El 23 de septiembre se cumplirán 133 años de una de las mayores tragedias que recuerda la provincia de Burgos. Aquella noche fatídica chocaron dos trenes entre las estaciones de Quintanilleja [Quintanilla de las Carretas] y la de Burgos. Un expreso que de provenía de ... San Sebastián colisionó de frente a un tren mixto que llegaba por las mismas vías. 15 muertos y 125 heridos de diferente consideración. Algunos de los fallecidos, ilustres.
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Pedro Jaca era el conductor del tren mixto. Salvó la vida a su pasaje, pero no puedo evitar su propia muerte. Fue capaz de frenar su tren y se quedó en su puesto hasta que el expreso de San Sebastián le aplastó y lo mató. Era un 23 de septiembre de 1891.
El relato de la prensa de la época es escalofriante. Los periódicos de la época, más allá de los diarios locales, recogieron el suceso con un pasmoso detalle. La Vanguardia, El Liberal, La Correspondencia de España, La República, El Imparcial, El Día, La Ilustración Ibérica, Revista de España, La Ilustración Española y Americana, La Dinastía, El Siglo Futuro, ABC… todos.
La Federación Castellano Manchega de Ferrocarriles, en su documento sobre accidentes ferroviarios en España, de enero de 2023 lo relata así:
«El choque se verificó en plena vía y fue causado por un error del personal de circulación de la estación de Burgos que, equivocadamente, dio salida al expreso cuando el mixto ya había partido de Quintanilleja. En el momento de la colisión, la velocidad según itinerario era para el mixto de 30 kilómetros por hora y para el expreso de 55».
Pedro Jaca, el maquinista del mixto que iba al frente de la máquina llamada 'Villadiego', se apercibió de que el expreso se aproximaba en dirección contraria y logró reducir considerablemente la velocidad del tren, hasta casi detenerlo. «No ocurrió así con el expreso, cuyo maquinista al parecer no se dio cuenta de la presencia del mixto, por lo que el primer tren colisionó a gran velocidad con el segundo».
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Las escenas de dolor. Los gritos de las personas atrapadas; los olores a carbonilla, a madera quemada… el horror. Los mugidos del ganado que transportaba el mixto… todo horror y muerte trágica alrededor de las vías. A escasos kilómetros del casco urbano de Quintanilla donde la gente se apresuró a ayudar a la espera de la llegada de auxilio.
La Revista de España, en su ejemplar de septiembre de 1891, relata así lo que un testigo estaba viendo: «Los instantes que precedieron al choque debieron de ser espantosos. El maquinista del tren mixto, Pedro Jaca, avanzaba con su tren aa una velocidad de 15 kilómetros por hora, cuando vio a lo lejos el farol rojo del expreso. Comprendió entonces la inminencia del peligro. Sereno ante la muerte que se le venía encima, hizo sonar el silbato de la locomotora, pidiendo freno; obedecida la señal, el tren fue poco a poco perdiendo su velocidad; pero el expreso, no supo detener su marcha, y avanzaba devorando la distancia.
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La mayor parte de las víctimas mortales y heridos graves se contaron entre las tripulaciones de las locomotoras de ambos trenes y el personal de servicio y el pasaje del expreso, al resultar aplastados los seis primeros coches de la composición por la inercia de los que llevaban detrás, al carecer el tren de freno automático. En cambio, entre los más de cuatrocientos pasajeros del mixto sólo hubo algunos heridos leves, amortiguada la colisión por nueve vagones de mercancías cargados de ganado situados entre la locomotora y los coches de viajeros, que iban a la cola del convoy.
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El testigo que habló con la Revista de España aseguraba: «Desde que salimos de Quintanilleja, dice el cronista, cuantos viajeros íbamos en el 'sud-express' nos asomamos impacientes a las ventanillas de los coches, ansiando penetrar con nuestras miradas la negra masa de tinieblas que envolvía la línea. El tren acortaba su marcha, a tiempo que iba apareciendo buen número de hogueras alimentadas por los restos de los vagones: allí, ruedas, barras de hierro violentamente retorcidas, astillas, trozos de banquetas, almohadones llenos de roturas...»
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En medio de este cuadro, «destacábanse imponentes las que fueron dos locomotoras. El 312 era el número de la máquina Manzanares, que arrastraba al mixto, y el 154 el de la máquina Villadiego, del expreso. Los dos monstruos habíanse juntado en espantoso abrazo: los topes de uno habíanse incrustado en el vientre del otro, enganchándose, agarrándose unas á otras las bielas, y así abrazados, espantosamente confundidos, hacían pensar en un horrible ayuntamiento de dos bestias quiméricas».
El relato de la muerte del maquinista Pedro Jaca es escabroso y lleno de detalles increíbles. «Cuando vimos su cadáver, treinta y seis horas después de la catástrofe, en el depósito del cementerio, aún tenía su brazo diestro alzado en la actitud de forcejear con la palanca para dar contravapor al tren».
