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Los secretos de la Catedral de Burgos son tantos que sería imposible recogerlos en este texto. Todo el suelo de la seo, sus paredes, sus bóvedas y sus vanos son sagrados. La precisión extrema con que sus arquitectos la tratan a lo largo de los siglos se acerca a medida divina, a la del Dios Padre (y madre) a quien se adora.
Un estudio publicado en el Boletín de la Institución Fernán González, Real Academia Burgese, titulado 'Reconstrucción del pasado en la Catedral de Burgos con herramientas de software: diseño solar y alineaciones astronómicas en la capilla de la Concepción en el siglo XV' y firmado por Ezequiel Usón, José Antonio Gárate, Víctor Jørgensen y Eva Espuny nos revela que, en la Catedral, hasta el siglo XVIII se dio el fenómeno de la luz equinoccial que, a partir de entonces, nunca más se vio.
En esto tuvo un protagonismo especial un arquitecto, Juan de Colonia, que trazó la base de una capilla de la Catedral en la que diseñó este particular fenómeno para engrandecer la manifestación de su retablo.
Los autores subrayan la importancia en la fase tardogótica de la construcción de la Catedral de Burgos de Juan de Colonia. Este maestro alemán «revolucionó el panorama arquitectónico burgalés de mediados del siglo XV». En la Catedral hizo las agujas de las torres y un espectacular cimborrio que se hundió en 1539 y que dio origen al actual renacentista. También se le atribuye la capilla de la Visitación, el antepecho del triforio y el diseño y comienzo de la capilla de la Concepción.
Destacan en su estudio la importancia que tuvo para los Colonia «la fenomenología de la luz». Su taller ha regalado las hierofanías más bellas, con seguridad, del orbe cristiano: San Juan de Ortega, la Cartuja de Miraflores y San Nicolás. Todas ellas tienen su particular 'milagro de la luz' que se produce en estas fechas actuales de la entrada de la primavera y en las opuestas del otoño, coincidiendo con los equinoccios.
Unos milagros previstos, intencionados, para destacar la importancia de la llegada del mesías y del nuevo orden basado en el amor de Jesús de Nazaret. Aún por revelar el secreto cósmico prometido.
La capilla de la Concepción, o de Santa Ana, cuenta con un extraordinario retablo, uno de los más bellos y significativos de la Catedral. Fue obra de Gil de Siloé en su parte escultórica y de Diego de la Cruz, que hizo la policromía, entre 1483 y 1486. En ese retablo está el Árbol de Jesé, o árbol genealógico de Jesús, y el abrazo de Joaquín y Ana.
Con toda la intención, Colonia hizo abrir un óculo, perfectamente calculado para que un rayo de sol de la tarde del equinoccio recorriera el retablo para ensalzar a María Inmaculada. Hoy está cegado.
Los autores explican que cuando dicho óculo «no se encontraba cegado», en los equinoccios, un haz de luz entraba en la capilla para recorrer el retablo mayor de manera diagonal, «de izquierda a derecha y de abajo a arriba, iluminando durante unos instantes el tema principal del mismo, el abrazo de san Joaquín y santa Ana, los padres de la Virgen María, ante la Puerta Dorada de Jerusalén». Recalcan que «no existen pruebas documentales que lo confirmen», pero este estudio da la clave del milagro oculto.
La construcción de la capilla de Santa Tecla en el siglo XVIII tapó ese óculo y se ha diluido la magia de la luz. Pero no todo está perdido.
Hoy es imposible ver el fenómeno. Pero los autores de este estudio han hecho posible mediante una técnica digital en 3D la simulación del efecto lumínico a partir del escaneo digital. Han utilizado una metodología propia que se basa en el empleo de herramientas de software de simulación solar.
El abrazo ante la Puerta Dorada de San Joaquín y Santa Ana es una representación poco habitual en la iconografía católica. Se trata de un pasaje anterior a la vida de Jesús; no aparece en los evangelios canónicos, sino en los apócrifos, los que la Iglesia no admite por entender que «no son revelados por Dios».
Es una referencia inequívoca a María como Virgen inmaculada, es decir, sin pecado original en su concepción. Y, más allá de nacer sin mancha, la única mujer que no cometió pecado alguno en su vida.
En el retablo se representa también la estirpe de Jesús de Nazaret, su árbol geanológico, el Árbol de Jesé, una representación de la genealogía humana y divina del Mesías basada en una profecía del profeta Isaías: «Y surgirá una vara de la raíz de Jesé y una flor ascenderá de su raíz».
Jesé, padre del rey David, está tumbado y de él nace un tronco que se divide en dos ramas con los reyes que confluyen en la Virgen María con el Niño Jesús. A cada lado están las figuras que representan la nueva Iglesia y la Sinagoga judía. En una hornacina, el encuentro de San Joaquín y Santa Ana, que recuerda su abrazo ante la Puerta Dorada de Jerusalén.
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