Se creían verdaderos hombres (o mujeres) lobo. Y causaban mucho miedo entre sus vecinos. A quienes se envenenaban con el cornezuelo de centeno se les consideraba endemoniados; muchos de ellos, como atestiguan leyendas de la Europa más profunda, se transformaban en hombres lobo. En licántropos. ... El hongo del cornezuelo tenía la culpa. Una creencia y una enfermedad que abarca una decena de siglos. En la Edad Media se curaban en Burgos; en San Antón.
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El cornezuelo es un hongo que nace en centeno en desarrollo. Los agricultores conocían su existencia y en cuanto veían un espigón negruzco, lo arrancaban de cuajo evitando que así se mezclara con el grano limpio. Sin embargo, en muchas ocasiones, el cornezuelo acababa en el mismo saco; se machacaba con la harina y de ahí al pan.
El cornezuelo del centeno provoca ergotismo, una enfermedad que produce delirios y episodios psicóticos, alucinaciones, convulsiones muy fuertes, gangrena y la muerte. En esos episodios se enmarca la licantropía. Al ergotismo se le llamaba la fiebre de San Antonio o fuego de San Antonio. Afectaba a poblaciones enteras y las causas y efectos se atribuían al mismo Satanás.
Mientras unos eran devorados por el ardor interior, para otros, ese fuego era alimento para las alucinaciones y las convulsiones. Muchos se creían convertidos en hombres y mujeres lobo por sus comportamientos: se retorcían, aullaban y su piel se tiznaba con una capa negruzca que asemejaba el pelo del lobo.
La licantropía es un fenómeno extraño y está enmarcado en la literatura psiquiátrica. La doctora Eva Antón Fernández, en su tesis 'Cambio de roles de género en el cambio de siglo; un análisis comparativo de las narrativas francesa y española' explica que «algunas personas pueden convertirse por sí mismas o por causas ajenas en lobo, tanto en forma como en comportamiento». Recuerda que «en la leyenda», los hombres lobo son seres monstruosos «que suelen transformarse por influjo de la luna llena y vagan por la noche, a menudo devorando todo lo que encuentran en su camino, incluidos seres humanos».
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Julio César Rico
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Sin embargo, concluye Antón, «la licantropía, no es más que una variante de la zoantropía, definida en psiquiatría como un tipo de manía alucinatoria en la que el enfermo imagina que se ha transformado en un animal. En el caso del lobo, el afectado puede incluso imitar sus aullidos».
La de la doctora Antón Fernández es la explicación científica. Pero en aquella época, algunas enfermedades eran atribuidas a Satanás; el diablo los poseía y eran devorados en vida por el 'fuego sagrado; sus dolores eran extremos y su piel se ennegrecía; la gangrena se comía sus miembros. El miedo quedaba instalado en las poblaciones porque los vecinos, atemorizados, huían al ver a estos seres que consideraban del inframundo.
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En ese ecosistema medieval en el que la religión era pura magia; todos los males se le atribuyen a Satanás y el esoterismo de las rutas de las romerías eran el santo remedio a todo, por ello el único tratamiento consistía en la peregrinación a Compostela.
El franciscano Ignacio Omaechevarria, escribió en el siglo pasado varios artículos de sobre 'La Cruz de San Antón' en la ruta jacobea. Uno de ellos para el Boletín de la Institución Fernán González. En el texto, Omaechevarría recoge palabras de B. A. de Cevallos, quien describe el ergotismo. Así lo describe:
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«[El fuego de San Antón es] un nuevo y nunca experimentado contagio, que llaman 'fuego sacro', que comúnmente, por ser el santo el único remedio y salud de esta epidemia, la intitulan de San Antón; la cual enfermedad es más dañosa que la peste, porque abrasa y consume interiormente los miembros y huesos de los cuerpos humanos; y así no tienen número los que miserablemente morían, y los que no perdían la vida, vivían plagados de llagas, calenturas y otros achaques muy asquerosos y peligrosos; porque, según escribe Hugo Fraseto, parecía que el Todopoderoso había dado licencia a los enemigos del linaje humano para que hiriesen con esta plaga a muchos de todas edades, hombres, mujeres y niños, de tal género que, en tocándoles el fuego sacro, al punto se abrasaban los cuerpos con intolerables dolores».
En Francia la enfermedad ha existido hasta hace pocos años y están documentados casos extremos en los que pueblos enteros sufrían de inexplicables alucinaciones, gangrenas y muerte. La última, en 1951 en Pont Saint-Esprit.
