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El legado olvidado de las acequias medievales que revive en Andalucía

El legado olvidado de las acequias medievales que revive en Andalucía

ODS 6 | Agua limpia y saneamiento ·

Esta infraestructura medieval fue clave para el esplendor del califato omeya. Ahora, su recuperación sirve para comprender una manera diferente y más sostenible de relacionarse con el agua

Raquel C. Pico

Martes, 29 de agosto 2023, 07:18

Fue uno de los elementos que asentó el esplendor del califato omeya y ahora, muchos siglos más tarde, podrían ser una de las herramientas que nos ayuden a entender mejor nuestra relación con el agua y cómo hacerla mucho más respetuosa con el entorno. Este ... elemento milenario que contiene tantos secretos para entender el pasado y el futuro tiene un nombre: son las acequias medievales, repartidas por Andalucía, y el laboratorio MEMOLab de la Universidad de Granada se está encargando de recuperarlas.

¿Podemos aprender entonces del pasado para entender mejor los retos del presente y las decisiones que debemos tomar para el futuro? «La verdad es que sí, tenemos muchas cosas que aprender del pasado», asegura José María Martín Civantos, coordinador del MEMOLab y profesor de la Universidad de Granada. «El mundo rural ha ido generando conocimiento ecológico local», apunta este arqueólogo experto en la Edad Media.

La historia de las acequias es muy antigua. Ya en la Prehistoria se usaban ideas similares. Son, como explica el experto, «canales para el abastecimiento agrario, aunque no solo para la agricultura sino también para regar pastos». Aunque los investigadores de la Universidad de Granada están trabajando sobre todo en las provincias de Granada y Almería —aunque no solo: han asesorado a comunidades de regantes en otras provincias, como Cáceres, y han llegado hasta a Albania—, acequias hay en muchos otros lugares, aunque se llamen de otro modo.

Acequia. Universidad de Granada

Su decadencia en España arranca en los años 60, cuando el éxodo rural expulsó a la población que hasta entonces se había encargado de mantenerlas —y, como ocurre con todas las infraestructuras, la falta de mantenimiento hace que las cosas decaigan— pero también debilitó el mundo rural al que estaban tan conectadas, como apunta el experto. La agricultura que se afianzó en el siglo XX fue también una con premisas muy distintas —más industrializada y mucho más maquinizada— lo que desplazó a los elementos más tradicionales. Pasó con las semillas patrimoniales, pero también con las formas de riego que se habían usado durante tantos siglos. En busca de una mayor eficiencia, o al menos eso era lo que se creía, se apostó por renunciar a la tradición y cambiar el modelo.

Sin embargo, con eso se perdieron valores añadidos que aportaban los sistemas antiguos y se crearon nuevos problemas para esos ecosistemas. De hecho, lo que hace interesantes a las acequias no es solo su larga vida histórica, sino que en esa pervivencia demostraron «ser sostenibles y resilientes», como señala Martín Civantos. Reclamarlas ahora es importante porque son parte de la historia colectiva —«reivindicamos el valor patrimonial», asegura Martín Civantos—, pero también por lo que aportan a otros niveles. El profesor de la Universidad de Granada habla sus muchos valores a nivel ecosistémico, medioambiental o de gestión del agua. El mundo rural, con sus acequias, estaba haciendo «siembra de agua». «Los suelos fértiles tienen más capacidad de acumular agua», recuerda el experto.

Con ello, contribuían no solo a hacer que los campos generasen productos sino también a recuperar los acuíferos, esos repositorios de aguas subterráneas de las que se nutren todas las demás y que justamente ahora están sufriendo tanto por el impacto de la sequía y los usos —como llevan meses denunciando organizaciones ecologistas y especialistas en la materia— abusivos que les damos.

Por eso, la recuperación de las acequias no es solo una cuestión de historia o de arqueología del paisaje, por mucho que detrás de esta historia esté un equipo liderado por un arqueólogo. Es también una historia de cómo usar el agua y cómo se puede aprender de las infraestructuras del pasado para enfrentarse a los retos del futuro.

