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El Sacamantecas, Juan Díaz de Garayo, fue detenido el León tras cometer horrendos crímenes. Mató, al menos, a seis mujeres. La Guardia Civil lo atrapó y lo condujo en tren hasta Pancorbo. Desde este pueblo burgalés, lo llevó a pie a la cárcel de Vitoria. ... Antes pasó por Poza de la Sal.
La del Sacamantecas se convirtió en una leyenda urbana para crear terror en la España de principios del siglo XX. Pero el personaje fue real. En muchos lugares de la Península Ibérica se mantiene esa leyenda de que «viene el Sacamantecas» como una amenaza o simple advertencia para hacer que los niños coman o se porten bien. De hecho hay rutas de senderismo en Huerta de Rey en las que los andarines se pueden encontrar con el Coco o con el Sacamantecas en 'La senda de los miedos'.
Este hombre asesinó, y así queda documentado, al menos a seis mujeres. Alguna de ellas en los límites con la provincia de Burgos, en la zona de Valdegobía. Las crónicas de la época apuntaban a que entre 1870 y 1879, mató y violó a seis mujeres que se sepa, cuatro de ellas prostitutas, con edades que iban de los once a los 55 años.
Tras su último asesinato, fue detenido en 1880 y condenado a muerte. Para su ejecución, fue llamado el verdugo de Burgos, Gregorio Mayoral Sendino. El burgalés había perfeccionado su herramienta de trabajo, el garrote vil, al que modificó ciertos mecanismos para evitar la tortura en la muerte de los reos.
Hay autores que sitúan la muerte de Garayo en Vitoria, en la prisión del Polvorín Viejo, y otros, en la de Burgos, como Francisco P. Fernández en su blog Operación Löwenzahn.
Juan Díaz de Garayo había nacido un 16 de octubre de 1821 en Eguilaz, una pedanía de San Millán, en el nordeste de la provincia de Álava. La historia de este sanguinario personaje se recrudece a medida que va enviudando. Lo hizo tres veces, pero no estuvo implicado en la muerte de ninguna de sus esposas. Sí, al menos, en la de otras seis mujeres. A varias de sus víctimas les infligió mutilaciones, desgarros, les sacó las vísceras…
Fue trabajador del campo en varios pueblos de Álava y del norte de Burgos. Las crónicas de la época dicen que, tras matar a su primera víctima, «un año después mata a la segunda, de nuevo una prostituta y, en agosto de 1872, los asesinatos tercero y cuarto se suceden con rapidez. La tercera víctima es una adolescente y la cuarta otra prostituta».
Sus siguientes crímenes fueron en 1873 y 1874. «Ataca a una prostituta y a una vieja mendiga que logran escapar con vida. Pasan cuatro años hasta la siguiente víctima y es en 1878 y 1879 cuando se reinician los asesinatos, primero con dos ataques sin muerte, y en septiembre con la muerte de una joven campesina, a la que destripa para alimentar la leyenda de El Sacamantecas y, sólo dos días después, llega la sexta víctima, estrangulada, violada y mutilada con crueldad».
Este asesino en serie apaciguaba su ira cuando se casaba: «quedaba tranquilo y saciado su excitable temperamento que, de no ser así, le arrastraba a las prostitutas y, con los años, al crimen».
A Garayo se le reconocía fácilmente. Era un hombre peculiar por su aspecto físico: «Frente breve y huidiza, cerebro pequeño, ojos juntos, nuca plana, todo ello prueba irrefutable de su degeneración. Todo esto le viene de nacimiento y, por tanto, hay que estudiar los antecedentes familiares de los criminales para encontrar signos que delaten sus futuras tendencias criminales. Además, la conducta criminal empeora con la vida disoluta y el abuso del alcohol. Era la época de la frenología».
La frenología es una doctrina que determina que las facultades psíquicas están localizadas en zonas precisas del cerebro y en correspondencia con relieves del cráneo.
Se basa en cuatro puntos principales: «En el cerebro hay diversidad de funciones, hay una relación entre órgano y función, hay influencia del órgano en la morfología cercana del cráneo y, con ello, tenemos la posibilidad del examen externo».
La frenología fue ideada a principios del siglo XIX por el médico alemán Franz Joseph Gall. Esta ciencia buscó evidencias en la autopsia de El Sacamantecas para acreditar su psicopatía. El examen de su cerebro determinó que Garayo tenía «el cerebelo pequeño y aplastado; el cuerpo romboidal disminuido y con mal color; los corpúsculos de Pacchioni demasiado grandes y la cresta occipital externa también algo exagerada». El famoso doctor José María Esquerdo dirigió la autopsia.
El periódico 'La Vanguardia' publicó los resultados de la autopsia: «El criminal ha dejado de serlo; el cadáver ha resuelto el problema; su cerebro abierto ha manifestado la causa del crimen; su encéfalo ha sido una revelación».
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Julio César Rico
El periódico barcelonés abundó en la descripción de la familia de Garayo: «El padre, borracho, cruel y poco de fiar; la madre, una histérica; los cinco hermanos, todos raros, aunque destaca Florentina, repulsiva, violenta, cruel, vengativa, enjuta de carnes, impúdica, de ojos negros, pequeños, vivos y penetrantes, y con nueve hijos; la pobre Florentina tiene subritérico color». El Sacamantecas en sí tenía un aspecto repulsivo.
El doctor Esquerdo, al contrario que otros médicos, determinó que El Sacamantecas era «un loco que no lo parece» y que nunca fue consciente de sus actos porque su cráneo así lo decía. «Es un imbécil y un idiota moral, un jorobado del cerebro» para este médico.
La descripción de las crónicas periodísticas dicen que era sanguíneo; alto, de frente estrecha y occipucio plano, con la base del cráneo ancha, color animado, pómulos salientes, facciones fruncidas, ojos pequeños, hundidos, desviados y uno de ellos torcido con siniestra mirada».
La descripción moral abunda en que «era imbécil, egoísta, glotón e indiferente; taciturno y frío, y nunca tuvo más amigo o amo que el vino».
Entre los más conocidos de la época están Manuel Blanco, Romasanta, el Hombre Lobo de Allariz, en Orens, que mataba niños para, con sus grasas, hacer ungüentos milagrosos. Francisco Leona Romero que, literalmente, se comió a un niño como remedio curativo de sus vísceras; o Enriqueta Martí Ripollés, que también mataba niños para hacer cremas milagrosas a modo de bálsamos de juventud.
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