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Campo regadío. Archivo
Los cultivos se 'beben' ocho de cada diez vasos de agua en España

Los cultivos se 'beben' ocho de cada diez vasos de agua en España

ODS 12 | Producción y consumo responsable ·

Reducir esa cifra es factible: solo hay que cambiar cómo se riega y pensar en los cultivos de una manera más sostenible

Raquel C. Pico

Viernes, 28 de julio 2023, 08:07

Las plantas tienen, se podría decir, mucha sed. Y en un mundo en el que el agua es un bien cada vez más preciado —y en mayor peligro— esto genera una situación complicada. Según las cuentas de WWF, la agricultura de regadío e industrial ... se lleva el 80% de todo el consumo de agua que realiza España. Si pudiésemos convertir el volumen consumido en un año en España en 10 vasos de agua, los campos de cultivo se beberían 8. Para repartir entre todo lo demás se quedarían 2.

«Las plantas necesitan mucha agua», indica al otro lado del teléfono Alberto Fernández, especialista en política de agua de WWF. Sin embargo, el problema no está solo en cuánta agua necesitan para crecer, sino en algo más complejo, conectado con los modelos intensivos agrícolas.

Este elevado consumo no solo pone en peligro el caudal que la propia agricultora necesitará en un futuro nada lejano, sino también el más prosaico «uso de boca». Ahí será cuando el agua se convertirá en fuente de conflictos. Fernández lo ejemplifica con lo que ocurre ya con las poblaciones de la provincia de Córdoba que van a tener que afrontar cortes de agua o reducción de presión este verano. Nadie está contento con ello. «Ahora mismo, el Guadalquivir tiene una extensión de regadío tremenda, pero solo tiene un 26% de reserva», indica.

Pero ¿es posible hacer las cosas de otra manera? «La tentación es a decir que necesitamos todo esto por seguridad alimentaria», señala Fernández. Sin embargo, lo que España está produciendo en sus campos agrícolas va mucho más allá de lo necesitaría para comer: la producción agrícola, señala el experto, se va sobre todo a la alimentación animal (el 70% a crear la comida de gallinas, vacas y cerdos) y a la exportación, donde la balanza comercial «es muy positiva a favor de España».

Y, no menos importante, aunque cuando se piensa en la agricultura se suele imaginar a pequeñas explotaciones, Fernández puntualiza que se está viendo «mucha intromisión» con la entrada de fondos de inversión tanto en la agricultura como en la parte hidráulica. Igualmente, mientras el consumo de agua sigue siendo muy elevado, también lo hace el gasto económico que supone. Fernández señala que se prevé una inversión de más de 2.200 millones de euros de fondos europeos hasta 2027 para mejorar la eficiencia del regadío.

También, señala el especialista, la sensibilidad al problema depende de los costes del agua. En aquellas regiones agrícolas en las que el agua es cara, la receptividad ante las alternativas que posibilitan bajar los consumos son más elevadas. Donde esto no lo es, no ocurre otro tanto.

«El problema está en que hay que optimizar el riego», señala Fernández, «aprender a estimar cuáles son las necesidades de las plantas». Esto es algo que ahora mismo no ocurre en los cultivos de regadío. Fernández lamenta la poca receptividad que han visto ante herramientas —gratis y que han demostrado su eficacia, afirma— que podrían reducir ese consumo de agua.

Ante el uso excesivo de este recurso, «no hay una penalización», apunta. A eso suma la existencia de prácticas como los pozos ilegales —lo que, añade, supone competencia desleal para aquellas explotaciones agrícolas que sí hacen bien las cosas— que aumentan la presión sobre las aguas subterráneas. Es, alerta, «un drama» y uno que puede tener consecuencias a medio plazo nefastas. Drenar los acuíferos pone en peligro a las demás fuentes de agua —como ríos o manantiales— que se nutren de ellos y, también, el acceso de la población al agua potable. Los tratamos, advierte el especialista de WWF, «como si fuese una reserva infinita y no es así».

