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Es uno de los fenómenos más extraños ocurridos en el suelo de la provincia de Burgos. Pasó hace 213 años, en La Ribera del Duero, en Berlangas de Roa. Los ejércitos de Bonaparte batallaban por esa zona. Un meteorito los sorprendió. Las plácidas tierras y las alturas celestes de esta parte de la provincia se llenaron de polvo. El estruendo fue fabuloso.
El sonido al caer fue similar a una salva de cañón a la que acompañaron otros cuatro grandes ruidos. La tierra estaba caliente por la caída de la cuasi incandescente roca estelar que había socavado casi dos metros de suelo. La historia de La Ribera del Duero guarda con celo este relato, contado de generación en generación. Es la de la extraña piedra que cayó en Berlanguillas.
Las crónicas del lugar apuntan a las 20.30 horas cuando esa piedra estelar cruzó de repente los cielos azules de la Ribera. Era un día 8 del mes de julio de 1811. La población salió en torbellino al campo. Allí encontraron este extraño objeto. Nunca antes en Burgos había caído una piedra similar. La gente, asustada, corrió lo más lejos que pudo de ese objeto, que a saber de dónde había llegado.
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El general francés Dorsenne se encontraba al mando de las tropas que habían parado en este paraje. El propio general se encargó de la reconstrucción del suceso. Recogió varios trozos del meteorito y los llevó a París. Desde hace más de 200 años se encuentran en el Museo Nacional de Historia Natural. Al caer, el objeto se fracturó en varios fragmentos. El más grande llega a pesar un kilogramo y medio aproximadamente.
El Vaticano alberga otro fragmento del aerolito de Berlangas de Roa en su Observatorio Astronómico, en Castelgandolfo. En el estado más pequeño del mundo está la mayor de las colecciones de piedras estelares y es el lugar donde más se estudia la dinámica celeste.
La revista Meteorito recuerda que el museo de Historia Natural de París era una institución puntera en la época, y qué mejor sitio para estudiar aquel cuerpo y tener un conocimiento de lo que había sucedido aquel día.
Era una época en la que recientemente se estrenaba la meteorítica. En 1803, después de no pocas controversias, el célebre naturalista francés Jean Baptiste Biot declaró que los postulados de su predecesor, Erns Friederich Cladny, sobre la caída de rocas del cielo, eran correctos. Los meteoritos estaban entrando en las academias de ciencias del mundo.
Fue un fragmento de un asteroide que llegó a la Tierra, impactó contra el suelo y se pudo recuperar. Según la web del Servicio de Información y Noticias Científicas, el meteorito que cayó en Berlangas de Roa es una condrita del tipo L6, baja en hierro y de pequeño tamaño, por lo que su impacto no generó grandes cráteres. «Las condritas son importantes porque tienen cóndrulos, esferas que se crearon al principio del sistema solar», explica Matthieu Gounelle, investigador del Museo Nacional de Historia Natural de París. Estos ejemplares son los meteoritos más primitivos e indiferenciados, lo que aumenta el interés desde el punto de vista científico.
Al atravesar la atmósfera terrestre, estos fragmentos de asteroide dejan casi siempre una ráfaga luminosa y producen un gran ruido. A veces estallan en el aire, produciendo una detonación y dividiéndose en numerosos fragmentos o piedras meteóricas. Los aerolitos de mayor tamaño se llaman también bólidos.
Este año estamos de suerte. Hasta el 25 de noviembre, la Tierra atraerá al meteorito PT5-2024, que será atrapado por la gravedad del planeta y se convertirá en una pequeña luna temporal, ya que mide alrededor de diez metros y viaja a 3.500 kilómetros por hora. PT5-2024 no completará una órbita alrededor de la Tierra, sino que su trayectoria será en forma de herradura, para luego continuar su recorrido por el Sistema Solar, explicó Julieta Fierro Gossman, investigadora del Instituto de Astronomía de la UNAM.
Desde hace años, la humanidad se ha preocupado por los asteroides o núcleos de cometas que podrían impactar la Tierra y provocar una catástrofe, como ocurrió hace aproximadamente 65 millones de años en Chicxulub, lo que causó la extinción de los dinosaurios, recordó Fierro.
La revista cultural y costumbrista Estampa se interesó hace un siglo por este fenómeno. Sus páginas nos llevan a contar los aerolitos que cayeron en poco más de los cien últimos años. Decía en uno de sus reportajes que «la caída de los aerolitos es más frecuente de lo que ordinariamente se cree. En la Península, y desde el año 1811 hasta 1923 habían caído 42 aerolitos, de ellos 41, en España y uno en Portugal, según estudios muy interesantes publicados por los doctores Gredilla y Faura y Sans. En el año 1883 cayeron tres; en el de 1885, otros tres; en 1892 cayeron dos; en 1894, otros dos; en 1902 cayeron cuatro; y en 1922, tres».
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