Nadie piensa que le pueda pasar. Nadie sospecha que un respirador pueda acabar en su tráquea como único aliado para salvar la vida. La UCI queda aún demasiado lejos entre la sociedad. Impensable. Hasta que el oxígeno falla y una neumonía bilateral estrangula los pulmones. ... Así está un paciente tras una comida familiar con su hijo, recién llegado de Barcelona.O la mujer del segundo box, que pecó de cariño en la última visita de su nieta, con un positivo a cuestas y una «carga de conciencia» que no le deja vivir. Son tantas las historias como pacientes.
Publicidad
Tras varias solicitudes cursadas sin éxito desde marzo, un equipo de El Norte de Castilla ha podido entrar en la UCI del Hospital Clínico de Valladolid en plena segunda ola de la pandemia. Una zona blindada por el riesgo que entraña para la salud, solo accesible para un batallón de médicos intensivistas, anestesiólogos, enfermeras, auxiliares de enfermería, celadores, fisioterapeutas y personal de limpieza que lucha sin tregua contra un virus que ya se ha llevado por delante a más de 6.000 personas en Castilla y León. Es viernes, 20 de noviembre. Y el Hospital Clínico tiene ocupadas 42 de las 46 camas reservadas para pacientes covid. Por estadística, ocho morirán.
La UCI médica situada en la planta primera del Clínico es tan fría como antigua. Los carteles de prohibido el acceso ocupan gran parte de las dos puertas batientes de entrada. En el recibidor, los pies se quedan pegados a una superficie plástica que se encarga de limpiar las suelas. Huele a desinfectante. Es un olor fuerte, penetrante, que impregnará después los dos largos pasillos que distribuyen las plazas de pacientes críticos de esta unidad. Hay veinte camas y todas están ocupadas. Pero siempre hay una más, vacía, por si fuera necesario un ingreso desde Urgencias de un enfermo sospechoso pero sin covid confirmado.
Tanto en la UCI médica como en la de reanimación –separada ahora entre la atención a enfermos postquirúrgicos y covid– los protocolos son exhaustivos y se cumplen a rajatabla para no contagiarse. Nada parece lo que fue en esta unidad. Hay puestos con equipos de protección por distintas zonas del pasillo central y nadie puede acceder a los boxes sin un traje EPI; gorro, gafas, pantalla de protección, mascarilla (ffp2 o ffp3), bata impermeable, dos pares de guantes y calzas. Si el acceso requiere algún tipo de maniobra específica con el paciente, como una intubación, el traje se refuerza con una especie de mono. En la UCI de reanimación, edificada en la parte nueva del hospital, hay un box central que controla todos los monitores y dispone de circuitos diferenciados, con líneas pintadas en el suelo para separar la zona 'sucia', más próxima al paciente covid y donde es necesario un EPI, y la limpia, donde se encuentran las enfermeras o técnicos auxiliares que asisten al personal más próximo al enfermo. Para pasar de una zona a otra, cuentan con toallas y sábanas impregnadas en desinfectante y extendidas en el suelo. «De aquí, de la zona sucia, no puedes pasar a la limpia porque es donde está la medicación, las gráficas, los tratamientos...y podríamos contaminarlo», comenta Beatriz González, enfermera.
Bajo un EPI el cuerpo arde en pulsaciones. La comunicación se complica. Hace calor, el aire se cotiza al alza bajo una protección tan férrea, las gafas marcan y las gomas de la mascarilla aprietan. Pero nadie se queja. El escuadrón de enfermería está a pie de cama. Cada uno de los enfermos tiene su nombre rotulado en un papel junto a su box. Al lado, su tratamiento y el número de días que lleva hospitalizado. De tres semanas no bajará ninguno. «El ingreso es prolongado. Es raro que un paciente esté menos de tres semanas cuando ha necesitado ventilación mecánica», comenta Ramón Cicuéndez, médico intensivista, mientras recorre sin descanso el pasillo UCI con peceras acristaladas cerradas –hay otras diez camas sin cerramiento, abiertas desde el pasillo–.
