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En el horizonte no se vislumbra el final. En la primera ola querían imaginar que en verano los virus desaparecían. Pero no. La tregua fue mínima, al menos en el Hospital Clínico de Valladolid, y a finales de agosto comenzó el goteo constante ... de pacientes que requerían de nuevo de cuidados intensivos. Ya son tres meses de una segunda ola que no atisba el final y la fatiga que arrastran médicos, enfermeras, técnicos auxiliares, celadores y demás personal de UCI es soberana. Aquí no ha habido tiempo para resetear, «y ya hay quien habla de una tercera ola después de Navidad», repiten en cada una de las unidades donde se cuida a los enfermos críticos. Están «agotados», tanto física como mentalmente, pero nadie tira la toalla. «No nos lo podemos permitir, no hay un no podemos, eso para nosotros no existe», sostiene Ramón Cicuéndez, intensivista.
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Ni siquiera en la primera ola, cuando en la primera planta oeste se atendía a los críticos «con lágrimas en los ojos» en una estampa difícil de olvidar entre compañeros. «Hemos hecho todos un esfuerzo muy grande, tanto la gente con experiencia que ha preparado a marchas forzadas a recién llegados, como la gente que ha venido sin experiencia y que ha hecho un esfuerzo terrible por aprender», resume María Fernández, enfermera.
La compenetración es absoluta y el trabajo en equipo, indispensable. Hacen falta cinco profesionales para dar la vuelta a un enfermo que necesita respirar mejor boca abajo, y cinco más para realizar una traqueostomía. Tienen miedo. Lo admiten. Tuvieron a un compañero ingresado en la UCI tres meses y vieron después las secuelas que deja el virus.
El grado de presión en cada turno es desconocido. Y las guardias solo entienden de ritmos frenéticos bajo un traje EPI que pesa, oprime y desgasta. En cada zona de vestuario hay una pared empapelada con el protocolo para retirar el equipo de protección: guantes, gel hidroalcohólico; bata, gel hidroalcohólico; gafas, gel hidroalcohólico... «Estamos cansados», admite Rodrigo Poves, «pero tenemos una responsabilidad con la sociedad», añade.
La fuerza la sacan «de los pacientes», añade el intensivista Ramón Cicuéndez. Si no, sería imposible. «No somos héroes, somos humanos, y el esfuerzo continuado de trabajo intenso tiene que pasar factura sí o sí».
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