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Grabado de Antonia Jacinta de Navarra BC
Los estigmas de Antonia Jacinta, abadesa de las Huelgas
Burgos Misteriosa

Los estigmas de Antonia Jacinta, abadesa de las Huelgas

El Monasterio de las Huelgas Reales, además de panteón real y lugar de solaz de los reyes y pompa medieval, fue un suntuoso lugar de reclusión de princesas e hijas de condes y señores de Castilla. Alfonso VIII dio los más grandes privilegios a esta fundación. Entre los enigmas que encierra está el de la abadesa estigmatizada, Antonia Jacinta de Navarra

Viernes, 16 de junio 2023, 09:43

No hay lugar de más paz y sosiego en Burgos que este rincón al oeste de la ciudad. Entrar al Compás de Adentro por el Arco medieval es viajar en el tiempo y trasladarse más de 700 años en el tiempo. Esta fundación de Alfonso VIII es un pequeño paraíso. Pero esta consideración está viciada por los enigmas que encierra el Monasterio.

El monumento es un cementerio, un museo de telas que custodia un tapiz de Miramamolín -el Pendón de las Navas de Tolosa-, un cenobio y un centro de poder. En repetidas ocasiones hemos hablado de lugares de poder en Burgos. Y este, junto con muchos templos de la ciudad, es uno de los centrales.

Era -y es- un lugar de poder y centro del Císter femenino, como dice el arzobispo don Rodrigo en su Libro VII, capítulo XXXIII, en una cita recogida por Eduardo de Ontañón, en la revista Estampa, donde dice que se recogen «singulares peleas con el diablo y alegres vuelos celestes, una de estas linajudas damas: la ilustrísima abadesa y prodigiosa y venerable señora doña Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva».

¿Quién era esta enigmática mujer?

La vida de Antonia Jacinta de Navarra estuvo llena de hechos prodigiosos que trascendieron los límites del Monasterio de Las Huelgas. Tras superar una grave enfermedad en su juventud, su cuerpo se llenó de llagas en los mismos lugares donde Cristo tuvo las suyas.

Esta historia la cuenta Joseph Moreno Curiel en un prolijo libro, 'Jardín de flores de la gracia, vida y virtudes de la prodigiosa y venerable Señora doña Antonia Jacinta de Navarra y de la Cueva, abadesa del Real Monasterio de las Huelgas'. Editado en Burgos en la imprenta de Atanasio Figueroa en 1736 y reimpreso en Madrid.

El relato del religioso de la Orden de los calzados de la Santísima Trinidad de Burgos, Joseph Moreno Curiel está tomado de los escritos de los confesores de la religiosa que ya recogiera en una primera publicación Juan Saracho, abad, visitador, definidor y confesor de la venerable mujer.

Antonia Jacinta nació el 17 de diciembre de 1602. Era hija de don Felipe de Navarra, descendiente de Carlos III de aquel reino, y de doña Mariana Aponte. Fue educada en la fe y la piedad de sus padres, estos nobles navarros emparentados con la casa real. Tal era su celo apostólico que ya de niña mostró su deseo de ser religiosa. Como hija de noble que era, Antonia Jacinta, entró en el monasterio burgalés en 1609. Además de cultivar la fe, tendría la posibilidad de estudiar porque el Monasterio de las Huelgas contaba con buenas profesoras de diversas materias

Devoraba las vidas de santos y gustaba de retirarse a lugares solitarios para poder disfrutar del placer de la oración. Lo cierto es que el monasterio era una suerte de colegio de doncellas que, superado el internado, optaban bien por la vida matrimonial con pretendientes ya determinados por sus padres, o continuar con la vida monástica.

La intención de su padre era sacar a Antonia del convento. Sabedora de ello, la joven ordenó a una sirvienta que le cortara su larga y bella cabellera rubia al cero. Cuando la vio su padre, que ya había concertado su casamiento, enfureció y la dejó en el monasterio. Con esa trampa, la joven engañó a su padre y pudo continuar con su vida de oración.

Hizo los votos en febrero de 1618, cuando contaba nada más que 16 años de edad. Lo hizo de la mano de una de las abadesas más importantes del monasterio, la madre Ana de Austria (hija de don Juan de Austria). La pobreza era un voto fundamental para la joven; austera y generosa, repartió entre sus compañeras monjas los regalos que le llegaban de su familia.

Compás de Adentro, en el Real Monasterio de las Huelgas. BC

Al poco tiempo de ingresar enfermó de gravedad. Su escasa alimentación, los madrugones y los esfuerzos más allá de lo natural, pasaron factura a la religiosa; pero superó su enfermedad. Las secuelas fueron sorprendentes: En sus pies, manos y costado aparecieron los estigmas de la pasión de Cristo.

