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En la ermita de San Amaro confluyen leyendas y hechos reales que nos llevan a concluir que este templo es un lugar de conexión entre la vida y la muerte. La realidad es que cualquier lugar de culto lo es; pero en el Hospital del Rey se dan una serie de coincidencias que ponen a esta ermita como nexo entre las dos realidades.
Pero es más. Durante siglos, la ermita de San Amaro ha sido epicentro de una exposición permanente de exvotos tétricos, horrorosos a la vista. Piernas ortopédicas, patas de palo y de escayola. Cuadros en los que se relataban los milagros del santo por cuya intercesión se había curado un labrador o un peregrino. Coletas y mechones de cabello humano, ojos de cristal, brazos de cera, cabezas de muñecas… un lugar lleno de misterio.
Basta observar la fotografía de la colección de Photo Club de Gonzalo Miguel Ojeda que es ahora de la Diputación Provincial de Burgos, para ver la amalgama de objetos que colgaban de sus paredes y el mejor lugar para pasar la víspera del día de los muertos.
Todo era un auténtico museo de los horrores a los ojos de cualquier vecino o de los fieles que se acercaban a rezar a San Amaro. Desde inicios de este siglo, con su restauración, los exvotos han desaparecido. Unos habrán sido tirados a la basura por su imposible conservación. Otros quedan custodiados por Patrimonio Nacional, sobre todo las pinturas, en alguna dependencia del Monasterio de las Huelgas Reales.
El recuerdo de niño de quien escribe es de miedo. Una impresión que queda grabada en el subconsciente para toda la vida; solo la mano de su padre, a que se asía con fuerza, hacía de protección ante ese viaje, no sé si al infierno o al purgatorio, pero a buen seguro que sí a un museo del horror. Todo, en mitad de un paseo infinito entre la chopera del Parral y la recia presencia del Hospital del Rey.
Los exvotos que colgaban de las paredes de San Amaro parecían cobrar vida entre la oscuridad de la ermita. Y hoy, aun sin esas tétricas ofrendas, entrar en el recinto de la ermita sigue siendo un viaje al otro lado de la realidad. En las paredes, hoy limpias del templo, se han quedado impresas como huellas invisibles, centenares de historias que nadie ha contado. Esas historias cobran vida cuando el viento sopla en el viejo cementerio y ulula entre las hojas de los árboles.
Este tipo de ofrenda es una manifestación de religiosidad popular, si bien roza el esoterismo, la magia o la superstición y supone una contradicción con la doctrina católica. Sin embargo, es una práctica, no sólo admitida sino en algunos ambientes ultra católicos recomendada.
Existen escritos en la Institución Fernán González que atestiguan la devoción a San Amaro. Jose Luis Monteverde, en su 'Esquema de cómo fue el Hospital del Rey de Burgos', publicado en el Boletín de la Academia Burgense, explica que la ermita de San Amaro estaba «enclavada en un cementerio» y no al contrario como podría parecer.
Según cuenta fue su vez capilla y el recinto «sirvió de enterramiento al barrio de Huelgas y al Hospital del Rey» El camino que llevaba al camposanto no podría ser otro que el 'Camino de los Muertos'. Los vecinos de más mayores de la zona sí recuerdan ese nombre como paso natural del barrio de Huelgas hacia el Camino de Santiago. Al final del camino se hallaba el cementerio y el templo dedicado al santo peregrino.
Burgos misteriosa
Monteverde describe la escena de esta manera: «Dicha ermita es pequeña y de sencilla construcción, obra del siglo XVI, con un sepulcro con estatua yacente, teniendo los paramentos interiores de sus muros totalmente cubiertos por unos lienzos alusivos a la vida del santo, y bajo ellos cuelgan innumerables exvotos, de cera en gran parte, y muchos cuadros representando curaciones obradas por él. Estos cuadros, de arte popular, que comienzan en el siglo XVIII o XVII, y alcanzan su mayor apogeo en la época romántica, con sus modestas habitaciones, también amuebladas a su estilo, que bien pueden servir de modelo para decoraciones de teatro, bien plasmado también el ambiente de dolor del enfermo y sus familiares, y en los que está el doctor siempre con su chistera calada, como atributo de su superioridad científica y puede verse en ellos la evolución de tal chistera y de la levita, muy notable, de 1825 a 1866».
