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Mausoleo del Cura Merino en Lerma. BC
Burgos Misteriosa

La enigmática toma de Silos y sus tesoros maquinada por el Cura Merino

Astuto, hábil con las armas, sobre todo, defensor de su comarca por las afrentas francesas, Jerónimo Merino evitó que los gabachos expoliaran el convento cisterciense en 1809

Sábado, 5 de abril 2025, 09:17

Hay personajes en la historia de España que han perdido su batalla con el olvido del pueblo y a los que pocos libros de texto de escolares y bachilleres hacen referencia, y si la hacen es velada y de corrido. Uno de esos personajes es el Cura Merino. Jerónimo Merino Cob nació en Villoviado, actualmente pedanía de Lerma, un 30 de septiembre de 1769. Fue sacerdote que ejerció en la zona de Arlanza a principios del siglo XIX, justo cuando la invasión francesa hizo estragos en su comarca. El Cura Merino no ha tenido ni buena historia ni mejor prensa.

El 16 de enero de 1808, una compañía de cazadores franceses acampaba en el pueblecito de Villoviado. Los soldados franceses, como era su costumbre, requisaron acémilas y comida y sometieron al pueblo. Autores como Marañón afirman que a Merino «le arrancaron del altar cuando celebraba misa y le humillaron». El cura de Villoviado se encaró con ellos y juró venganza.

Merino defendió con ahínco las tierras del Arlanza y protagonizó un curioso saqueo del Monasterio cisterciense de Silos. Es quizá el episodio menos conocido de la vida de Merino. Acordado por dos de los monjes -sin conocimiento del resto- y por el Cura de Villoviado, para evitar el saqueo francés, las tropas burgalesas se adelantaron y expoliaron el convento.

Cuentan las crónicas que «mientras estuvo la Comunidad en Tercio y Misa, la papelera de la Cámara en dos tercios, el escritorio de la misma Cámara, el salamanquero y otros muebles de peso y todo se rellenó de libros grandes, algún velón y palanganas de peltre y hasta la gualdrapa vieja de la mula se metió allí. Se lio todo con ruedos, y eran tan pesados los tercios que no podían con ellos tres o cuatro hombres.

A estos bienes se sumaron las joyas y ricos objetos litúrgicos. Cuando estaban en el convento «vino toda la tropa el día siguiente 8 de septiembre. Cercó el Monasterio, ocupó sus puertas e hizo aquello que era regular al intento. Las alhajas que estaban ocultas se llevaron públicamente al cuarto de estudio de la Cámara».

Fue tal consternación de todos, que no solamente los vecinos de la villa, sino también los monjes, que ignoraban las razones de lo ocurrido, que prorrumpieron en clamores. Ya en el monte, Merino hizo regresar los carros. Este saqueo aparente salvó las alhajas y demás efectos del Monasterio.

Las Memorias

Las 'Memorias Silenses', escritas por los abades Baltasar Díaz y por Domingo de Silos Moreno explican por qué los generales franceses y el Cura Merino tuvieron un gran empeño en dominar las sierras de Silos. En primer lugar, necesitaban estar protegidos de los ataques franceses al este del eje que hoy es la A-1; y por otro lado, la importancia que tenía la villa por su farmacia y por sus prioratos, el de Quintana del Pidio y el de la Venta del fraile, en Guímara.

Estos predios suministraban «buenas cantidades de trigo, cebada y buen vino al Monasterio de Silos», como afirman los autores de las Memorias. En estos lugares, tanto los franceses como el Cura Merino se aprovisionaron refugiaron hasta la caída del reinado de José Bonaparte.

Desde los primeros días de 1809 fueron llegando a Silos heridos de los dos bandos combatientes. Se les curaba indistintamente en la farmacia y pasaban su convalecencia en el Monasterio. Un día de abril llamó a las puertas de la Abadía Jerónimo Merino, con un pelotón de guerrilleros famélicos y mal equipados. El de Villoviado se convirtió en un ideal de lucha.

