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La Virgen María no sólo engendró a Jesús manteniendo su virginidad, sino que ella misma nació sin pecado original de la unión de san Joaquín y santa Ana. Ese es, al menos, el dogma emitido por la Iglesia Católica en 1854 tras siglos de controversia en torno al origen de la madre de Cristo. Sin embargo, mucho antes de aquella fecha, la idea de la pureza de la Virgen ya estaba plenamente asentada en el ideario hispánico.
Y es que, la Inmaculada Concepción es una figura clave en la historia de España desde tiempos inmemoriables. Incluso se le atribuye una intervención divina durante las guerras en Flandes.
Corría el año 1585 cuanto los tercios españoles desplazados a Empel (Países Bajos) se vieron, literalmente, con el agua al cuello. Y es que, las tropas flamencas protestantes habían acorralado a los soldados españoles en una colina tras haber abierto las compuertas de los diques y haber inundado todo el entorno.
Cuentan las crónicas que, en mitad de aquel desaguisado, un soldado que estaba cavando una trinchera se topó con una imagen de la Inmaculada Concepción. Acto seguido los tercios se encomendaron a la intervención divina y aquella noche se levantó un fuerte y gélido viento que congeló las aguas, ofreciendo una vía de escape y dando la oportunidad a los tercios de ganar la batalla.
Con mucho arte
El suceso, como no podía ser de otra forma, trascendió a la historia y la Inmaculada Concepción sigue siendo hoy la patrona del Ejército de Tierra y el 8 de diciembre, fecha contemplada por la Iglesia al situarse nueve meses antes que el nacimiento de María, es fiesta nacional.
Pero si importante es la Inmaculada Concepción para la tradición española, aún lo es más para el arte. Y es que, son miles las representaciones iconográficas que se conocen de su figura. Unas representaciones que en origen fueron relativamente libres, pero que a medida que avanzaban los siglos comenzaron a repetir los mismos patrones.
Así de hecho se puede comprobar en el Museo de las Bolas de Aranda de Duero, donde descansan varias pinturas de la Inmaculada Concepción, representada con una túnica blanca (pureza) y cubierta con un manto azul (etrernidad) con algún detalle rojo (pasión de Cristo). A menudo, también se la representa flotando con una luna a sus pies, una docena de estrellas sobre su cabeza y acompañada de angelotes, amén de otros elementos que se repiten con asiduidad, como una serpiente, una torre o un huerto.
Y todo ello con un sólo objetivo: mostrar la pureza original de la madre de Cristo.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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