José Sarmiento Lasuén, también en el Boletín de la Fernán González del primer trimestre de 1954, afirma bajo el título de 'Hospital del Rey, Alfonso VIII de Burgos' que «a fines del siglo XVIII y en el XIX, se enterraban en el cementerio adosado a la ermita de San Amaro». Las grandes personalidades, sin embargo, se hacían enterrar en el atrio e iglesia del Hospital del Rey mientas que el cementerio de la ermita contigua era el camposanto de los vecinos de la zona.
El profesor y director de la Real Academia Burgense, René Payo, en su obra sobre la colección de exvotos pictóricos del Santuario de Nuestra Señora de la Cuadra manifiesta su «esperanza en la sensibilidad» de los responsables de la ermita de San Amaro y que puedan reponer «buena parte de estas piezas, en la actualidad almacenadas, y que son no sólo una prueba de la religiosidad, cultura y arte populares, sino también uno de los elementos individualizadores y definidores del carácter peculiar de este centro cultural burgalés».
San Amaro no es la única, pero sí una de las más significativas ermitas exvotistas. En toda la provincia, decenas de lugares conservaban estas ofrendas. Nos fijaremos en otros dos lugares; uno por su popularidad, Santa Casilda en Briviesca; y otro por los estudios científicos del profesor René Payo, la ermita de la Virgen de la Cuadra en el Valle de Santibáñez.
En la segunda de ellas, la catalogación de exvotos la realizó en su día el historiador Rubén Olalla en el propio santuario de la Cuadra. Un trabajo minucioso y lleno de sorpresas por los detalles de los exvotos realizados en pintura. Posteriormente, Payo realiza un estudio exhaustivo sobre la colección de exvotos pictóricos del Santuario de Nuestra Señora de la Cuadra.
Uno de los más destacados por sus valores estéticos, narra un asalto a mano armada y fechado en 1754. Cuenta que Manuel Rojo «hijo de Agustín Rojo y Manuela de Riocerezo, su madre, vecino del lugar de Mansilla estando cenando con el cura y criado en la benta del Orvallar (sic), el lunes de carnestolendas entraron tres ladrones y le opusieron por delante y María Santísima de la Quadra le guardo».
Este texto aparece en la zona inferior del lienzo. Por encima, se desarrolla la escena de los disparos de mosquetes. Unas ráfagas luminosas junto a Manuel «indican que éste se hallaba bajo la protección de la Virgen».
Este exvoto es uno de los más «ingenuistas del conjunto pero quizá sea de los más importantes», no sólo por su antigüedad, sino también por su «especificidad temática» ya que no son demasiado frecuentes las obras de este género en las cuales «se nos narren asaltos o atracos», recuerda el profesor Payo.
La ermita y santuario de Santa Casilda en Briviesca es otro de esos lugares de exvotos de la provincia. En su día, como en todos los templos, estuvieron colgados de las paredes de la iglesia. Hoy se guardan en un discreto y recoleto museo en el santuario.
Allí se recogen tan sólo una muestra de los miles de exvotos que se ofrecieron en este lugar de culto de La Bureba. Muchas de estas ofrendas y agradecimientos tienen que ver con la ayuda de Santa Casilda a la fertilidad. Otros agradecían la intercesión de la santa mora de Toledo que les habían curado los males o devuelto con vida a un hijo que se fue a la guerra.
Otros luagres que han albergado exvotos son el Santuario de Nuestra Señora de Belén de Belorado, el de Nuestra Señora de las Tribulaciones y Paz interior, en Torrecitores del Enebral; la excolegiata de Valpuesta, la ermita de Nuestra Señora de Pedrajas de Poza de la Sal, o la ermita de Nuestra Señora del Torreón de Padilla de Abajo.
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