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No lo habrá dicho en voz alta, pero seguro que lo ha pensado. Alguien a quien jamás ha visto sin mascarilla de repente se la quita y la visión de ese rostro por primera vez le sorprende. Y no para bien, precisamente. ¿Le hacía más ... atractivo o atractiva? Seguramente sí. Es un hecho que las personas a las que hemos conocido con la cara medio tapada a causa de la pandemia tienen un aspecto que no se ajusta con el que nos habíamos imaginado tras el cubrebocas. En general, la gente nos parece un poco más fea cuando se quita la mascarilla, pero no es una cuestión de frivolidad, tiene su explicación científica.
La 'ventaja' de la mascarilla quirúrgica –en la que se basan la mayoría de los estudios realizados sobre este asunto– para hacernos parecer más atractivos es que solo deja al descubierto la parte del rostro que es simétrica, los ojos y las cejas, y cubre aquella donde se acumulan la mayoría de las asimetrías (nariz prominente, dientes torcidos...). «La simetría está fuertemente relacionada con los rostros atractivos, de ahí que al ver únicamente la mitad superior de la cara de una persona esta nos parezca más atractiva de lo que quizás sea», expresa Pamela Parada, miembro del Colegio de Psicólogos de Bizkaia y autora de un artículo sobre este tema publicado en la revista científica internacional 'Journal Personality and Individual Differences'.
Tiene que ver, además, con la dificultad de identificar las emociones aversivas, como el enfado, pues aunque los ojos tienen una gran carga expresiva, el resto de las facciones aportan mucha información que se pierde, o suaviza, bajo la mascarilla. «Desde un punto de vista evolutivo, es una consecuencia positiva, porque favorece el acercamiento sexual; pero también puede ser un hándicap, porque el reconocimiento de las emociones faciales tiene un valor importante en la comunicación y la respuesta ante un potencial peligro», sostiene Parada.
Por otra parte, el anonimato que otorga la mascarilla y la posibilidad de ocultar los posibles complejos faciales genera seguridad en uno mismo y esa imagen de autoconfianza también intensifica el atractivo.
El hecho de tener que vivir con la mascarilla puesta también estimula la imaginación, pues nuestra mente completa el conjunto de la cara que estamos viendo de forma inconsciente y, puestos a imaginar, somos más proclives a ser positivos y pensar que esa persona tan atractiva con mascarilla tiene la sonrisa de Brad Pitt frente a la de Freddy Krueger. El problema es que ponemos nuestras expectativas tan altas que es habitual que la realidad nos resulte chocante. Además, «puede originar sesgos cognitivos. Es decir, atribuimos cualidades positivas a las personas simplemente porque nos parecen atractivas, incluso aunque no las tengan», advierte Parada.
Esa capacidad que tiene nuestro cerebro de dejar volar la imaginación frente a lo que no ve también juega un papel importante a la hora de vestir. Así, «la máxima de la elegancia que sostiene que insinuar es más sexy que enseñarlo todo también se cumple, en este caso, con el uso de la mascarilla», asegura Eduardo de Frutos, médico estético vocal de la Sociedad Española de Medicina Estética (SEME).
En un momento de crisis sanitaria en el que nos sentimos vulnerables, ver a una persona con la mascarilla puesta resulta tranquilizador, inspira confianza, aumenta la sensación de seguridad y, por tanto, adoptamos una postura más positiva hacia el portador.
«Podría pensarse lo contrario, que al llevar mascarilla perdemos encanto, porque damos sensación de enfermedad, pero la realidad es que ocurre lo contrario, y no solo por los tiempos que corren. Investigaciones realizadas antes de la pandemia ya observaron que esto es así», declara de Frutos.
Sea cual sea el motivo, ambos especialistas recuerdan que en la diversidad también hay belleza. Así que, aunque cuando nos quitemos la mascarilla definitivamente nos llevaremos más de una sorpresa, también tendrá su parte buena: «Al fin y al cabo, el atractivo no solo se construye, ni mucho menos, a partir de una cara bonita, también tiene que ver con los valores que transmite esa persona (nobleza, generosidad, simpatía…)», afirma Parada.
En las zonas visibles El uso de la mascarilla ha dado lugar a una mayor demanda de tratamientos estéticos del área que queda al descubierto. Se busca, en especial, resolver problemas de ojeras, bolsas o patas de gallo, así como suavizar las líneas de expresión de la frente y el entrecejo. Las principales intervenciones realizadas en el año 2020 fueron la remodelación nasal, la cirugía de párpados, el 'lifting' facial y la liposucción, según se indica en un informe de la Sociedad Americana de Cirujanos Plásticos.
En las zonas no visibles Al mismo tiempo, «durante la pandemia, muchas personas se han atrevido a realizarse tratamientos estéticos en la nariz, los labios, los pómulos o el mentón porque, al tener esa zona oculta tras la mascarilla, podían disimular la hinchazón», afirma el doctor Eduardo de Frutos. Así ha ocurrido también en las consultas de los dentistas, donde se ha notado un aumento de la demanda de la ortodoncia en adultos para corregir la sonrisa.
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