Acabó con su vida después de matar al doctor psiquiatra Ignacio López Saiz. Eulogio González era una de esas personas a las que su trastorno le llevó, primero a la consulta del psiquiatra, luego al juzgado, de ahí al manicomio y después al cementerio. Tras ... cometer el cruel delito y ser juzgado, la Audiencia Provincial le consideró no imputable a efectos penales. La causa: enajenación mental.
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Eulogio González fue ingresado en el psiquiátrico de Oña (la prensa lo llamaba manicomio, sin escrúpulos). Allí acabó con su vida. Cuando mató al doctor López Saiz, Eulogio González tenía 63 años. Su médico, el que le trataba con confianza desde hacía años, moría asesinado a sus manos con 76. Pero no era la única vez que el enfermo lo intentó.
Lo inquietante del asesinato reside en el ejecutor. La historia de Eulogio es la del fracaso personal. El enigma, aquello que su mente maquinaba y su final, trágico. El Tribunal que le juzgó decretó que fuera internado «en una institución sanitaria, que conjugue el tratamiento de su enfermedad con el más estricto control de su persona y actividades, de la que no puede salir sin previa autorización, atendiendo a la peligrosidad del sujeto y la irreversibilidad» de su dolencia. Ese lugar fue el psiquiátrico de Oña.
Sólo unos días después de ser ingresado en el psiquiátrico, Eulogio se escapó. Anduvo varios días desaparecido. El personal del hospital de la Diputación Provincial de Burgos se afanó en buscarlo. Al amanecer salían a rastrear la zona más cercana al centro. Después, avanzaban más. Uno de esos días, un trabajador lanzó la alarma a otro compañero. Apareció. Muerto.
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Julio César Rico
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Estaba en una zona alta del recinto, junto a un pequeño lugar de retiro y oración. Estaba suspendido por un cable atado a su cuello. El testimonio de quien lo encontró es escalofriante. «Colgado. Y los pies le llegaban al suelo. Allí estaba».
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Los detalles del cadáver de Eulogio son escalofriantes. «Se le había alargado el cuello unos cuantos centímetros», detalla el testigo. El suelo bajo el que pendía el cadáver tenía «una especie de aceite» fruto, posiblemente, de que el cuerpo llevará ahí colgado varios días.
La reflexión nos lleva más allá. En el cerebro del demente «pasó algo». Tras cometer el atroz crimen, ser juzgado y encerrado en Oña, «este hombre tuvo un acceso de lucidez», recuerda un trabajador del que fuera psiquiátrico de Oña. «Y en ese momento fue consciente de lo que había hecho». Es una reflexión, para nada científica, pero que desde el punto de vista antropológico puede resultar eficaz a la hora de dar una respuesta a lo ocurrido.
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Los antecedentes de su enfermedad, como quedó certificado en el juicio en el que se le encausó, en 1986, determinaban que en 1958 empezó su tratamiento, aquejado de una «psicosis paranoide con ideas delirantes sistematizadas». Esta enfermedad, sin embargo, no le impedía desarrollar por completo su capacidad cognoscitiva evolutiva.
Los Soportales de Antón registraban aquel 27 de febrero de 1986 una agitación inusual. La parada del autobús de la Barriada Illera rebosaba de gente. El coche estaba a punto de llegar; ya había salido el de Grandmontagne y el reloj de la Caja de Ahorros Municipal de la plaza de Santo Domingo marcaba las 14.05 horas. El día era plomizo, con amenaza de lluvia, pero de suave temperatura.
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Unos minutos después, unos gritos llenaron la calle. Salían del edificio donde el doctor Ignacio López Saiz tenía su consulta y retronaban en los Soportales. Un hombre que se encontraba en tratamiento en la consulta del psiquiatra había acuchillado al médico y le había herido de muerte. La enfermera auxiliar de la consulta escuchó los gritos y se dio cuenta de lo que había pasado.
El estruendo alertó a un vecino del médico; era Telesforo Pardo, un comercial e inspector de seguros. Salió al rellano; entró en la consulta, auxilió al psiquiatra y detuvo al agresor. Un héroe. Eulogio González recuperó la consciencia por un momento, se dio cuenta de lo que había hecho y se dejó llevar, en manos del vecino, para ser recogido por cuatro policías municipales. Los agentes, que estaban esperando a unos compañeros para subir a las dependencias de la avenida General Vigón (hoy avenida de Cantabria), lo esposaron.
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Una ambulancia de la Cruz Roja se llevó al médico hasta el Hospital General Yagüe. En el trayecto, falleció. La Policía encontró en el lugar de los hechos un cuchillo con «mango de madera de 25 centímetros de longitud, hoja de 15,5 centímetros y una anchura de centímetro y medio».
