en el cielo es desconcertante también para los humanos del siglo XXI; tanto más lo debió ser para los hombres y mujeres de siglo XVII. Tanto es así, cuenta el testigo que no podían, quizá presas del miedo, «hablarse unos a otros, sino mirarse como atónitos y espantados».
En sus notas a pie de página Eloy García de Quevedo, trata de dar una explicación lógica asegurando que «indudablemente fue un bólido lo que produjo esta extraña luz que causó tanto asombro».
Una de las huellas más impresionantes de este tipo de objetos estelares lo constituye una tabla pintada que refiere la visión de «un globo de fuego o un cometa», cuyo testigo fue Pascual Vivas durante la batalla de San Esteban de Gormaz siendo portaestandarte de las huestes del Conde Garci Fernández en el año 970. Se custodia en la iglesia de la localidad.
Echamos mano al cronovisor de nuevo y nos remontamos a 1596. Sin determinar la fecha, y tomada del Archivo Municipal, Teófilo Mata refiere la aparición en el cielo de aquello que entendía que era una bola de luz o un cometa, cuya significación explicada por el licenciado Mesa «amenazaba a todas partes con las tres plagas de hambre, guerra y mortandad... de las que Dios nos libre...»
Teófilo Mata publicaba el artículo 'Burgos en la Decadencia General Española de los Siglos XVII y XVIII' en el Boletín de la Comisión Provincial de Monumentos Históricos y Artísticos de Burgos, n. 73 en 1940, que la frecuencia de las epidemias y la impotencia sanitaria para combatirlas predisponía «al arraigo de toda clase de supersticiones y a la ciega creencia de los más pavorosos augurios». Y ese tipo de objetos extraños en el cielo, traía los males.
¿Qué vieron en realidad estos testigos? ¿Por qué le atribuyen a estas visiones catástrofes y siniestros? ¿Hubo contactos con humanoides que luego derivaron en enfermedades desconocidas?
Pero es que incluso los fenómenos naturales tan normales como un eclipse de luna, generaban un pavor «horroroso» como García de Quevedo relata acerca de la experiencia de esa generación del siglo XVII. Ocurría un 29 de octubre de 1678, el día siguiente al avistamiento de una luz cegadora o exhalación, como la definía el relator, el padre Arriaga.
«Vimos con grande horror que entre seis y siete de la tarde en que era luna llena, con poca diferencia de los resoles, en el signo de Tauro, la luna salió en este horizonte con sólo la cuarta parte de luz hacia el Oriente, y las tres restantes hacia el ocaso, muy sanguinolentas, y que esta formalidad duró casi media hora, y después se oscureció el cielo, sin verse ninguna estrella, ni la luna en dos horas, hasta más de las nueve de la noche, que comenzó a dar luz hacia Oriente, conservando la misma forma de sanguinolenta, con que comenzó el eclipse, que se fue aclarando en la luna, hasta las diez de la noche.»
La teoría del Universo Eléctrico propone que hay interacción magnética en todo el universo. De entrada, significa que el paso de un cometa por el sistema solar produce «perturbaciones en los campos electromagnéticos del sol, provocando manchas y tormentas solares y en toda la geoesfera de la tierra y como los humanos somos seres cargados de magnetismo produce perturbaciones en los seres humanos», asevera De Vicente para dar explicación a las posibles consecuencias en las personas.
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