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Agustín, ejemplo de apuesta por la vida en un pueblo burgalés entre el negocio y la afición

Agustín, ejemplo de apuesta por la vida en un pueblo burgalés entre el negocio y la afición

Tras cinco años gestionando el bar de Vizcaínos, pueblo de Burgos, junto a su pareja, Agustín amplía su apuesta por la vida rural con la creación de una empresa de venta y restauración de antigüedades cerca de Salas de los Infantes

Lunes, 26 de septiembre 2022, 07:25

Cinco años lleva Agustín Martín Sánchez gestionando, junto a su mujer, el bar del pueblo burgalés de Vizcaínos. Una localidad de 46 vecinos ubicada en la comarca de La Demanda y Pinares. «La vida da muchas vueltas», reconoce en un momento de la conversación, y ... así es. Él es natural de Salamanca, pero se casó con una burgalesa y, después de vivir mucho tiempo en Burgos, acabaron en Logroño por motivos laborales.

Desde Logroño llegaron a Vizcaínos y Agustín ya no solo gestiona el bar del pueblo, ahora también ha decidido abrir una empresa de restauración y venta de antigüedades a la orilla de la N-234, en el término municipal de La Revilla. Agustín es un hombre que, tras cinco años en este pueblo burgalés, sigue apostando por su vida allí.

¿Y de Logroño hasta Vizcaínos? De Logroño a Vizcaínos llegó esta pareja porque su suegro es de otro pueblo burgalés. «Veníamos mucho por aquí en vacaciones, fines de semana, cuando podíamos. Así me enteré de que los chicos que gestionaban el bar de Vizcaínos lo iban a dejar. Teníamos ganas de venirnos, aunque en Logroño teníamos trabajo, pero también nos animó el estar más próximos a la familia de mi mujer. Tener ese apoyo y ser apoyo también para ellos», recuerda Agustín. Así llevan ya cinco años gestionando este negocio y ahora Agustín se ha animado a emprender este otro negocio.

Apostar por los sueños en el mundo rural

Agustín reconoce que, desde antes de la pandemia, pasaba por la nave que ahora ha alquilado y pensaba en el uso que él la podría dar. Siempre ha sentido pasión por las antigüedades y se ha dedicado a ellas, las ha coleccionado y restaurado. Al llegar a Vizcaínos el espacio era reducido, así que tenía cosas guardadas en casa de su suegro y de algún amigo. La nave era el lugar ideal para almacenar, catalogar, restaurar y vender antigüedades. Entró en el local en junio y ya cuenta con una gran colección entre las que destacan piezas curiosas como algún carro de labranza antiguo.

En su condición reducida, esa nave, al final ofrecerá una imagen completa de la vida en estos pueblos castellanos. Hasta ahí llegan objetos que adquieren otra categoría, la de recuerdos y memoria. Son reflejo del pasado, nos hablan de él. Por eso, Agustín reconoce que a él no le gusta que se note en la pieza la intervención de la restauración. Ha sido autodidacta y ha ido aprendiendo con la experiencia, «hay piezas que se limpian y parecen nuevas, pero hay otras a las que les va mejor una restauración que no borre el paso del tiempo», explica.

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El proyecto de Agustín es ir adecentando la nave y llenándola de antigüedades. Igualmente, trabajará en estas, restaurándolas y limpiándolas para adecentarlas para su venta, «hay mucho trabajo aquí todavía», reconoce. Este verano ya ha comenzado, de hecho, con la venta de antigüedades y ha terminado algunos compromisos que tenía con clientes. «El mes de agosto ha sido bueno, he ido vendiendo cosas, ha habido interés por parte de la gente que venía a la zona. Ahora ya se nota que ha bajado el ritmo», reconoce Agustín.

El mes de agosto ha sido duro, al aumento del trabajo en la nave de antigüedades se suma que los clientes del bar de Vizcaínos también aumentan en el verano. «El mes de agosto ha sido duro, aquí es lo que ocurre, que el trabajo es muy estacional. En el bar se nota mucho cuando comienza a llegar la gente al pueblo», explica Agustín.

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Diferencias estacionales en el medio rural

Los dos primeros años que esta pareja estuvo gestionando el bar de Vizcaínos fueron «muy bien», así lo reconoce Agustín. Sobre todo, en esos meses de verano, «pero después nos ha fastidiado mucho la pandemia. Se nota que este año ha ido mejor que el del 2020 y del 2021, porque esos doy gracias que trabajamos algo, pero, aunque ha aumentado la gente no he visto esa alegría anterior a la pandemia», apunta.

El bar de Vizcaínos es un negocio pequeño, de pueblo, que da para vivir una familia, «unos meses compensa con otros», explica Agustín. Quien reconoce que la vida aquí «es completamente diferente a la de una ciudad, te cambio todo, hasta los horarios de las comidas. Y, sobre todo, cambia mucho la vida del verano al invierno».

Incluso las relaciones sociales y con los clientes. «Aquí se establece otra relación con los clientes, hay un vínculo más fuerte. Hay gente que viene todos los días desde otras localidades. Al final, un pueblo sin bar es un pueblo un poco más muerto. Es el lugar de juntarse, evadirse, echar la partida», explica Agustín.

Adelante con el proyecto

El futuro de este ya vecino de Vizcaínos es seguir con este proyecto. «Sabemos que estos meses serán más complicados, pero puedo centrarme en la restauración. Hoy por hoy es un sueño mío, pero tengo que ir evaluando cómo sale. La prueba de fuego será el siguiente verano. Ahora tengo trabajo y tener proyectos es importante», reconoce.

Así que, Agustín podrá dedicar este invierno más tiempo a trabajar en carros de labranza de colores espectaculares, pintados a mano. Tendrá más tiempo para dedicar a ese piano francés de 1800, a esa máquina recreativa infantil de los años sesenta, a restaurar un trillo con un cristal para convertirlo en una mesa. En definitiva, tendrá tiempo para involucrarse en esas obras de arte, joyas del tiempo que preserva en esa nave por la que ha apostado en el mundo rural.

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