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Llegan las fiestas de San Pedro y San Pablo, y con ellas regresan a las calles los gigantillos, burgaleses ilustres donde los haya. Pocas celebraciones tradicionales se llevan a cabo en la ciudad sin contar con la presencia de dos figuras ancladas como pocas en ... el imaginario colectivo burgalés. De hecho, ambas figuras se han convertido con el paso de los años en todo un símbolo de la ciudad, atravesando incluso nuestras fronteras, como sucedió en 1939, cuando gigantillo y señora bailaron ante toda la cúpula del Partido Nazi en Hamburgo.
Pero vayamos por partes. Antes de aquello, lo cierto es que tanto gigantillos como gigantones ya habían salido en numerosas ocasiones de paseo fuera de Burgos, ejerciendo a la perfección su rol folclórico. Se trataba ya entonces de figuras muy reconocidas. No en vano, sus orígenes se encuentran en el siglo XVI. Al albur de la reforma protestante, se confeccionaron varias figuras, incluidas los gigantillos, que pretendían representar el pecado y la herejía, respectivamente. Se trataba, pues, de dos figuras «horrendas» y grotescas», vestidas con colores chillones y totalmente fuera de lugar, según las descripciones de Anselmo Salvá. El gigantillo, de hecho, tenía dos cabezas.
El deterioro acumulado durante siglos obligó al Ayuntamiento a rehacer todas las figuras y se aprovechó para cambiar radicalmente el aspecto de los gigantillos, que de acuerdo al diseño de Isidro Gil, representan desde entonces a una pareja de alcaldes serranos.
Fue en aquel contexto en el que los responsables de la FET de las JONS se dirigieron en 1939 al Ayuntamiento para solicitar la cesión de los gigantillos con el objetivo de que representaran a España en el festival internacional que iba a celebrarse en agosto en Hamburgo bajo el auspicio del régimen nazi.
La petición era, hasta cierto punto, peliaguda. No en vano, el Ayuntamiento había dictaminado 13 años antes no ceder «enser, mueble u objeto de propiedad municipal» por los «sensibles deterioros» que se venían registrando. Sin embargo, el Gobierno franquista había dado por concluida la Guerra CIvil varios meses antes y los lazos con el Partido Nazi se estaban estrechando, así que los responsables municipales consideraron entonces que la petición de la FET de las JONS era «excepcional y extraordinaria», dando luz verde a su cesión el 7 de julio.
Eso sí, la cesión se aprobó con dos condiciones ineludibles. A saber, que «la conducción y cuidado» de ambas figuras había de estar confiada «al personal municipal correspondiente» y que «cuantos gastos se originasen» por el traslado debían ser »satisfechos íntegramente por la organización solicitante».
De esta forma, los gigantillos emprendieron su viaje acompañados de varios trabajadores municipales. No fue un viaje fácil, por cierto, ya que hubieron de ser trasladados por barco desde Lisboa. Eso sí, todos llegaron indemnes a su cita en Hamburgo.
En la ciudad alemana se habían congregado representantes de buena parte del mundo, convocados por la 'Kraft durch Freude' (Fuerza por la Alegría), una organización dependiente del Partido Nazi y dedicada a la organización del ocio de los alemanes. La cita era, pues, de relumbrón. De hecho, la presidencia de la misma corrió a cargo de los máximos representantes del partido nazi, con el mariscal Hermann Goering, lugarteniente de Hitler, a la cabeza. El propio führer haría las veces de anfitrión de la cita.
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Aythami Pérez Miguel
Era el 26 de agosto de 1939 y faltaban apenas seis días para que el ejército alemán invadiera Polonia, dando así el pistoletazo de salida formal a la Segunda Guerra Mundial, pero la delegación burgalesa había ido a Hamburgo a bailar los gigantillos y así lo hizo. Los encargados de tal menester fueron Clodobaldo Pascual 'Clodo' bajo las faldas de la gigantilla y Antonio Vecino 'Pancilla' a los mandos del gigantillo.
Según las crónicas de la época, incluidas las de Mari Cruz Ebro, su baile debió de impresionar al respetable, que se arrancó en taconeos. De hecho, la delegación burgalesa se acabó llevando el triunfo en el torneo artístico internacional.
Y con esa victoria bajo el brazo, la expedición regresó a la ciudad del Arlanzón. Los gigantillos se habían dado un buen paseo, habían hecho las delicias del público alemán y no habían sufrido daños. Misión cumplida.
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