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Parte de los profesionales que trabajan día a día con los internos de la prisión de Burgos. RRH
Personal de la prisión de Burgos

«Estamos aquí para devolver a los internos a la sociedad en mejores condiciones de las que vinieron»

La cárcel de Burgos cumple 90 años y desde ella trabajan en un modelo de reinserción que arroja cifras de éxito, ocho de cada diez presos no regresan a prisión

Martes, 6 de diciembre 2022, 08:59

Cada delito que se produce abre una brecha, una herida que todos sufrimos. Cada uno de nosotros, como individuo, pero también como parte de la sociedad en la que vivimos, somos víctimas del delito. Y como parte implicada, parte afectada, la prioridad debería ser ... conseguir que aquel que delinque no lo vuelva a hacer. Instituciones Penitenciarias entiende desde esta perspectiva las prisiones en España, no solo como lugares de retención y custodia, sino como el interludio necesario para reeducar y reinsertar, con el mayor éxito posible, a aquel que ha cometido un delito.

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«La prisión no es para que las personas estén como en un secadero de jamones, estabuladas», describe gráficamente Elena Ramos. La directora del Centro Penitenciario de Burgos es muy consciente de que, de muros a fuera, solo se ve la pena privativa de libertad como un castigo, y cuanto más duro, mejor. Sin embargo, ni ese enfoque se ajusta al Estado de Derecho, al mandato dado por la Constitución Española, ni es el idóneo para conseguir una sociedad más humana, justa y libre de delitos. Las reinserción del preso no solo está en sus manos, también en las de la sociedad.

El Centro Penitenciario de Burgos acaba de cumplir 90 años. Nueve décadas en las que se han vivido (y sufrido) innumerables cambios. Como la sociedad a la que sirve, como la ciudad en la que se asienta, la prisión ha evolucionado. Todos los que actualmente trabajan en ella coinciden en que ha habido un cambio fundamental, un punto de inflexión que nos ha llevado a la realidad actual: la Constitución Española y la Ley Orgánica General Penitenciaria, aprobada por unanimidad en 1979 y que, recuerda Ramos, era una ley de vanguardia que aún sigue en vigor.

El mandato de la Carta Magna a las instituciones penitenciarias es que deben reeducar y reinsertar a los internos. Y eso se completa con el «buque insignia» que es la ley orgánica, que además de reconocerles una serie de derechos, suma el tratamiento al régimen disciplinario. «Ese ha sido, en mi opinión, el gran cambio de las cárceles», apunta Sara Martín, trabajadora social, quien recuerda junto a Alejandro Villafañe, educador, cómo cuando ellos entraron a trabajar en el centro penitenciario «no había prácticamente tratamiento». «No existía, era la junta de régimen la que decidía las cosas», explica.

Ahora, sin embargo, todo preso con sentencia firme tiene su programa de tratamiento individualizado (PIT). Existen programas para cada tipología delictiva, se abordan problemáticas como la drogadicción, las adicciones, el tabaquismo, la violencia, el alcoholismo; también las psicológicas, sociales, familiares… Así que, al final, los tratamientos están muy individualizados, y son indispensables para aumentar las opciones de una reinserción exitosa; para conseguir que el que ha entrado en prisión no vuelva, porque no vuelva a cometer un delito.

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Elena Ramos insiste en que «la prisión es un tiempo de acción». «Nosotros estamos aquí para intervenir con los internos, para trabajar con ellos, para devolverlos a la sociedad en mejores condiciones de las que vinieron», indica Elena. Y el reto, objetivamente, se está consiguiendo. El último informe de la Central Penitenciaria de Observación recoge en que, los últimos diez años, ocho de cada diez presos no vuelven a la cárcel. «Ese informe lo que realmente hace es arrojar datos esperanzadoras acerca de las bondades de trabajar con las personas», asegura.

Nuevo enfoque

Los datos demuestran igualmente que los programas individualizados de tratamiento reducen los índices de reincidencia y que, por tanto, la cárcel no puede ser ese «secadero de jamones». Hay que intervenir con los presos, trabajar con ellos, porque es bueno para la sociedad. Y para verlo así, vuelve a insistir la directora del centro burgalés, nos toca cambiar el enfoque con el que vemos el sistema penitenciario español. «Creo que es una simplificación hablar de apartar a la gente de la sociedad y dejarles estabulados; es algo demasiado simple y poco reflexivo».

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Quien así opina, quien solo ve la cárcel como un lugar de retención para que los presos «se pudran allí», insiste Ramos, «no se coloca en la brecha del problema, no se ve a sí mismo como víctima, que es lo que realmente es». «Si tú entiendes que eres una víctima también del delito, que sufres el impacto del delito, entonces tratarás de ser mucho más proactivo», afirma. Y, en definitiva, lo que te interesará es que la persona se reinserte. Que una vez cumpla con su pena, vuelva a la sociedad y no vuelva a delinquir. Ahí se habría cerrado el ciclo.

Sin embargo, la solución a la delincuencia en un país no pasa únicamente con la cárcel. No es cuestión de «apartar» al delincuente, asegura la directora de Burgos, pues el problema no es solo el que está dentro, el que ha cometido un delito, al que se ha juzgado y se le ha condenado. «Los problemas que están dentro de la prisión son los problemas que hay fuera de la prisión». Y, apunta Elena Ramos, «son la consecuencia de lo que nosotros estamos gestando, de lo que estamos viviendo», así que hay que cambiar la perspectiva.

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Actualmente, los delitos mayoritarios son los económicos, contra la salud pública y la violencia de género. También están aumentando los delitos sexuales. Son un reflejo de nuestra sociedad, y no se solucionan con «apartar a tres o cuatro». Tampoco con encerrarlos a «pudrirse» ni mantenerlos en unas condiciones que no sean dignas, pues su paso por la prisión es un «paréntesis» en su vida. Y todo lo que ahí vivan condicionará su salida. Luego, en la vuelta a la 'otra' realidad, la implicación social es básica, porque si la sociedad no apoya la inserción, «se rompe todo el proceso».

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