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Y si detallista y macabro es el relato del testigo sobre el maquinista, otro sobrecoge aún más: «la rigidez de la muerte parecía haberse complacido en perpetuar aquella actitud, y en medio de los demás cadáveres procedentes del siniestro, el del maquinista, con su brazo elevado a la altura de la cabeza, parecía sostener aún no sé qué invisible bandera que nadie se había atrevido a arriar. Cerca de este muerto heroico estaba el cadáver de la niña de los marqueses de Camarines. Aún conservaba su cuerpecillo los graciosos hoyuelos que tanto embellecen la delicada carne de los niños».
Las escenas de dolor eran tremendas. Y el relato del testigo acentúa aún más ese dolor cuando relata que al caer un conserje funcionario municipal le informó al alcalde, Emilio Luis Rozas de que fel padre del maquinista Jaca pedía permiso para ver á su hijo. También maquinista, el padre acababa de llegar a Burgos en otro tren. Acudió al cementerio. «Cuando le vimos, todos los corazones latían con fuerza, y en algunos ojos brillaba el llanto».
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Se acercó silencioso al cadáver «y estampó un beso en la frente de su hijo; después rompió á llorar como un niño... Nada tan trágico como aquellas lágrimas corriendo sobre el rostro curtido del viejo maquinista. Sirva de consuelo á aquel inmenso dolor el sentimiento de admiración por el acto de su hijo, admiración de que en estos momentos participan todos».
Entre los fallecidos en el accidente estaban el que fuera director del periódico El Guipuzcoano, Lorenzo Leal; Francisca Asís Álvarez Estrado, hija de lo marqueses de Camarines; el vicecónsul de Inglaterra en Málaga, Maurice Long; el magistrado de Vitoria,Celestino de los Ríos y el apoderado de los duques de Medina Sidonia, Manuel Martínez Martínez.
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Cuatro años después de la tragedia llegó el juicio. El tribunal formado por los magistrados Manuel Pablo Gómez, Manuel Mendo y José María Silva condenó al factor que dio paso al expreso desde Burgos, de nombre Claudio Misiego y a Eduardo Pujó, que envió la comunicación entre los trenes.
Como cada vez que un accidente de estas características sacude a una región, los gobiernos y la Casa Real acude al lugar del siniestro para conocer los hechos en primera persona. En este caso fue la regente María Cristina de Habsburgo, quien acudió a los funerales, acompañada por el príncipe Alfonso XIII, y las infantas María de las Mercedes y María Teresa. Estuvo en la ciudad el 13 de octubre, a una misa de réquiem por las víctimas del accidente.
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Tan insigne visita debía tener un lugar de acomodo céntrico y a todo confort. La familia Muguiro acogió a la reina en el Palacio de la Isla, donde ella y su hijos pasaron dos días, el 12 y el 13 de octubre de 1891, antes de regresar a Madrid. En Burgos visitaron a las víctimas hospitalizadas y a las autoridades de la ciudad y de la provincia.
La nómina de accidentes, heridos y muertos que se han producido en las vías del tren de la provincia de Burgos son numerosísimos. Atrás quedaron las personas fallecidas como consecuencia de atropellos cuando el tren pasaba por el centro de la ciudad. Pero desde dos siglos, no han cesado de producirse desgracias aparejadas con el tren.
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La Federación Castellano Manchega de Ferrocarriles, en su documento sobre accidentes ferroviarios en España, de enero de 2023 los tiene recogidos. Entre los más renombrados, recuerda un choque de un vagón fugado de la estación de Burgos con un convoy de viajeros, el 16 de julio de 1861. El vagón escapó de la estación burgalesa arrastrado por el viento. Resultó herido un guardagujas que consiguió subirse al furgón en marcha con la intención de detenerlo, pero que no pudo conseguirlo antes de que este chocara con el tren que circulaba en sentido contrario. Hubo un herido.
Entre los accidentes también destaca el descarrilamiento de un tren de trabajos en el que viajaban varios trabajadores empleados en la construcción de la línea en un tramo en que, al parecer por razones de mantenimiento, se encontraban levantados varios carriles. La fuente no confirma el número de víctimas, aunque especula que pudieron ser dos o tres los muertos, aunque tenía noticias que apuntaban más de diez.
En este suceso, el tren retrocedía, empujado por una locomotora por su parte trasera, y los vagones descarrilados se fueron amontonando en el punto del descarrilamiento.Otro choque de un tren de material con una vagoneta de obras que se hallaba en la vía y que ocupaban varios trabajadores empleados en la construcción de la línea se produjo el 1 de julio de 1862 en Quintanapalla y el 2 de julio en Briviesca, otro choque de un tren de viajeros procedente de Vitoria y que no tenía parada en la capital de la Bureba con un conjunto de vagones que si hallaban detenidos en el interior del mismo.
El siniestro ocurrió al aparecer debido a u error de un cambio de agujas, debido al a tren tomó equivocadamente la vía en que encontraban los vagones en lugar de la vía directa que debiera haber tomado. Murieron dos mayorales que viajaban en uno de los furgones siniestrados.Así hasta más de 50 accidentes con resultado de decenas de heridos y varios muertos.
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