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Adrián Picón Ibáñez, en su trabajo fin de grado en Lengua y Literatura, titulado 'Literatura, Creatividad y Drogas en el siglo XXI explica que de la ergotamina deriva el ácido lisérgico (precursor del LSD, sintetizado por Albert Hofmann en 1943). «Los efectos del envenenamiento pueden traducirse en alucinaciones, convulsiones y contracción arterial, que puede conducir a la necrosis de los tejidos y la aparición de gangrena en las extremidades principalmente».
Picón explica las razones científicas que avalan que la peregrinación a Compostela alivia este mal. Pero «no por intervención divina o del santo, sino precisamente por el cambio de dieta de los aquejados de este mal, peregrinos provenientes del norte y centro de Europa. En dichos lugares de procedencia, el pan se elaboraba con cereales más fácilmente contaminables por las condiciones de humedad, entre otros factores y, a lo largo del camino, sobre todo en España, los peregrinos recibían cuidados de monjes que les otorgaban pan hecho con trigo, más resistente al cornezuelo».
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San Antón es un templo mágico, esotérico; lugar sagrado y maldito al mismo tiempo; está cargado de simbolismo y ejerce una extraña atracción hacia el peregrino o el simple visitante. Es un centro de poder de la tierra; un espacio telúrico, rodeado de Historia y de historias. Allí se instaló la primera casa de la orden antoniana. Y fue lugar de referencia europea para curar el 'fuego de san Antón', causado por el cornezuelo.
Los monjes recibían ejércitos de enfermos y no les temblaba la mano a la hora de amputar piernas y brazos a quienes tenían la enfermedad. Las crónicas más macabras dicen que los propios religiosos colgaban de las puertas del precario hospital los miembros amputados para avisar de que el peregrino entraba en lugar sagrado.
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San Antón era un egipcio anacoreta, de la Tebaida, al que se le atribuye la extensión de la vida eremita. Y como ermitaños que eran, la orden de Antoniana conocía los secretos de las plantas curativas; de la medicina natural. Muchas de las sanaciones que se consideraban milagros los santos, son atribuibles al poder sanador de las propias personas y de las plantas.
La provincia de Burgos nos deja topónimos llamativos en su amplia geografía. Unos son curiosos; otros son extraños, intrigantes, misteriosos. San Miguel de Cornezuelo es uno de ellos.
Hace unos años, publiqué en este periódico un reportaje sobre este pueblo del Valle de Manzanedo. En aquellas líneas recordaba que nadie ha sabido explicar por qué se le denomina así. Hoy vamos a profundizar un poco más en su historia y a saber qué hay detrás del topónimo de la localidad
El sacerdote Emiliano Nebreda, en su libro 'Amo a mi pueblo', explica que a pesar de tener elementos mucho más antiguos, en San Miguel de Cornezuelo «no encontramos su nombre escrito hasta el año 1352», pese a que en el Libro de las Behetrías «ya gozaba de la protección del rey, según afirmaron sus pobladores en las respuestas generales del Catastro del Marqués de la Ensenada en 1752».
Pero la sorpresa es aún mayor porque «tampoco aparece, sin embargo, su nombre en el Diccionario geográfico de Pascual Madoz», relata Nebreda. La etimología, el origen de este pueblo ha sido poco estudiado. Parece claro que San Miguel proviene del patrón que da nombre a su iglesia, el arcángel San Miguel a quien está dedicada su iglesia parroquial. Pero lo más curioso es su apellido. ¿Por qué Cornezuelo?
¿Podría llegarle el nombre del hongo? La respuesta no es fácil. Aparentemente es una identificación inútil y errónea. Pero tampoco hay nadie que no pueda llegar a aceptar que quizá sea así.
De algunos estudios se desprende que Cornezuelo puede ser la degeneración de 'cornejuelo', como nombre un tanto despectivo del castro de Cornejo, en la parte más alta del Valle de Manzanedo, entre Cidad de Ebro y San Miguel, en el Valle de Manzanedo.
Este pequeño pueblo cuenta con una ide las mejores y más puras iglesias románicas del norte de España, dedicada a San Miguel. El arcángel aparece en la portada del templo, en un rudo relieve, batallando contra un monstruo; bajo ellos el Árbol de Jesé, una representación de la estirpe y los antepasados de Jesús.
Un manantial que nace bajo el templo y brota desde los mismos pies de la iglesia. Las estelas funerarias de su exterior y una extraña sirena de dos colas, le confieren la magia y el misterio que desde lejos rezuma el templo.
Completa la estampa su caserío que guarda el sabor añejo de la cercana Cantabria; sus casas solariegas son la huella de un pasado de indianos y gente de ultramar que regresó a su tierra en el siglo XVIII tras hacer riqueza en las américas.
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