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Como aquello que nos llevamos a la boca nos ensancha el cuerpo y no la cabeza, solemos relacionar el sobrepeso y la obesidad antes con el estómago que con el cerebro, pero aunque los 'michelines' sean muy llamativos, no es la peor de las consecuencias ... de la ingesta de un exceso de alimento. De hecho, el cerebro es una de las grandes víctimas de la obesidad, y no solo por cómo afecta esta enfermedad a nivel psicológico.
Eso no quiere decir que la grasa sea un veneno para este órgano. Al contrario, si bien está demonizada a nivel social, la realidad es que es un nutriente vital para el buen funcionamiento de nuestro organismo (almacena energía, facilita el transporte de vitaminas, constituye las membranas de las células, sostiene nuestros órganos...) y, más concretamente, del cerebro, que es un órgano graso.
Además, «la mielina, una sustancia que envuelve y protege las neuronas y que es responsable de la transmisión de los impulsos nerviosos, es grasa», explica Gurutz Linazasoro, neurólogo y portavoz de la Sociedad Española de Neurología (SEN). Por lo tanto, el problema no es la grasa en sí misma, sino su exceso en nuestro cuerpo por un consumo excesivo y desequilibrado de esta.
Gurutz Linazasoro
Neurólogo
Y no solo eso. También existe una relación bidireccional entre la alimentación y el cerebro, pues este último regula, por ejemplo, la sensación de saciedad o de hambre, a partir de la información que recibe de distintas hormonas y neurotransmisores del estómago.
El problema de la obesidad es que afecta al equilibrio entre ambos órganos pues, entre otras cosas, «promueve un sobrecrecimiento de bacterias que generan un estado de inflamación que causa muerte celular y disminución de la transmisión nerviosa y afecta a los vasos sanguíneos, al favorecer la aparición de enfermedades como la diabetes mellitus o la arterioesclerosis, aumentando el riesgo de ictus (por infarto o hemorragia cerebral) y de demencia», explica el doctor Linazasoro.
A través de distintas técnicas de neuroimagen también se han hecho hallazgos interesantes. Por ejemplo, «se ha descrito la disminución del grosor de la corteza cerebral y una menor conectividad entre las distintas regiones del cerebro, alteraciones en la percepción de los sabores y cambios en la estructura y función del hipotálamo, una zona cerebral crítica en el control del apetito», declara el neurólogo, aunque avisa que es muy complejo distinguir cuáles de estos daños son origen o consecuencia de la obesidad.
Por otro lado, desde el punto de vista clínico se han detectado dificultades sutiles en procesos como la memoria, la toma de decisiones, la movilidad y el equilibrio. «La relación con el deterioro cognitivo leve tipo amnésico, preámbulo del alzhéimer, está sustentada en estudios de diversa naturaleza. También se señala la obesidad como un síntoma de la fase que precede a la aparición de la enfermedad de párkinson, aunque esta no es una idea aceptada por todo el mundo. Y es un claro factor de riesgo de sufrir formas más agresivas y severas de Covid-19», advierte el especialista.
En cuanto a su impacto en la vida diaria, la obesidad se asocia al sedentarismo, la diabetes y la hipertensión arterial, y a veces se acompaña de otros hábitos perniciosos como el tabaquismo, el consumo de alcohol o una alimentación inadecuada. «Hay muchos trabajos que miden el impacto de la obesidad en la calidad de vida y los resultados son muy negativos, por afectar a las esferas física, emocional y social. La imagen del 'gordo feliz' se desvanece en una sociedad que mitifica el culto al cuerpo y que es cada vez más consciente de la importancia de un estilo de vida saludable», sostiene Linazasoro. Es más, la falta de autoestima, la ansiedad, el aislamiento social o la depresión, son algunos de los trastornos psicológicos habituales asociados a la obesidad. Además, las personas obesas tienen una esperanza de vida más corta que la media de los individuos.
La obesidad se asocia a un mayor riesgo de desarrollar patologías cardiovasculares, como la enfermedad arterial coronaria, infarto de miocardio, hipertensión o la fibrilación auricular.
A nivel esquelético y muscular, la obesidad puede provocar fibromialgia, osteoporosis, artritis reumatoide, dolor lumbar y un mayor riesgo de fracturas óseas en niños.
El exceso de grasa reduce la fuerza de los músculos respiratorios y aumenta el riesgo de sufrir apnea del sueño (interrupciones de la respiración mientras se duerme) y síndrome de hipoventilación y obesidad, caracterizado por provocar insuficiencia respiratoria.
El sobrepeso puede producir un deterioro en la función renal, cuyo objetivo es limpiar la sangre de desechos y sustancias potencialmente nocivas a través de la orina.
Bien es cierto que el exceso de grasa no afecta por igual al cerebro del hombre y al de la mujer. «Por ejemplo, las áreas sensitivas relacionadas con la imagen corporal, la toma de decisiones y el control emocional se ven más afectadas en los varones, mientras que en las mujeres se activan más las regiones asociadas al sistema de recompensa del cerebro, el que se activa frente a estímulos o acciones que nos generan placer», explica el portavoz de la SEN.
Todo ello sugiere que los mecanismos implicados en el descontrol del apetito podrían diferir en función del género. «Tal vez las hormonas desempeñen un cierto papel. De hecho, la obesidad es más prevalente en mujeres. Son interrogantes que se irán resolviendo con más investigación y que pueden desembocar en tratamientos más personalizados, como el diseño de la dieta más recomendable», afirma.
Por su parte, la prevención es sencilla: dieta adecuada, ejercicio físico y estilo de vida saludable. «Es importante comenzar desde la infancia, con una educación que fomente, en especial, el ejercicio y una buena alimentación. Los alimentos hipercalóricos y ultraprocesados son los peores. Se trata de comer sano, variado, equilibrado y con moderación. Los enemigos son la sal, el azúcar, las grasas trans y el alcohol».
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