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Enterramiento en el cementerio de Fernán González. Archivo Municipal
Burgos Misteriosa

La cultura de la muerte en Burgos, un recorrido por sus tres cementerios

La ciudad de Burgos ha tenido tres necrópolis. El viejo cementerio de San Agustín, ordenado construir por la dominación francesa a principios del siglo XIX, el ubicado en Fernán González y el de la Obispa, actual camposanto de San José

Sábado, 2 de noviembre 2024, 09:50

El misterio de la muerte es el más importante en la vida de cualquier persona. La única certeza de la vida es que a lo largo de los años caminamos hacia la muerte. Por eso todas las culturas, todas las generaciones, han rendido culto a ese trance. Las religiones han vaticinado, de una u otra manera, que la con la muerte no acaba la vida. El sentido de trascendencia nos lleva a otro lugar mejor.

Mientras unas religiones prometen la vida eterna del alma al final de vida carnal, otras hablan de continuas regeneraciones en otros cuerpos hasta purificarse y llegar a un paraíso en el que solo hay paz.

El recuerdo a los muertos, los cultos a los fallecidos y los recuerdos anclados en las almas de quienes se quedan revestidos de carne y hueso, son motivo suficiente para llenar de flores y presentes los cementerios. En la cultura europea se enterraba a los muertos en los alrededores de las iglesias. Si el fallecido fue mecenas de algún templo o de alguna congregación, se hacía enterrar en el interior de la iglesia.

Nuestros templos y catedrales son auténticos mausoleos, cementerios de almas y piedras que. Ensalzan determinadas figuras, reyes, nobles, adinerados y próceres que beneficiaron a ese lugar con dinero o donaciones. Los pobres se enterraban en el exterior, lejos de aquellos que manejaban bienes para que, en una supuesta resurrección de la carne, no se juntaran con los menesterosos.

Aquella costumbre de enterrar en la ciudad, desaparece con la llegada de las tropas francesas a Burgos. Aludieron a condiciones de salubridad e higiene. Aquel Burgos del siglo XIX había perdido todo el esplendor medieval. Era una ciudad pequeña y pobre. Fue el general Thiebault quien sacó los enterramientos que, en ocasiones, provocaban pestes y enfermedades.

El primer rechazo

El primer rechazo llego de la Iglesia. Las costumbres de enterrar a sus muertos en suelo sagrado estaban muy arraigadas. Ya desde un siglo antes, una peste que se originó en León y Asturias, obligó a Carlos III a rechazar estos enterramientos y hacerlos en lugares alejados de las poblaciones.

La Iglesia entendió mal el mensaje del monarca y se opuso frontalmente. Uno de los primeros prelados en desobedecer esta orden real fue el arzobispo de Burgos que por aquél entonces era Rodríguez de Arellano. Hasta que no llegó Thiebault en 1807 no se sacó de la urbe la muerte. Y fue casi por una razón de espacio. Los muertos por enfermedades incurables entonces y la guerra había elevado el número de muertos.

Prohibido enterrar en las iglesias

José I, Pepe Botella, promulgó un decreto de prohibición de enterrar en las iglesias. Y Thiebault, ordenó construir el primer cementerio extramuros de Burgos. El general hará un especial hincapié en el estado de los conventos abandonados, «llenos de inmundicias y animales muertos».

El decreto de Thiebault de 24 de febrero de 1809 recogía que «no se hará en adelante sepultura alguna en las iglesias de Burgos; la huerta que está frente a San Agustín, se destinará para sepultar todos los cadáveres de este pueblo. Al Aazobispo se le exhortará a bendecirla. Las sepulturas se harán en dicho sitio desde mañana.

El comandante de las Armas, el corregidor y los curas son responsables del cumplimiento de este decreto. Los cadáveres enterrados recientemente, y cuyo aire es fétido, serán purificados por los medios que el arte indica y sobre todo por el de la cal viva. Se harán visitas para asegurarse de la ejecución del último artículo, del cual son responsables los curas. Y de esta orden se remitirá copia mañana al arzobispo, al comandante de Armas, al corregidor, al intendente y al Gobierno».

Una huerta al lado de un monasterio

Para ello se eligió una huerta junto al Monasterio de San Agustín. De esta manera se evitaba que los malos olores y las enfermedades llegaran a la ciudad. El viejo monasterio estaba abandonado. A esta propuesta se volvió a oponer el clero de la ciudad acusando al Gobierno francés de ausencia de sacralidad. El destino quiso que los primeros enterramientos en este lugar fuera de miembros del Cabildo.

Aquella ubicación duro apenas tres años, los que estuvieron los franceses. El cementerio quedó sin uso. Se decidió entonces amurallar una parcela al final de la calle Fernán González, junto al Arco de San Martín, en un «solar de las derruidas iglesias de Vieja

Rúa y San Martín, con sus jardines y territorio adyacente que media entre estos dos arruinados edificios», como el 23 de julio de 1813 dictó Ayuntamiento por el consejo de médicos de la ciudad encabezados por Cipriano López.

Seminario Mayor de San Jerónimo

El Ayuntamiento acuerda que sea en «un término de solares de casas situado abajo de la iglesia demolida de San Román, el cual sitio está contiguo, por el Oriente, al Arco de Fermín González, por el Norte con la misma iglesia de San Román y falda de la cuesta del Castillo, y por el Mediodía con lo que fue calle pública».

Este camposanto estaba en la zona donde medio siglo después de su construcción, se ubicará el Seminario Mayor de San Jerónimo, hoy Hotel Abba y Universidad Isabel I. Será en 1907, cuando se abrió el Cementerio de la Obispa que ha cumplido ya 117 años, ahora con el nombre de San José.

Hasta ese momento, se siguió enterrando en la iglesia y en cementerios anejos, en San Lesmes, San Gil y San Nicolás, y también en el del Hospital de San Julián y San Quirce (Barrantes).

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