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Villa de Oña. JCR
Burgos Misteriosa

El horrendo panorama de muerte en las aldeas de Burgos cercanas a Oña

La gripe de 1918 segó la vida de muchos habitantes de los pueblos cercanos a Oña. La falta de higiene, de medicamentos, las cuasi inexistentes comunicaciones por los caminos y la incultura de las gentes incrementaron las muertes

Sábado, 12 de abril 2025, 09:28

El azote más importante de la gripe de 1918 se sintió en los pequeños pueblos. En muchos, la guadaña de la muerte segó a la mitad de la población. Uno de los casos más impresionantes ocurrió en unos pequeños pueblos de la provincia de Burgos. En ellos se instaló el horror y la muerte.

En la Aldea del Portillo falleció el 36% de su población; 50 habitantes, 18 muertos. En la Molina del Portillo, el 19%; 80 habitantes y 15 defunciones. En Zangandez, el 11%, de 90 habitantes murieron 10. En Poza de la Sal, de 1.300 habitantes hubo 50 defunciones; en Oña, con 900 habitantes, murieron 10 y, en Valluércanes, de 490 vecinos, perecieron 50.

Todos ellos murieron en un corto espacio de tiempo. La mayor parte en la segunda de las tres oleadas que azotaron España y el mundo entero en la primera gran pandemia que se sufrió entre febrero de 1918 y junio de 1919. La enfermedad fue etiquetada con el nombre de 'gripe española'. El origen de esta denominación está en la ausencia de censura mediática en España, país no contendiente en la Primera Guerra Mundial, lo que propició la libre circulación de noticias sobre la pandemia, que dieron lugar al equívoco.

La ineficacia de los recursos médicos de la época

Esta pandemia puso en evidencia la escasa efectividad de los recursos médicos de la época, pese al apogeo de las nuevas especialidades nacidas en la era bacteriológica. La revista España Médica era el medio que tenía la profesión para conocer la evolución de la enfermedad. Este medio de comunicación fue uno de los vehículos de transmisión de noticias más relevante en España. Lo dirigió el pediatra José Ignacio Eleizegui.

En esta revista se relata el escalofriante panorama que el médico militar Julio Camino se encontró en aquellos pueblitos de Burgos dejados de la mano de Dios y de las autoridades.

Relata que, apenas llegó a Burgos, por orden del ministro de la Guerra, el gobernador civil de la provincia solicitó sus servicios facultativos para que acudiese con urgencia a Barcina de los Montes donde, según noticias, «la epidemia estaba dejando despoblados aquellos contornos», por no existir en ellos ni facultativo ni medicamento de ninguna clase.

Olvido e indefensión

Al llegar a este pueblo, Camino se llevó una de las impresiones más fuertes de su vida. Barcina de los Montes y los pueblos de Penches, Aldea del Portillo y Molina del Portillo o Zangandez eran aldeas al borde de la muerte. Más aún, la dificultad en llegar a estos pueblos «por caminos inabordables y labrados, con solo un imponente desfiladero hecho a fuerza de patear animales y personas». Era una forma de explicar el «olvido e indefensión en que se hallan estas pobres gentes y a quienes sus diputados (según confesión de las mismas) hace ya más de treinta años vienen ofreciéndoles la construcción de una carretera que nunca llega», denunciaba el médico.

Si los caminos eran una tortura, la presencia física de los pueblos lo era más. Habla el doctor de edificaciones y urbanizaciones de «las más rudimentarias y primitivas». La descripción es dantesca: «las casas son verdaderas chozas donde viven en fraternal amalgama y banquete, animales y personas», dice.

Sus calles son «verdaderos lodazales de basura». Y desde el punto de vista cultural «el número de analfabetos alcanza una cifra aterradora». Abunda en que por toda asistencia facultativa no cuentan más que con un ministrante, como ellos dicen. Una figura asimilable a un practicante o un enfermero.

El parecido con las Urdes de Buñuel

Una descripción que no escapa a aquellas imágenes de Luis Buñuel cuando retrató los dantescos iconos de la miseria de las Urdes. Bien pudo ese paisaje burgalés entre la Bureba y Las Merindades parecerse a esa comarca a los relatos de Unamuno o los fotogramas de Buñuel.

En estas condiciones, la epidemia reinante causó por estos contornos verdaderos estragos y desoladoras escenas de dolor. Especial dolor causaba en toda la comarca «con 400 y 500 atacados diariamente».

Cuando el doctor Julio Camino llegó al pueblo de Barcina de los Montes, hoy una pedanía de Oña, se encontró que de 180 habitantes que lo habitaban, «habían sido por la gripe 175, de los que ya habían fallecido, en el espacio de tres días 18», entre ellos, el primero que murió, fue el ministrante. Esta defunción fue la que acabó de alarmar a todos los vecinos que, presas del pánico más espantoso, se encerraron en sus casas a piedra y lodo, negándose en absoluto a prestarse mutuo auxilio, lo que sin duda contribuyó a aumentar el número de defunciones.

Ya existían los bulos peligrosos

Otra de las causas que explican la cadena de enfermedad y muerte fue, como relata el facultativo, «que alguien corrió por él la voz de que únicamente bebiendo mucho ron o coñac podrían curarse». Y algunos lo tomaron como doctrina o dogma y hubo enfermos que «en un sólo día se bebieron hasta dos botellas de coñac, muriendo abrasados por la fiebre y el alcohol».

Según relata, por «ignorancia y falta de dirección facultativa» murieron también otros atacados que, a los tres días de su enfermedad, en cuanto se sintieron un poco aliviados, se marcharon al campo en una estación muy fría, lluviosa y ventosa, a cuidar sus labranzas y ganados. Ante «estas imprudencias, la recaída en todos ellos fue segura y mortal de necesidad». Otras personas murieron «por glotonería», al propinarse grandes cantidades de carne, hallándose aún bajo la influencia de la fiebre.

Cuando Camino llegó había aun «noventa atacados de los cuales ocho o diez se encontraban en estado grave». Las dificultades para adquirir medicamentos en estos pueblos aislados fueron grandes, y gracias a algunos que él mismo llevaba para su uso particular y a la buena voluntad del farmacéutico de Oña, les proporcionó la farmacopea indicada en cada caso.

Los héroes

Julio Camino relata que en medio de esta «gran hecatombe» hubo héroes que se enfrentaron, casi a calzón quitado, a la enfermedad y, lo que es peor, al contagio y a una muerte probable. Habla del cura de Barcina de los Montes, Manuel Díez Corrales, «ayudado por un vecino llamado Casiano, enterraron casi todos los muertos de este pueblo, algunos de los cuales permanecieron insepultos hasta dos días en sus casas».

Recuerda Camino que, para cumplir con las inhumaciones, el sacerdote tuvo que «levantarse del lecho, encontrándose aun gravemente enfermo de la epidemia». Y recuerda en Valluércanes al también clérigo Vicente Montoya. En Barcina, la mujer del practicante «cavó sola la fosa del cadáver de su marido, después de haberle tenido dos días insepulto en su casa, y no encontrando quien la ayudara», lo llevó al cementerio en un carrito.

En Poza de la Sal murió el médico Fabio del Moral, «por asistir a los atacados más graves, encontrándose él en peor estado que ellos». La revista da cuenta de que hubo otros médicos burgaleses que fallecieron por la epidemia como Julio del Moral Ruiz, de Poza de la Sal y médico titular de Valluércanes; y Fidel Flores Alameda, médico de Burgos, fallecido en Corcos del Valle (Valladolid) adonde había ido voluntariamente para asistir a los epidemiados.

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