Las crónicas periodísticas de la época informaban al día siguiente de que no se conocían las causas «aunque se cree, estaba siendo tratado por este psiquiatra», decían. El cuerpo de López Saiz presentaba, después de realizada la autopsia, heridas en el cuello, cara, tórax , abdomen y en las manos. También presentaba un cuadro de golpes que pudo producirse con un bastón.
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La noticia del asesinato de López Saiz llegó enseguida a todos los rincones de la ciudad. A medida que se iba conociendo la información, la población lo recibía con sorpresa, consternación y dolor porque el médico era un hombre muy conocido y querido por los burgaleses; más aún por sus colegas de profesión.
Instalaron la capilla ardiente en la morgue de las 'Trescientas Camas' y las muestras de dolor y solidaridad se multiplicaron en las horas en las que permaneció ahí el cuerpo del insigne médico. Según otro doctor, el también psiquiatra Jaime Esparza, en una información recogida por El País, afirmaba que «no era la primera agresión que recibía López Saiz». Las noticias llegaban con cuentagotas y cada vez eran más inquietantes y trágicas.
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El abogado José Luís Martín Palacín fue el encargado de llevar la defensa del demente en la Audiencia Provincial. En el juicio logró que el juez le considerase no imputable por enajenación mental.
El día 9 de octubre de 1986 en la Audiencia Provincial se celebró la vista oral contra el autor de la muerte del médico. Para el fiscal de Burgos, la muerte de López Saiz se debiera considerar un delito de asesinato a tenor del artículo 406 del Código Penal de entonces.
El escrito de la Fiscalía determinaba que Eulogio González, debía ser calificado como «autor del mismo (…) con la concurrencia de la circunstancia eximente primera del artículo ocho». Una eximente que se concretaba en su enfermedad mental. Además se solicitaba por responsabilidad civil «dos indemnizaciones de tres millones de pesetas en favor de la viuda de la víctima y de dos millones de pesetas para cada uno de los cuatro hijos».
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Por su parte, Martín Palacín, defensor del acusado, pidió el «sobreseimiento libre sin indemnización, alguna por concurrir la circunstancia eximente 1 del artículo 8 del Código Penal». La familia del médico optó por no ejecutar la acusación particular y dejar la acción acusatoria en manos del Ministerio Fiscal.
El 13 de octubre de 1986 se leyó la sentencia en el Tribunal. En ella se declara «expresamente probado» que el 27 de febrero de ese año, el procesado de 63 años, con antecedentes penales no cancelados, pero susceptibles de serlo, había cometido el delito que se le imputaba.
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El caso es que la enfermedad que padecía le llevaba a vengarse de aquellas personas que creía como «culpables de su injusta situación», como determina la sentencia. Una de esas personas era «el psiquiatra don Ignacio López, del que era paciente hacia años». Un hombre justo y bueno que sólo quiso ayudarle, fue su víctima.
La sentencia deja clara las intenciones del reo de matar a su víctima, como ya lo intentó, sin éxito y en parecidas circunstancias, el 5 de octubre de 1966. Se le procesó por el intento de homicidio y el juez determinó su ingreso en un establecimiento destinado a enfermos mentales.
Continúa la Audiencia Provincial, diciendo en su sentencia que Eulogio «no es responsable penalmente en concepto de autor» ya que se trata de «un enfermo mental, absolutamente inimputable, un enajenado, en el sentido del número primero del artículo ocho del Código Penal, exento, en consecuencia, de responsabilidad criminal».
El doctor López Saiz fue uno de los mejores psiquiatras de España, como atestiguan sus méritos y sus pacientes, así como su actividad investigadora. Escribió cinco libros y setenta comunicaciones, ponencias y artículos de temática psiquiátrica, médico-forense e histórico-médica. Destaca como su obra más importante 'Psiquiatría Jurídica Penal y Civil', que redactó con el abogado José María Codón, un 'vademecum' y libro de consulta para peritos y forenses en la redacción de sus informes de medicina legal.
Estudió Medicina en Valladolid, y Madrid. En 1932 obtuvo una plaza de médico de guardia del Hospital Provincial de Burgos y en pocos meses por oposición la obtuvo en el Hospital Provincial de Madrid. Se doctoró en Psiquiatría en 1933. Pasó por el mítico Hospital Psiquiátrico de San Luis de Palencia como jefe de Clínica, donde estuvo diez años «fundamentando y perfeccionando con la práctica y el estudio sus saberes especializados».
En 1948 regresó a Burgos, como médico psiquiatra de la Seguridad Social. Fue vocal del Tribunal Tutelar de Menores, jefe de la sección de Psiquiatría del Hospital Provincial, profesor de Psicología y Psiquiatría de la Escuela de Enfermería y director del Centro de Diagnóstico y Orientación. Fue reconocido como académico de número de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes Institución Fernán González en 1968, fue presidente de la Caja de Ahorros del Círculo Católico y colegiado de honor del Colegio de Médicos de Burgos.
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