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Los secretos dolorosos del antiguo Hospicio de San AgustínSi hay un lugar que genera inquietud y un halo de dolor sordo es un hospicio, un orfanato. La imagen del cine de estos centros y la vida que manaba de ellos en los años de la posguerra, no está lejos de la realidad que ... vivieron los hospicianos. Hijos de madres solteras o, simplemente, niños y niñas abandonados por su padres en el torno del hospicio.
La historia de esta semana, en el fondo, es la de la esperanza. Porque si bien es cierto que muchos hospicianos vivieron hasta morir en ese asilo, otros muchos prosperaron. En el caso de Burgos, la Diputación, que era el ente gestor del orfanato, propició trabajo y prosperidad a muchos de los encerrados en el hospicio.
El blanco y negro de las fotografías reflejan la tristeza del lugar, pero las sonrisas de niños y monjas dejaban entrever un rayito, escaso pero algo era, de esperanza ante la vida que se abría a los ojos de las niñas y de los niños.
La historia de Joaquín Domingo es la de un niño nacido en el Hospicio de Burgos. Hijo de una mujer soltera en los años 50. Para la autoridad, eclesial, un hijo nacido del pecado; y por tanto impuro. Sin embargo, el afán de Joaquín y de su madre por salir adelante y tener una vida digna, les hizo prosperar. Esta historia no es de miedo, es de luz. Y aunque las tétricas paredes del Hospicio hoy ya no existen, el recuerdo del torno, que se puede ver tapiado, es un símbolo para tener presente que allí hubo dolor; mucho dolor.
Un torno que estuvo habilitado hasta los años 60 del siglo pasado. Hoy nada más es un símbolo de todo lo que se vivió entre aquellas paredes, para algunos malditas y para otros un lugar en el que hacerse persona. Es el caso de Joaquín Domingo. Ahora jubilado, este hombre encontró en el Hospicio la puerta del futuro.
El viejo torno tapiado encierra miles de historias y misterios. Es uno de esos lugares que aun hoy, estando cegado, tiene muchos secretos impregnados en sus piedras. En el Hospicio, de noche, una religiosa guardaba el lugar, esperando que alguien pudiera dejar una criatura recién nacida en el torno. Al llegar, generalmente la madre, tocaba una campana y dejaba al niño o a la niña. Al sonido de la campana, la religiosa sabía que debía girar el torno.
Nadie preguntaba por la identidad de la madre. Ni de la criatura. Al bebé le ponían el nombre del santo del día en que había sido depositado en el torno.
El 17 de mayo de 1916 dejaban a Teresa Domingo, la madre de Joaquín, en el torno del Hospicio de San Agustín. Allí estuvo hasta que la sacaron para ser criada por una familia de Citores del Páramo. En ese pueblo, el padre de la familia que adoptó a la niña muere de neumonía después de rescatar a una persona que se había tirado a un pozo. Ese hecho hizo que la devolvieran al Hospicio.
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Allí estuvo hasta que pudo trabajar. En ese momento la llevaron a servir de criada en Castrojeriz. Posteriormente sirvió a un militar en Burgos y también en Canarias. Regresó por salud y trabajaba gratis durante la Guerra Civil. Teresa estaba destinada en la cuna. Pero cuando venía un camión de heridos también hacía trabajo en los quirófanos atendiendo y limpiando las estancias.
Conoció a una persona que trabajaba allí en el hospital, tuvo una relación con él y se quedó en estado. Su tío se lo comunicó al capellán, don Tomás Mata y a Teresa la enviaron a maternidad, prohibiéndole salir en todo el embarazo. Y ahí estuvo, cosiendo juegos de misa para la sobrina de la comadrona, doña Margarita. Y de pago le dieron una tarta.
Joaquín nació pero su madre bien sabía que «en Burgos no le iban a dar trabajo, porque a una madre soltera nadie la iba a contratar», explica el propio Joaquín. Así que a través de la monja Antonia Yeregui y de una conocida de ésta, la mujer pudo trabajar en Bilbao, en una maternidad con todos sus derechos.
Pero al cabo de unos meses, sor Antonia advierte a Teresa de que vuelva urgentemente a Burgos «que a tu hijo lo llevan para Valencia... me iban a adoptar en Valencia», dice Joaquín.
La mujer se presentó ante el director y le dijo que no se separaría de su hijo. Y el regente le contestó: «Mira, esto es como una granja, tu eres una vaca y has parido un choto. Lo juro que así fue», relata Joaquín Domingo rescatando el testimonio de su madre.
Joaquín estuvo en el Hospicio hasta los 16 años. Pronto entró a trabajar en la Diputación de Burgos en diferentes oficios. Recientemente se ha jubilado. Su historia y la de su madre tuvieron final feliz. Pero no fue así para muchos otros niños y niñas del orfanato de Burgos.
La realidad es que algunos de ellos, personas con algún tipo de discapacidad o enfermedad mental, estuvieron toda la vida entre las cuatro paredes del Hospicio. Pero en enero de 1972, concretamente el día cuatro del primer mes de hace 51 años, cambió la vida de muchos de aquellos chiquillos. Entraron en el paraíso del Hogar Infantil de Fuentes Blancas.
Fue un cielo abierto. Pasaban de no tener nada, ni frío podían tener porque no tenían calor con el que arroparse en San Agustín, a poder tocar un radiador caliente. De ducharse una o dos veces al mes a poder hacerlo a diario. Allí estuvo Joaquín unos pocos meses. Y así lo recuerda.
La asistencia de la Diputación de Burgos a los niños se mantuvo hasta que la Junta de Castilla y León asumió competencias en la materia, en 1988. Esto cambió, pero el recuerdo de las Hijas de la Caridad en muchos residentes estaba presente.
Inocencio Cadiñanos recuerda en el Boletín de la Institución Fernán González que en las ordenanzas del primer hospicio se decía que era una «casa hospicio y refugio… para alivio y socorro de los pobres de ella... en la que igualmente se recogiesen también los niños expósitos». Objetivos que estuvieron unidos desde 1766 con el nombre de Hospicio Provincial.
Mientras que los niños fueron tenidos por hijos de la casa, los pobres tuvieron la consideración de acogidos .Eran los 'hospicianos y expósitos' en expresión popular, recuerda Cadiñanos. Nace el Hospicio por lo tanto como un lugar de acogida.
Pero el término 'hospiciano' nunca ha tenido buena fama. Cadiñanos recuerda que la tacha de hospiciano «fue considerada como un menosprecio y casi insulto y el recogimiento en ellos, un abandono familiar y un castigo. Estos establecimientos han sufrido en el transcurso de los tiempos innumerables vicisitudes, mudanzas y contrariedades, como casi todos los de carácter benéfico».
El autor explica que el primer hospicio en Burgos data, nada menos que de 1495, cuando existía «un hospital llamado de Santa María de los Huérfanos, también denominado Michelote, dotado con 1.000 maravedíes, concedidos por Juan II.
Su funcionamiento a lo largo de los siglos estuvo a cargo de la Cofradía de los Escribanos. En el siglo XVII disponía tan solo de cuatro camas. Recogía a pobres 'vergonzantes' y no solo huérfanos.
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