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Cada Semana Santa recorren las calles de Burgos siete cruces farolas. Su imponente presencia va más allá de lo estético, son mucho más que un elemento ornamental, obras de arte sacro por sí mismas que, además, son testigos del tiempo, la fe y la tradición.
Estas cruces farolas fueron fabricadas en 1902 en la Casa Quintana de Zaragoza, un taller especializado en vidrieras artísticas. Su encargo partió de un matrimonio burgalés, Doña Juana Noro y Don Vicente Alfonso Ortega. Estas cruces se encontraban en la Catedral de Burgos y fueron donadas para la Semana Santa burgalesa. La Casa Quintana ya era conocida por otras creaciones similares, como el Rosario de Zaragoza y el Rosario de Vitoria, piezas de gran valor artístico. Cada cruz es un compendio de artesanía, con vidrios pintados, estructuras metálicas delicadas y un diseño pensado para iluminar tanto en lo literal como en lo simbólico.
Las cruces permanecieron durante años en la catedral, hasta que en 1985 un grupo de fieles de la parroquia de San Fernando decidió rescatarlas para devolverlas a la procesión. A partir de ahí, y con la fundación en 1986 de la Cofradía de las Siete Palabras, las cruces comenzaron a salir en Semana Santa, convirtiéndose en uno de sus elementos más distintivos.
Originalmente, las cruces farolas se iluminaban con velas, lo que con el tiempo acumuló kilos de cera en su interior. Así, la cofradía decidió buscar a quien pudiera hacer una primera recuperación profunda, que estuvo dirigida por la restauradora Idoia Saralegui. En esta primera intervención se retiró cuidadosamente toda esa cera, se limpiaron los cristales y se igualaron los acabados decorativos.
Semana Santa en Burgos
«Homogenizamos las cruces, porque algunas con el tiempo se habían roto. Algunas todavía tenían el latón de los halos de luz que tienen, pero otras se habían roto y se habían arreglado con hojalata y estaban pintadas con pintura de oro. Esta pintura se había hecho con menor o mayor gusto, entonces lo que hicimos fue igualar esta pintura y todas están del mismo color. Todas están igual», cuenta Florencio Bernardo, uno de los hermanos de la cofradía.
Posteriormente, la cofradía hizo una transición hacia la luz artificial, primero con bombillas y, más recientemente, con tecnología LED. Un innovador sistema con cristales opacos permite que la luz se difumine y no oculte las palabras inscritas en cada cruz, mejorando su visibilidad sin perder su estética.
«Cuando hicimos el cambio a a la luz artificial vimos que la iluminación no era muy buena, porque la propia luz de la cruz se comía las palabras, era demasiado fuerte y entonces no dejaba leer los textos de las cruces», recuerda Florencio. Entonces, llegó el segundo cambio en esta iluminación. «Pasamos a utilizar luz led. Además, pusimos las luces en medio de dos círculos de cristal pintados de blanco opaco, con lo cual, la opacidad del cristal lo que hace es difuminar un poquito la luz y deja que se lean las palabras», cuenta.
No será el último cambio lumínico, cara al futuro tienen como proyecto «iluminar los brazos». «Los brazos tienen realmente como dos focos de led que los iluminan, esa iluminación, si es muy de noche, se ve bien, pero si es un poco de día no se aprecia», reconocen desde la cofradía.
Cada cruz pesa entre 20 y 30 kilos, sin contar la vara que la sostiene. Están hechas de vidrio y estructuras metálicas delicadas, y van montadas sobre varas, algunas de pino y otras de roble, estas últimas más pesadas. «En las varas hay una una chapa recordatorio donde pone dónde se fabricaron las cruces y cómo se llamaba la casa que las fabricó», un recordatorio de los orígenes de estas joyas.
Siete cofrades portan estas cruces en Burgos, ayudados por arneses especiales que han ido evolucionando. Al principio, se usaban bandoleras que dejaban doloridos los riñones; hoy, los arneses distribuyen mejor el peso entre los hombros, «pero el esfuerzo sigue siendo considerable». «Y si hay viento, la dificultad se multiplica porque te hace efecto vela», explica Florencio, que ha portado las cruces en numerosas ocasiones.
«El secreto solo es uno, hay que llevarla recta», confiesa. «Hay que llevar la cruz perpendicular al cuerpo. Como tú la inclines hacia delante, te vence. Siempre se lo digo a los que llevan las cruces, a los que los cogen por primera vez, lo mejor es que noten en la frente el palo. Si notas que el palo te pega en la frente, es que la cruz va recta, y si va recta, no hay problema. Hay gente que tiene miedo a cogerlas, gente que lleva al Cristo, ¿eh?, que están están preparados para para llevar peso. Pero no es el peso, es la dificultad de saberlas llevar», explica Florencio.
En más de un siglo de vida, las cruces han sufrido daños y reparaciones de todo tipo. Hoy, la cofradía tiene claro que cada intervención debe ser profesional: cristaleros para los vidrios, estañadores para las láminas metálicas, y restauradores con criterio artístico.
Porque, aunque no están tasadas, su valor es evidente. Por su antigüedad, su artesanía, su carga emocional y su rareza, resultan invaluables. Las cruces farolas no tienen precio.
Su momento más destacado es la procesión de las Siete Palabras, que se celebra cada Martes Santo. En ella, las cruces marcan las estaciones en las que se leen y comentan las siete últimas frases de Jesús en la cruz. Es un acto profundamente simbólico y espiritual, con momentos de especial emotividad como el encuentro con la Virgen de la Soledad en la iglesia de Santa Águeda.
Además del Martes Santo, las cruces participan en otras procesiones, excepto en la del 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Santa Cruz, cuando la cofradía acompaña al Cristo de Burgos, su otra gran devoción. También organizan un Vía Crucis todos los viernes de Cuaresma, recorriendo el claustro alto de la catedral y las naves laterales con una solemnidad que conmueve a quienes lo presencian.
En una época donde el relevo generacional no siempre está garantizado, la Cofradía de las Siete Palabras ha encontrado en la devoción al Cristo de Burgos y en la singularidad de sus cruces farolas un poderoso imán para sumar nuevos cofrades. Cada año, entre diez y veinte personas se incorporan a esta familia que mantiene viva una parte esencial del alma burgalesa.
Y mientras las grandes tallas centran las miradas de las procesiones, estas cruces silenciosas, brillando con su luz templada, recuerdan que en lo pequeño también habita lo sagrado.
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