Aun así, el uso del agua en los procesos agrícolas no es una cuestión sin remedio. Es decir, cambiar de hábitos y reducir el consumo de agua para regar de forma más eficiente es factible. Algunos agricultores ya lo están haciendo.

Menos agua

Es lo que ocurre en los cultivos de tomate en Extremadura, la comunidad autónoma que lidera la producción española de esta materia prima. Como apuntan desde Nestlé, entre 2013 y 2022 han conseguido ahorrar más de 1,4 millones de m3 de agua con el programa Solís Responsable. «Es un proyecto colaborativo y transversal en el que se ha involucrado toda la cadena de valor, desde los agricultores de las Vegas del Guadiana, en Extremadura, hasta nuestro centro de producción de salsas de tomate ubicado en Miajadas», explica Guadalupe Gómez, la directora de esa fábrica cacereña de Nestlé donde se hacen las salsas de tomate.

Al principio, probaron a pasarse a las prácticas sostenibles con un grupo de agricultores. Luego, se fueron sumando los demás. «El mayor logro de este proyecto ha sido la adhesión progresiva de gran parte de los agricultores de la región por convicción», asegura Gómez, que añade que no solo han logrado «ahorros de insumos» sino que también ha subido el rendimiento por hectárea.

La gran cuestión de fondo es la de qué se ha hecho para lograr el cambio. Gómez habla de buenas prácticas de cultivo y el uso de nuevas tecnologías y técnicas que permiten aplicarlas. Su lista incluye «el riego por goteo, implantación de balsas de riego, sondas de humedad, fertiirrigación o imágenes por satélite para controlar la humedad del suelo y salud de las plantas». El resultado ha sido un retroceso del 9% en el consumo de agua, de un 12% en el uso de pesticidas y de un 10% en fertilizantes. Cuando se cambia la filosofía del agua, se hace en un marco más amplio en sostenibilidad.

Y nada impide que otros cultivos, más allá de los tomates, hagan otro tanto. Desde Nestlé explican que ya están llevando las ideas de su producción sostenible de tomates a dos de sus proveedores de cebolla. «Las buenas prácticas utilizadas en los campos van dirigidas a mejorar la biodiversidad y la resiliencia climática», señala Gómez, que también habla de un modelo dinámico desarrollado con la Fundación Global Nature para alertar a los agricultores de los problemas con el agua y minimizar el consumo o proteger los cultivos, reduciendo así el uso de químicos.

Si bien el caso de la multinacional y sus productores resulta especialmente visible por el hecho, justamente, de que lo conectamos a una marca conocida, esta no es la única propuesta que está intentando reajustar cómo se hacen las cosas. Existen ya varios proyectos en las universidades españolas que usan la inteligencia artificial para comprender las necesidades de riego o reducir los malos usos del agua.

En líneas generales, prácticas como el riego de precisión ayudan a esa reducción del consumo. Al final, lo importante es comprender qué necesitan las plantas y que implica cada suelo. Alberto Fernández recomienda analizar las cosas lugar a lugar para tomar decisiones para un mejor uso de los recursos hídricos.

«Los naranjos de Valencia se han modernizado y no han sufrido», señala. Han cambiado sus patrones de riego usando herramientas y han bajado el gasto de agua. Y siguen, por supuesto, produciendo naranjas. En cultivos leñosos, WWF ha aplicado en La Mancha un regado ajustado a los patrones de maduración —y han evitado el exceso de hojas innecesarias— y ha conseguido así un ahorro del 15% de agua.

Y un 15 o un 9% de menos consumo pueden parecer cifras no tan espectaculares, pero lo son cuando los traducimos en esos vasos del principio. Toda el agua que han ahorrado en una década los cultivadores de tomate extremeños equivale, según los cálculos de Nestlé, a lo que beben en un día 10,5 millones de personas.

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