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Recibir una sentencia firme que obligue a una persona a entrar en prisión supone una pausa en la vida que hasta ese momento la persona tenía. Pero ese paréntesis que supone esa condena de privación de libertad puede suponer también una oportunidad. La que la ... prisión ofrece para todos aquellos que quieran aprovecharla. Porque «una de las carencias con las que las personas entran a cumplir condena es la falta de formación«, asegura Alejandro Villafañe, el educador de la prisión de Burgos.
«Y eso ha cambiado, yo recuerdo poner mucho «analfabeto, analfabeto» hace un montón de años, que era algo bastante común. Hoy eso ha cambiado», celebra Sara Martín, la trabajadora social, que sí reconoce que los internos inician la condena «académicamente incompletos en general». El libro de escolaridad de los presos de Burgos suele desvelar que la mayoría han cursado los estudios básicos, sin embargo, también entran en prisión personas con formación académica de grado superior, aunque son pocos casos.
«Universitario tenemos uno. Es una minoría porque lo normal es que la mayoría tengan estudios primarios que han abandonado en la educación general básica», indica Alejandro. No es este el único rasgo común de esta mayoría, también su «procedencia», en gran número «de familias desestructuradas o con distintas problemáticas».
Pero la estancia en prisión se puede aprovechar. «Se puede acceder a todas las enseñanzas. Unas presenciales y otras a distancia», asegura Villafañe, algo que corrobora Elena Ramos, directora de la prisión de Burgos: «Ofrecemos Educación Primaria, Secundaria, Universitaria y tenemos certificados de profesionalidad, idiomas y alfabetización digital. Y luego, tanto el Fondo Social Europeo como el SEPE traen cursos de formación aquí y la Caixa, a través del programa reincorpora, hace la formación en cocina con la que los internos salen al tercer grado con la posibilidad de trabajar en restaurantes de aquí de Burgos y se colocan todos. Ahora mismo han salido 16 y para la campaña de navidad van a ir todos a trabajar gracias a esta formación».
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Todos estos programas y formaciones regladas sirven para que, como cuenta Sara Martín, «quien quiera aprovechar esas oportunidades salga en unas muy buenas condiciones para la reinserción». Además de para que durante la estancia en la cárcel puedan comenzar a trabajar. En la actualidad, de los 310 internos que viven en la prisión de Burgos, 120 están trabajando con nómina en el marco de una relación laboral especial penitenciaria. «Con el sueldo que ganan pueden pagar las obligaciones familiares, la responsabilidad civil, etc.,», explica Elena Ramos y, además, como apunta Sara Martín, «cotizan al desempleo», una manera de no encontrarse abocados al abismo tras terminar la condena y llegar a la sociedad sin una red a la que agarrarse.
«El problema en general es ese fracaso terapéutico que les hace volver a reincidir», asegura Sara Martín, por eso el esfuerzo dentro de prisión se centra en que todos los internos dispongan del mayor número de herramientas para poder obtener una formación que les permita acceder a un trabajo.
Sin embargo, no solo de educación reglada se vive en el prisión, también se trabaja en el desarrollo integral de la persona y su motivación, ahí aparecen, por ejemplo, las salidas programadas y las actividades tanto ocupacionales como culturales que les ofrecen. «Hemos visto que a través de la música, de la pintura, el teatro, el ajedrez, etc., la gente busca una vía de escape. Eso sí, no hay nada que sea para todos. La música tiene más tirón, pero al final lo que buscamos es captar a las personas y las hagamos sentir y, cuando empiezan a sentir, cada uno en la frecuencia que sintonicen, logramos, por ejemplo, que empiecen a consumir menos drogas», analiza la directora.
Lo importante es «que tengan opciones», indica Vanessa Diéguez, una de las psicólogas del equipo. Y son tantas las que la prisión ofrece que en ocasiones se produce «un nivel de socialización que muchos no tienen en la calle», como explica Sara Martín.
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«Hay varias bibliotecas y el que quiere tiene actividades. No obstante pasa lo mismo que pasa en la sociedad, no podemos tener trescientas mil actividades para trescientos mil, pero sí creo que hay un abanico de posibilidades lo suficientemente amplio como para que todo el mundo se pueda integrar en alguna», afirma Alejandro, satisfecho por el programa que ofrecen.
Porque aunque reclaman la necesidad de disponer de más psicólogos, médicos y especialistas que traten la enfermedad mental y la drogodependencia, el equipo profesional de la prisión de Burgos no descansa en su búsqueda de «comprometer a mucha gente para poder ofrecer una parrilla de actividades amplia». «Nos comprometemos a captar gente que quiera venir a hacer cosas que nos resulten interesantes», exclama orgullosa Elena al tiempo que recuerda que hace tan solo unas semanas tuvo lugar en el patio de la cárcel un encuentro de pintura donde se implicó un montón de gente. «Vinieron diez artistas de la asociación de artistas plásticos burgaleses y entonces se colocaron en la plaza (el patio) y trajeron arcilla, para hacer graffitis, acuarela, óleo… Cada uno hacía lo que le apetecía y el resto paseaba. Era un ambiente espectacular», recuerdan pensando ya en cuál será la próxima actividad que pondrán en marcha para hacer más llevadera la vida de quienes cumplen condena al tiempo que mejoran sus condiciones para volver a la sociedad.
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