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El patio de la prisión de Burgos. Ricardo Ordóñez-Ical
Los tratamientos individualizados, el gran cambio de la cárcel de Burgos en sus 90 años de historia

Los tratamientos individualizados, el gran cambio de la cárcel de Burgos en sus 90 años de historia

Todo preso se somete a un programa de tratamiento, que aborda sus problemáticas particulares para favorecer la reinserción. Son voluntarios, pero su seguimiento condiciona beneficios penitenciarios, permisos y tercer grado

Martes, 6 de diciembre 2022, 08:59

Al contrario de lo que piensa una buena parte de la sociedad, la misión de las cárceles españolas no es otra que la reeducación de los condenados para su reinserción en la sociedad. La pena privativa de libertad supone que las personas deben estar retenidas ... durante un tiempo, pero este periodo tiene que ser el mínimo imprescindible para que se pueda intervenir con ellas, hacer un tratamiento y «devolverlas a la sociedad en mejores condiciones de las que vinieron». Así lo entiende la directora del Centro Penitenciario de Burgos, Elena Ramos, quien aprovecha cualquier ocasión para insistir en que la prisión no es únicamente un lugar de retención y custodia.

«La prisión es un tiempo de acción», un «paréntesis» en la vida de los condenados, que gira en torno a los programas individualizados de tratamiento (PIT). «Este ha sido el cambio de la cárcel, el elemento diferenciador» en los 90 años de historia del centro de Burgos, opina Sara Martín, trabajadora social. «Nosotros hemos empezado sin haber prácticamente tratamiento. La gente entraba a cumplir la pena», recuerda. Ahora, se interviene con los presos, se trabaja con ellos, y los datos demuestran que el índice de reincidencia es menor si se pasa por un tratamiento.

Está comprobado, por ejemplo, en los casos de violencia de género, explica la directora. Y lo demuestran también estudios como el recientemente publicado por el Central de Observación de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, que apunta que 8 de cada 10 presos no vuelven a la cárcel. Es decir, se avanza en su reeducación y reinserción, y para que estas sean exitosas es necesario ese tratamiento. De lo contrario, pasar una temporada en la cárcel no cumple su objetivo, que no es aislar a la persona durante un tiempo, sino convencerla de que no vuelva a delinquir.

La prisión de Burgos cuenta con programas específicos de tratamiento según la tipología delictiva que, luego, se individualizan según las necesidades de cada persona. «Se han creado manuales para todo tipo de delitos», pero no todos los tratamientos se ofrecen en todos los centros penitenciarios. Depende del perfil de delitos que prime. Por ejemplo, existen manuales sobre yihadismo, pero en Burgos no se imparten al no haber necesidad de hacerlo. En cambio, los tratamientos generalizados, que son los que tienen que ver con violencia de género, agresión sexual, conductas violentas y drogas, se llevan a cabo en la prisión burgalesa pues están implicados en la mayoría de los delitos registrados por los internos de Burgos.

Los PIT se ponen en marcha en cuanto hay sentencia firme. «Se tienen en cuenta las carencias psicológicas, familiares, formativas, laborales…», explica la directora, y se diseña un programa de trabajo desde diferentes perspectivas (educativo, sanitario, formativo). Todo está relacionado con el tipo de delito y las problemáticas del condenado, pues se tiene en cuenta, por ejemplo, si hay problemas de drogadicción, violencia, alcoholismo, abusos. Trabajadores sociales, educadores, psicólogos y juristas son los primeros que trabajan con los presos.

Como explica Natalia Roncal, psicóloga de la prisión de Burgos, es necesario conocer a los internos, así que el trabajo es más fácil si la persona ha pasado por un ingreso en prisión preventiva que si llega de nuevas. Y es que en dos meses los internos deben estar calificados (primer, segundo o tercer grado) pues, a partir de ahí, se aplican las medidas y restricciones y se diseña el tratamiento individualizado. En Burgos no hay presos de primer grado, el más restrictivo por peligrosidad o inadaptación, la mayoría son de segundo grado, prisión cerrada, o tercer grado, semilibertad.

Los programas no son circulares, tienen un principio y un fin, unas fases que exigen el cumplimiento de unos objetivos. Al inicio, se selecciona a los presos que van a participar teniendo en cuenta su voluntariedad, que sea el momento apropiado y que cumplan con los requisitos establecidos. «Ningún interno puede incorporarse si ha empezado el programa», explica Elena Ramos, y para completarlo se deben superar todas las fases. Las psicólogas pueden determinar que si no se ha cumplido con alguna (reconocer el delito, cambiar el estilo de vida, reflexionar sobre el daño causado, etc.,) no continúan en el mismo.

Voluntarios pero rentables

Como en cualquier otra terapia, la participación en un programa de tratamiento es voluntaria. De lo contrario, no sirve para nada. Sin embargo, parte del trabajo de psicólogas, trabajadores sociales, educadores, juristas y funcionarios en general es motivar a los presos para que se sometan a los PIT. «No se trata de imponer sino de seducir» y siempre es aconsejable pasar por el tratamiento, pues de él dependen también beneficios penitenciarios, permisos, salidas o el tercer grado

«Los presos saben medir y rentabilizar más que nadie de los que estamos aquí», admite Sara Martín, la trabajadora social. Los propios compañeros, los que llevan más tiempo, se encargan de convencer a los nuevos. Cierto es, explica Vanessa Diéguez, psicóloga, que los permisos se conceden bajo criterios objetivos, pero también se tiene en cuenta si el interno aprovecha las actividades que se organizan, la actitud que muestra, su comportamiento. De ahí que la voluntariedad se potencie y los presos estén motivados, lo que aumenta las posibilidades de éxito del tratamiento y, por tanto, la reinserción en la sociedad.

Reinserción

Por otra parte, los tratamientos que comienzan en la prisión sirven en semilibertad y en libertad. El tercer grado es uno de los mecanismos, junto con los permisos y las salidas, que se utiliza para preparar a los presos para volver a la sociedad. Es una transición, en la que a la vez que se recuperan lazos familiares y sociales, se intenta generar unos hábitos que van a facilitar que, cuando salgan de la prisión, la sociedad no les expulse, explica la directora. Y es que, fuera de las paredes de la prisión, se continúan por ejemplo los tratamientos de drogodependencia o alcoholemia.

Se trabaja con la Asociación de Alcohólicos Rehabilitados de Burgos, con Proyecto Hombre, con Cruz Roja o con ACLAD Burgos. Bajo la supervisión de la prisión, los internos en semilibertad pueden continuar con sus tratamientos. Y si el programa es exitoso, cuando se desvinculen completamente del centro penitenciario, se habrán generado unos hábitos para continuar, ya libremente, con las terapias. De este modo se consigue que, tras un tiempo privado de libertad, el interno vuelva a la sociedad en mejores condiciones, y con más opciones de no reincidir.

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