«Tenemos que entender el uso eficiente del agua no solo desde la productividad, sino desde la multicomplejidad», reclama Martín Civantos. Puede que en otro sistema de regado solo se necesite una gota que irá a la raíz de la planta, concede, y que una acequia necesite tres gotas. Pero esas dos gotas extra se irán de vuelta al ecosistema, algo tan importante y tan necesario como lograr que los cultivos crezcan, asegura. Las acequias daban, por tanto, «servicios ecosistémicos» y lo hacían de una manera altamente innovadora. En Al-Andalus puede que nadie se preguntase por la sostenibilidad y pensase en sistemas circulares para sus aguas, pero sus acequias ya lo estaban haciendo.

«Tenemos que entender el uso eficiente del agua no solo desde la productividad, sino desde la multicomplejidad

José María Martín Civantos

Coordinador del MEMOLab y profesor de la Universidad de Granada

Posiblemente, esos sean sus beneficios más claros, pero no son los únicos. Además de mantener los espacios y ayudar a la recuperación de los acuíferos, también, defienden los expertos, ayudan a la cohesión territorial (puesto que ayudan a fijar la población en esas zonas a través de un sistema comunal), mantienen el flujo de agua potable y los ciclos hidrológicos, son cortafuegos y ayudan a prevenir incendios, reducen la erosión del terreno o impactan de manera positiva en el ecosistema.

En el fondo, ejemplifica Martín Civantos, las acequias son como «las cabras y las ovejas bombero», que ahora nos parecen una idea de lo más novedosa para la gestión forestal y prevenir los incendios cuando, en realidad, es una de las ideas de toda la vida que ya se usaban en el campo.

Un trabajo de voluntarios

El trabajo de recuperación que hace este laboratorio universitario empezó en 2014. Desde entonces han recuperado 90 kilómetros de acequias gracias al trabajo de más de 2000 voluntarios.

«Lo primero que hacemos es organizarlo con la comunidad de regantes», explica Elena Correa, investigadora contratada de MEMOLab y quien se encarga de la organización de estas actividades. «Contamos siempre con las comunidades de regantes, que son luego quienes tienen que mantenerla», comenta también Martín Civantos. Estas comunidades son una pieza fundamental de la España rural en muchas comarcas, puesto que son las que se han encargado tradicionalmente de mantener los flujos del agua. Es a ellas a quienes corresponden las acequias.

Voluntarios trabajando en una acequia. UGR

«Luego, hacemos convocatorias en redes y muchas veces a través de la prensa pidiendo voluntarios», añade Correa. Esos voluntarios —que son quienes se van a ayudar a limpiar y recuperar las acequias— son de lo más diverso, desde seguidores del proyecto a miembros de la comunidad universitaria pasando por familias. Se aceptan voluntarios de todas las edades y con cualquier capacidad, porque todo el mundo puede aportar. No sorprende, por tanto, que lo habitual sea que se llene la lista de trabajadores y que tengan, incluso, que poner un cupo. «Es un momento de convivencia, de conocer a mucha gente», apunta Correa. También es un momento con un gran poder para la transmisión de conocimientos. Un maestro de Granada, comenta, se llevó incluso a sus alumnos. El proceso de limpieza acaba con una comida comunal, en la que se celebra el trabajo realizado.

Por ello, Martín Civantos cree que no solo están recuperando una infraestructura, sino que además están haciendo una «acción de provocación social», ya que invita al debate y también pone en valor los saberes tradicionales del campo español, esos que durante la segunda mitad del siglo XX quedaron un tanto infravalorados. «La idea es no solo reconocer, también dinamizar y empoderar a esas comunidades», apunta. Así, Martín Civantos apunta que están en contacto con otros organismos y organizaciones que defienden los «suelos fértiles» y las soluciones que permiten la siembra y cosecha de agua.

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