Ayudrey Fuenmayor nació en Venezuela, pero es una burgalesa más. Hace más de tres décadas, el amor la trajo a orillas del Arlanzón y aquí ha construido su vida. Una vida plagada de vicisitudes que, sin embargo, no han conseguido alterlarle la sonrisa. Y eso ... a pesar de haber superado dos cánceres de mama, otro de ovarios y una reconstrucción mamaria que se complicó. Que se complicó mucho. Hoy, quince años después de cerrar esa página de su vida, Audrey agradece cada día que pasa con los suyos. «Estoy viva. Estoy feliz», sentencia.
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Su historia comienza como la de tantas otras mujeres. Un día, en 2002, acudió a las instalaciones de Santa Teresa a hacerse una mamografía, aprovechando la campaña de prevención realizada por el Sacyl entre las mujeres mayores de 40 años. Allí mismo le detectaron microcacificaciones en el pecho derecho. «Me dijeron que habían visto algo que no les gustaba» y, gracias a su experiencia profesional previa (criminóloga), «ya sabía de qué iba» aquello. «Me hicieron una punción en la axila» y se confirmó el primer análisis. Había un tumor. Luego llegaron las biopsias, la hospitalizazión y el quirófano.
En aquella ocasión, la operación fue un éxito y no hizo falta quimioterapia ni radioterapia. Lo habían pillado a tiempo. «Salí andando del antiguo hospital Yagüe», rememora.
Un par de años después, sin embargo, el cáncer volvió a cruzarse en su camino. En esta ocasión, fue más agresivo y, además de una masectomía, fue necesario un tratamiento de medio año con quimio y radio. «Sufrí mucho. Perdí el pelo y me quitaron una parte de mi cuerpo. Eso es muy duro», asegura Audrey.
No obstante, aquella no fue la prueba definitiva. Esa llegaría tiempo después, cuando decidió someterse a una reconstrucción mamaria, una operación que no salió bien. «Mi cuerpo lo rechazó y sufrí una necrosis que me dejó en la mitad», recuerda mientras se escapa, tímidamente, una lágrima. «Estuve 20 días en la UVI. Creía que me iba a morir» por lo que ella considera que fue una «negligencia».
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Pero, a pesar de tener que regresar al hospital apenas recibido el alta, a pesar de todos los malos momentos, a pesar de los numerosos llantos, de la debilidad y de la desesperanza; a pesar de todo, Audrey volvió a salir adelante. Lo hizo, asegura, encomendándose a Dios -es muy creyente- y gracias al calor de su familia. Su marido y su hija fueron fundamentales en este episodio. «La familia es importantísima» para encarar una enfermedad como el cáncer, subraya.
Eso sí, aún le tocaría pasar de nuevo por el mal trago. En esta ocasión fue un cáncer en el ovario, pero tras vivir las secuelas de la reconstrucción, aquello «fue muy fácil», sostiene.
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Y ahora, Audrey, que continúa acudiendo a revisiones de manera periódica, afronta la vida con una sonrisa. Una sonrisa contagiosa, por cierto. «Lo más importante en la vida es la actitud», insiste al tiempo que asegura que «si te derrumbas es peor».
Ese es el sustrato del mensaje que traslada a quienes se acercan a conocer su historia. Un mensaje que también hace especial hincapié en la importancia de la «prevención». «Hay que vigilar», algo que, además, hoy en día es mucho más fácil que cuando le tocó a ella. «Se ha avanzado muchísimo», tanto en el aspecto de la investigación como en el ámbito social. Y es que, «antes el cáncer era un tabú», algo de lo que no se hablaba. Ahora ya no. Es más, a Audrey, hablar de su experiencia le sirve como «catarsis».
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Con todo, aún queda mucho camino por recorrer. Eso lo sabe ella y todas las mujeres que han pasado por un cáncer de mama. «Falta financiación por parte de las administraciones». Y sin financiación, no hay investigación. Sí, la Asociación Española Contra el Cáncer (AECC) llega donde no llega la administración, pero su aportación sigue siendo insuficiente como para dar respuesta a todas las demandas.
Eso sí, más allá de la ayuda a la investigación, Audrey destaca que la AECC cumple con un papel fundamental para los afectados y sus familiares. Aporta apoyo psicológico y apoyo social, amén de todo un abanico de servicios planteados para mejorar la calidad de vida en un ámbito en el que a menudo «falta empatía».
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Ella, no obstante, es el ejemplo de que el cáncer se supera. Ahora, asegura, es tiempo de reir, sonreir, bailar y disfrutar. Es tiempo de vivir.
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