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El Arlanzón es uno de los ríos que mejor ha preservado su ecosistema, incluso cuando discurre por la ciudad. Su vegetación no es impostada y su fauna es autóctona. Sus aguas son limpias; su cadencia es de río aprendiz, pero generoso; su historia, puro misterio. Nace en uno de los centros de poder de la Demanda, entre Pineda de la Sierra y Riocavado, y serpentea de este a oeste por toda la provincia.
El tramo más agreste es el inicial aunque los embalses de Pineda y de Úzquiza le hacen remansar y lo domestican; pero pocos kilómetros más abajo, entre Villasur de Herreros y Arlanzón, el río se vuelve díscolo y se produce un curioso fenómeno: el cauce desaparece. «Se esconde entre las piedras en el paraje de Angostiño», afirma el vecino de Arlanzón Lauren Nieto, que conoce cada palmo del río, «y vuelve a surgir el acercarse a Arlanzón, en unas fuentes bajo el pueblo». Un fenómeno desconocido, pero asombroso y desconcertante.
Lauren Nieto y Luis Santamaría hacen de guías de este reportaje y relato por el terreno. Son vecinos de Arlanzón. Conocen como la palma de su mano el entorno. En el día de la visita, el embalse ha soltado agua y el río baja «fuerte» por el paraje de Angostiño donde se esconde bajo tierra; «no es posible ver como se oculta porque la orilla está muy cerrada de matorrales y han desembalsado agua», lamenta Nieto.
En ese paraje el Arlanzón se oculta definitivamente; aguas arriba «la tierra se va tragando al río y al llegar al Angostiño, que es un pozo, ya se ha filtrado; pasado el paraje sólo se ven algunas pequeñas pozas, pero no ves correr el agua y desaparece, como el Guadiana», reconoce Nieto. Los geólogos llaman a ese tramo del río oculto «tramo ciego». Al resurgir en Arlanzón, el cauce se divide en dos, el río propiamente dicho y el canal de regadío. Ambos discurren paralelos.
El meteorólogo Daniel Angulo explica que todos los ríos «tienen un cauce oculto, bajo tierra, y otro sobre el lecho»; cuando se colmata el tramo oculto «se producen inundaciones y cuando el cauce es escaso, desaparece el río de la superficie y sigue su curso bajo tierra». Sin embargo, el caso del Arlanzón es más misterioso aún porque discurre bajo tierra durante casi todo el periodo anual. A este fenómeno del río lo denomina la ciencia tramo ciego.
Un estudio de la temperatura del río, incluido en la tesis de la doctora en Farmacia Ana Isabel Olives Barba, establece que en el resurgir del cauce «se produce una subida de temperatura» del agua «que se mantiene constante hasta su desembocadura». El tramo anterior, desde Pineda, registra «muy bajas temperaturas que en invierno oscilan entre -4º y 4ºC». Ese mismo estudio concluye que la penetración en la tierra del río le confiere a sus aguas una especial mineralización.
Nieto estima que por debajo del tramo de río que penetra en su pueblo «tiene que haber una balsa enorme de agua, de capacidad como el embalse de Úzquiza» y que recibe agua, además del río oculto, desde los arroyos cercanos de «Galarde o incluso del monte de La Pedraja».
Junto al río, en Angostiño y en toda la margen izquierda, hubo un asentamiento que se conoce como Mezquita. Ocupó una buena parte de lo que hoy es un pastizal y la ladera sur donde se ubicó la abadía de Foncea. Los restos de tumbas alto medievales dan idea de que en la zona hubo población estable de humanos aprovechando las aguas del río.
Junto al camino de Urrez, a escasos metros de la Vía Verde del Ferrocarril minero, se encuentran las ruinas de monasterio de Foncea. Es uno de esos lugares misteriosos, centro de poder de la Tierra donde las fuerza telúricas se dejan sentir. Se respira una paz inmensa entre robles autóctonos, vegetación propia de la zona y el cauce seco del arroyo Froncea, de donde tomó el nombre la abadía.
Se tiene constancia de su existencia desde el siglo X en el reino de Navarra, cuando el Condado de Castilla se expandía. Pasó a ser posesión del Obispado de Burgos en 1068 y a ser castellana desde entonces. Sus Cartularios, hoy en estudio por parte del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, pueden contener las primeras palabras en castellano, antes de los de Valpuesta; la teoría habrá que demostrarla, pero de ser así, el idioma de 500 millones de parlantes, pudo nacer a escasos 20 kilómetros de la capital.
No tanto las ruinas y su recuerdo, como el entorno de Foncea es mágico; bosques de robles recios y centenarios rodean este espacio que cuando llega la noche se llena de rapaces nocturnas y torna el ambiente hacia una temida magia oculta. Foncea se mantuvo como abadía hasta el Concilio de Trento. Posteriormente con las desamortizaciones, cayó en la ruina y en el olvido.