Las llagas

En algunos momentos de su vida se la creyó poseída por el demonio y la misma abadesa Ana de Austria ordenó que se le realizaran los exorcismos necesarios para sacar al maligno de la joven. Miles de personas pudieron ver las llagas, que se le producían los viernes y algunas fechas señaladas.

La primavera empezaba a asomar por el monasterio. El mes de abril alboreaba. La joven de 19 años empezó a sentirse mal. Unas heridas extrañas hacían brotarle sangre de la cabeza, como si llevase encima un casco de espinas, similar al que portó Cristo en la cruz.

Llegaba la Semana Santa; el 9 de abril era Viernes Santo. En su periodo de reposo en su celda -y siempre según el testimonio de la religiosa, recogido por el abad Juan Saracho y Moreno Curiel- recibió la visita de un ángel que le abrió las heridas en las manos y los pies.

El relato es estremecedor: «Dexando la carne separada, nervios, y huesos descubiertos… /… Quando se rompió el costado, se estremeció con violencia el cuerpo. Con el temblor grande, y fuerza que hizo, para resistir el dolor, rompió el abito hasta la cintura».

Entre las curiosidades que se destacan en su principal biografía esta una protagonizada por otra religiosa, Isabel Clara de Velasco. Esta monja no creía en la verosimilitud de las llagas y quiso comprobar por sí misma los hechos. Otras compañeras apuntaban a que eran llagas pintadas y en cierta manera la ridiculizaron. Sin embargo, Antonia Jacinta no juzgaba a ninguna de ellas.

Los fenómenos de carácter místico acabaron y la monja tuvo una vida apacible en el convento. Fue propuesta como abadesa en varias ocasiones y desistió. Sólo acató los deseos de la comunidad cuando los superiores la conminaron a que «accediera en acatar los planes de Dios». Tres años gobernó ese cenobio, entre 1653 y 1656. Moreno Curiel estima en su obra que «gobernar el Monasterio de Las Huelgas en aquel tiempo y en aquellas circunstancias no era para una mujer de medianas cualidades; y la mayoría de votos obtenida en la elección demuestra su arraigo y autoridad moral en la comunidad».

El 24 de agosto de 1656 falleció en el monasterio y su fama de santa se decía de boca en boca. Incluso se puso en marcha un proceso de beatificación que finalmente no se llevó a cabo porque «no era permitidos en la Orden de Císter.»

En la sala capitular del Monasterio se guarda un retrato de Antonia Jacinta de Navarra. Es un lienzo que Domingo Hergueta, en Boletín de la Institución Fernán González atribuye a Diego de Leiva, pero un estudio del profesor René Payo, en la misma publicación, descarta su autoría por no coincidir en el tiempo.

Exterior del Monasterio de las Huelgas Reales. JCR

La abadesa que nombraba alcalde de Burgos

En la ciudad de Burgos se dice que la abadesa de las Huelgas «tiene tanto poder como el Papa». Y que tanto era su poder que hasta nombraba a los regidores de la ciudad. En una etapa histórica en la que el poder político y el religioso se imbricaban, el privilegio de ser abadesa sólo era de las hijas de nobles, no de virtuosas mujeres de fe. Y es así, no tanto por el poder espiritual, que sin duda lo tenían, sino porque las abadesas tenían una consideración notable y eran «pequeñas reinas, dominantes sobre un multiforme territorio, que comprendía cincuenta y una villas y lugares», relata Ontañón en la revista Estampa.

En estos dominios «ejercían imperio absoluto, nombrando hasta los alcaldes, escribanos, alguaciles y toda clase de funcionarios municipales», El poder de la abadesa era casi total porque estas mujeres con este cargo unipersonal, llegaron a tener «jurisdicción civil y criminal dentro de la misma ciudad», así como en el comercio y los mercados de granos [lo que es lo mismo, el primitivo mercado de valores, la bolsa]. Aquel mantra de que la abadesa tiene tanto poder como el Papa de Roma no es baladí. Presidía capítulos religiosos a los que acudían «los más claros varones, obispos, abades y abadesas de Castilla y de León».

Como relata Ontañón, encabezaba sus decretos con «fórmulas en las que se declaraba 'Señora, Superiora, Prelada, Madre y administradora legítima, en lo espiritual y temporal' de villas y lugares a su cargo; 'Señoría y Vasallaje', y con jurisdicción omnímoda, privativa, cuasi episcopal, Nullius Diócesis, y Reales privilegios». En el cuadro de clasificación provisional del archivo del Monasterio de Las Huelgas figura la documentación para la causa de canonización de la venerable Antonia Jacinta de Navarra, con sus testimonios, la correspondencia de la mujer y los diarios autógrafos de la venerable.

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