A todo esto, un decreto de José Bonaparte de 18 de agosto de 1809 suprimió todas las órdenes regulares en España y en Silos se pensó al momento poner todos los medios posibles para librar de las garras de los franceses sus efectos; alhajas de Iglesia.

Los restos del santo

Antes, en 1808 se sacó la urna con los restos de Santo Domingo de Silos que fue llevada en septiembre de ese año a Moncalvillo de la Sierra, así como también libros y joyas. En ese momento se tapió la residencia sacerdotal para evitar robos y profanaciones. Los restos de Santo Domingo regresaron a la villa silense en julio de 1813. Ello fue un empeño de Merino que había solicitado dinero y tiempo para, una vez liberada España del «yugo francés» volvieran los huesos del santo al lugar de donde nunca debieron salir.

La astucia de Merino se verificaba en el fragor de la batalla y son numerosos los triunfos de las huestes del de Villoviado en suelo silense. Preparando emboscadas y haciendo creer a los franceses que sus tropas eran más numerosas que las galas, obligaron a la retirada a un escuadrón que había recaudado varios carros de grano en los pueblos cercanos.

Otros bienes no los pudieron recuperar porque en Peñacoba o en Hortezuelos, los franceses profanaron el templo para llevarse multitud de ornamentos litúrgicos, copones, algún cáliz, vinajeras y varias ropas

Paso por el carlismo

Merino empezó su lucha como soldado en la noche de Reyes de 1809 cuando asaltó un correo francés en Fontioso. Sus jornadas más gloriosas las vivió en Hontoria de Valdearados y cerca de Briviesca. En Hontoria vengaron una ejecución de 20 militares de Burgos y Segovia en Soria y Aranda ciudades en cuyas plazas quedaron expuestos los cadáveres en la horca para escarnio popular.

El Cura Merino se convertía en juez y mesías de Castilla. En su gobernanza militar llegó a mandar al patíbulo o directamente a ser degollados a más de un centenar de prisioneros de los 600 que hizo en el campo de batalla. Dicen las crónicas que ganó 58 batallas, algunas épicas como la toma de Roa de Duero, el rescate de Burgos y Vitoria, la batalla de la riojana localidad de Ezcaray, la palentina de Quintana de Puente, o la burgalesa de Quintanapalla.

Terminada la Guerra de la Independencia, por sus gestas, Fernando VII le concedió el Real Despacho de Brigadier y la Cruz de la Real y Militar Orden de San Fernando o el título de Mariscal de Campo. Y le nombró canónigo de la Catedral de Valencia. Pero Merino no era partidario del monarca por sus cacicadas y corruptelas. Fernando VII quería dejar el trono en manos de su hija Isabel y, al morir el rey, el Cura Merino se hizo partidario del Infante don Carlos. En las batallas intestinas de este país, es considerado héroe de Carlismo y este pensamiento político le rinde homenaje cada año en su tumba de Lerma.

La derrota de los carlistas llevó al Cura Merino al exilio en Alençon, paradojas de la vida, como capellán de convento. Alençón es una ciudad, cabeza de prefectura, del departamento del Orne, en la región francesa de Normandía. Allí se le enterró. Pero el cuerpo del héroe debía volver a su tierra sagrada y desde 1968, por empeño del Ayuntamiento de Lerma, sus restos descansan en la plaza de Santa Clara de Lerma.

En la comarca de Arlanza han recordado las andanzas de Jerónimo Merino con una ruta que comienza en Lerma y termina en Santo. Domingo de Silos. Pasa por Revilla-Cabriada, Villoviado, Castrillo Solarana, Solarana, Nebreda, Cebrecos, Tejada, Quintanilla del Coco y Santibáñez del Val. Fue en esas localidades donde el Cura Merino reclutó a su tropa que le acompañó hasta el final de la Guerra de la Independencia.

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