Es impresionante ver cómo, en medio de una casa, en una vivienda actualmente habitada, hay una surgencia, un manantial. En la rotonda de la casa conserva lo que fue el Balneario de Arlanzón. Una enorme fuente de dos metros de diámetro que mana constantemente y tiñe las piedras de rojo.
La leyenda, quizá sin fundamento alguno, de que sus aguas estaban contaminadas y producían horror y muerte, aún sigue presente entre algunos de los vecinos. Lo cierto es que ese agua es saludable y sana, tanto es así que una familia compró el inmueble y disfruta del manantial con total seguridad.
Por aquello de la leyenda, en torno al balneario hay una historia trágica de enfermedad, muerte y desolación. Un fenómeno que estudiaron el doctor en Farmacia natural de Arlanzón Benito del Castillo, el doctor en periodismo Miguel Moreno y el etnógrafo Elías Rubio en un artículo publicado en el Boletín de las Institución Fernán González. Hace referencia a la muerte de 13 religiosas francesas exiliadas y expulsadas de su convento de Voiron, en los Alpes franceses, por el ambiente anticlerical de Francia en el comienzo del siglo XX.
Estas religiosas exiliadas pasaron a vivir en el viejo complejo termal. Pero una concatenación de muertes y de extraños sucesos acabó con el cenobio. En menos de cuarenta días, morían seis religiosas, cuatro de ellas menores de 40 años por «gastroenteritis, una fiebre gripal y cuatro fiebres tifoideas».
En 1906 mueren otras dos, una en abril y otra en noviembre por fallos cardiacos o lesiones en el corazón. Una de ellas de 86 años, pero la segunda mucho más joven. Al año siguiente, una muerte más, otra monja de 74 años a causa de una hemorragia cerebral.
El año 1908 fue el del fallecimiento de otras cuatro consagradas; pero es más, en el pueblo de Arlanzón las muertes se dispararon ese año, un total de 14, a causa de las fiebres y de problemas gastrointestinales.
Episodios de horror y miedo
La sugestión se había instalado en el pueblo. En apenas unos pocos años, aquella comunidad llena de vida había desaparecido. Se instaló en el pueblo una sensación extraña y aunque los facultativos dictaminaron diferentes motivos a cada muerte, el subconsciente colectivo atribuyó los fallecimientos a las aguas de Fuencaliente. La creencia popular apuntaba a una peste derivada del consumo de un agua mortífera.
El balneario
Antes de aquello, los doctores Sixto Antón y Domingo Martín, en 1884 publicaron una memoria en la que detallaban que junto al pueblo «manaba una fuente que en el entorno conocía como Fuencaliente»; los vecinos ya sabían que las aguas eran ferruginosas; y que «los días de invierno duro, las mujeres acudían al manantial a lavar la ropa porque su temperatura, sobre los 17-18 grados», era muy superior al ambiente gélido.
Las aguas quedaron declaradas de Utilidad Pública dos años antes del estudio; el complejo termal estaba constituido por los edificios de la Rotonda, donde estaba el pozo, la Hospedería y el Balneario. Eran aguas ricas en bicarbonato cálcico, nitrogenadas, sanadoras en dolencias de estomago, hígado, aparato urinario y vías respiratorias.
El promotor fue Julián Fournier, empresario y propietario de la Papelera del Arlanzón; se asoció con otros industriales y levantó un inmueble junto al manantial, piscinas y baños termales; completó el complejo con un hotel y dependencias aledañas. Su vida fue efímera y en 1904 dejó de funcionar.
En 1910, Pablo Pradera, el entonces propietario del balneario quiso retomar la actividad asistencial. Ese año la Diputación de Burgos, que tenía competencias en materia de salud mental, lanzó un concurso público para crear un centro asistencial para dementes, un manicomio. A ese concurso sólo se presentó Pradera. Quería ampliar la asistencia de su centro y por eso lo propuso para centro psiquiátrico, pero este proyecto no se llevó a cabo.
Pasado el tiempo el antiguo inmueble tuvo distintos usos, desde cuartel militar en la Guerra Civil pasando por las dependencias administrativas del ferrocarril minero o almacén del carbón de las explotaciones mineras del valle de Juarros.
Aquel viejo complejo termal es hoy una finca residencial adquirida por particulares que tienen allí su vivienda. La vieja leyenda terminará por morir aunque en el subconsciente colectivo quedan trazas de miedo y horror por la muerte de aquellas 13 religiosas francesas.
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Ruth Rodero | Burgos
Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Natalia Sáez Ursúa | Burgos
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