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A dos kilómetros al norte de la localidad burgalesa de Arlanzón, en una ladera que hace frontera con un robledal, se haya una finca que condensa parte de la vida de José Nieto. Por esas cinco hectáreas valladas han pasado miles de ovejas, han nacido ... otros tantos corderos y se han producido miles de hectolitros de leche que han servido para crear un queso único y con mucho sabor.
La vida de José Nieto son las ovejas. Ya el padre de su abuela, Tomás Ortega, tenía rebaño, y es algo que ha sobrevivido a cinco generaciones, hasta la hija y la sobrina de Nieto. Sus padres ya hacían queso, pero es algo que él y sus sucesoras han mejorado con el paso de los años. Sin embargo, este viaje entre ovejas, quesos y pastores se separará pronto, ya que la explotación, el rebaño y la quesería están en venta.
«Yo he estado de toda la vida» entre ovejas, señala con añoranza José Nieto. Él se crió con ellas, hasta tal punto que, junto a su hermano, las ponía nombres. Recuerda a Margarita, una de ellas, mientras se ríe y mira el rebaño: «Si yo las llamo vienen todas». También es capaz de distinguir qué corderos recién nacidos son hijos de cada oveja, porque cada una tiene un carácter distinto. «Es un conocimiento que se transmite de padres a hijos».
Nieto reconoce que ser pastor «te engancha». Sin embargo, en 1978 él y su hermano tuvieron que hacer parón del oficio porque a su padre le dejaron a deber mucho dinero. Él fue empleado de un ayuntamiento, pero, cuando falleció su padre, volvió a su vida entre ovejas, donde se encontraba más a gusto y menos encorsetado.
Corría el año 2000 y ya su hija, Rebeca, y su sobrina, Leticia, colaboraban con sus abuelos en el negocio familiar, tanto con las ovejas como con los quesos. Fue en ese momento en el que los tres decidieron abrir la cooperativa Páramo de Urtaza, su negocio para los siguientes 23 años.
En ese momento, Nieto se interesó más por la elaboración de este alimento y asistió a cursos para prepararse y hacer «queso en serio». Desde entonces, su cooperativa produce unos 3.000 al año y, admite el propietario, es «un gran queso», con mucha grasa y sabor, pero que no han podido «ir a ningún concurso porque la gente nos los quita de las manos».
Actualmente, la explotación de Nieto, su hija y su sobrina cuenta con 300 ovejas churras. Viven del lechazo y el queso y asegura que «todos los días hay faena». Sin embargo, recuerda con pena cómo era la explotación hace años: «Hemos tenido 2.000 ovejas, lo máximo, y teníamos tres operarios», cuenta.
Pero, poco a poco, el negocio fue decreciendo por la falta de personal. «Se jubiló uno y ya no encontramos a nadie. Tuvimos que quitar a 500 [ovejas]. Se jubiló otro y tuvimos que quitar otras 500 y luego el otro y otras 500», explica nostálgico.
José Nieto tiene 70 años y se jubiló hace tiempo. Sin embargo, sigue colaborando y ayudando a su hija y su sobrina. Ellas «están aquí todos los días» y no libran «ni un sábado ni un domingo» por el cuidado de los animales, explica el pastor. El pasado abril le operaron y pasó 20 días en el hospital, además el lobo, especie protegida, le mató una veintena de ovejas, tiempo en el que sus socias y sucesoras decidieron que era el momento de decir basta y vender la explotación, quesería y rebaño incluidos.
«Es algo que no tengo ni asimilado», comenta con voz temblorosa. Admite que, si lo vende todo, quizás se marche a Mocejón, en Toledo, donde hay fama de competiciones de galgos, su otra pasión. Si solo vendiera el rebaño, le gustaría quedarse «con la finca y cinco ovejas, un par de burros, un caballo y los galgos».
Por el momento, ha recibido ofertas y visitas desde distintas partes de España, como el País Vasco y Extremadura, para adquirir tanto el rebaño como la explotación entera, incluyendo la quesería y la tenada. «Nosotros les enseñaríamos a hacer las cosas», explica. Nieto señala que dos familias con cuatro trabajadores podrían vivir de la explotación si tuviera más ovejas. Así podrían tener más tiempo libre.
A José Nieto le «da más que pena» que su negocio y que tantos meses y años de trabajo se acaben así de repente. Admite que le ha «fastidiado más» la decisión de sus socias que la operación a la que se sometió y por la que estuvo ingresado en el hospital 20 días.
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«Es un mundo muy bonito el de las ovejas», sentencia con tranquilidad y mirando su rebaño. Cuenta que a su nieto, que tiene diez años, también le gusta el mundo ovino. «Al nieto le encanta, todo el día está conmigo». Sin embargo, no es una profesión que su hija y sobrina quieran para él.
Otra de las cosas que le da pena a José Nieto de tener que deshacerse de su explotación es dejar de vender queso, ya que se puede «vivir de ello», junto con la venta de corderos. Admite que está «orgulloso» de su trabajo y que le apena que su queso «se extinga».
En su quesería, a modo de álbum de recuerdos, tiene un mural con fotos. Nieto recuerda a las personas que ahí aparecen y se emociona. En las instantáneas aparecen los pastores que han trabajado con ellos, algunos alrededor de 30 años. También aparecen sus perros, él y su mujer vendiendo queso en Cerratón de Juarros, todo el rebaño cuando había más de mil cabezas, sus hijas, su padre... Toda una vida dedicada al ganado ovino, que se esquilaba año a año en el concurso de Salgüero de Juarros.
Actualmente, el queso que elabora la familia de José Nieto se vende en cuatro tiendas de Burgos a las que su padre empezó a suministrar y no se puede ampliar por la falta de más producción. Asimismo, este queso también se puede adquirir en San Millán de Juarros, Ibeas, Atapuerca, Villasur de Herreros, Urrez y la cantina de Arlanzón, donde más unidades vende.
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