Publicidad
Más información
Lorena Sancho
El solemne silencio de esta unidad solo se ve roto por las constantes maniobras de un personal que no se detiene. El pitido de los monitores envuelve el ambiente en una pantalla de gráficas y números sobre las constantes básicas, la frecuencia cardíaca, presión arterial o saturación de oxígeno. Y el vaivén de los respiradores lo acompaña. Sobre la cama, cuerpos sedados, acompasados al ritmo artificial de la respiración. Quien ingresa en esta unidad necesita una máquina para realizar los movimientos ventilatorios y recibir el oxígeno. Aquí el paciente no es capaz ni de toser. «Al tener una alteración en las vías respiratorias, acumulan secreciones que requieren aspiraciones para que ventilen mejor, situaciones en las que tienes que ser previsor. Estar siempre a pie de cama, controlando cómo va, su bienestar», aclara María Fernández, enfermera, mientras dos de sus compañeros realizan la maniobra en uno de los boxes abiertos de la zona ampliada en la UCI médica.
El respirador les aporta oxígeno, del cien por cien al principio y menor según van recuperando su respiración natural. Es tal la incomodidad del tubo en la garganta que es preciso que el paciente entre en una sedación profunda. «Despierto, uno es incapaz de tolerarlo», precisa el doctor Cicuéndez.
Publicidad
Tienen miedo, incertidumbre ante la sedación. Saben que en la primera ola cuatro de cada diez fallecían. La experiencia y mejora en los tratamientos ha bajado la estadística a la mitad. Pero a nadie le consuela. El temor lo dibujan en el rostro. Son pocos los que lo reconocen abiertamente y muchos quienes lo manifiestan pidiendo a los médicos que hablen con su familia para transmitirles un te quiero que suena a despedida. Pero tanta es la carga de fatiga que el coronavirus provoca en sus pulmones que la mayoría suele reclamar que les intuben. «Perciben que no son capaces de aguantar más tiempo y nos piden que les ingresemos en Uci y hagamos lo que tengamos que hacer», cuenta Ramón Cicuéndez.
33, 35, 40... El número de días de ingreso está anotado y actualizado en cada box. Son semanas, quizás meses, las que estos pacientes pasan intubados en una cama. El grueso actualmente tiene entre 65 y 70 años. Pero los hay con cincuenta. Y los ha habido con cuarenta e, incluso, una mujer con 33. «Hemos tenido pacientes jóvenes, los hemos tenido de treinta años, que han estado graves. Recuerdo de dos casos con ECMO, una terapia de oxigenación extracorporea, es decir, que incluso el respirador no era capaz de hacer la función ventilatoria y teníamos que oxigenar con una máquina externa, eran pacientes de cuarenta y pocos años. Hemos tenido embarazadas, que creo que es una de las situaciones más duras que yo he vivido, y gente además sin enfermedades previas o cosas pequeñas y que no hemos llegado a explicar por qué había evolucionado a esa gravedad. Todavía hay muchas cosas que no entendemos del virus, por qué algunas personas generan esa respuesta inflamatoria tan grande, esa inflamación pulmonar y neumonías tan gigantescas ,y otros no».
Publicidad
Rodrigo Poves, coordinador de quirófanos y médico del servicio de Anestesia, coincide en que apenas hay diferencias entre el perfil del paciente de la primera y de la segunda ola. Son sobre todo varones, «con unas patologías asociadas, no especialmente graves pero concurrentes en muchas de las ocasiones». Y también jóvenes. Los hubo en la primera ola y los hay en la segunda. «Sabemos que afecta a las personas jóvenes, eso lo conocemos. Es verdad que no es la mayoría, sino que son una minoría, pero afecta. No están libres de la enfermedad, no están libres de ingresar en la UCI y amenazar su vida. Han muerto personas jóvenes y eso lo tienen que tener claro, ya no solo por uno mismo, sino porque son transmisoras del virus», insisten.
La mañana en la UCI del Hospital Clínico no da lugar a descanso. Los enfermos requieren vigilancia las 24 horas del día, cuidados constantes ante posibles complicaciones. En cuestión de minutos se puede presentar una dificultad respiratoria que necesite una maniobra crítica de colocar al paciente en la posición decúbito prono, acostado boca abajo durante horas para que aumente la oxigenación, y que precisa de al menos cinco profesionales. Con el tiempo se ha mejorado, pero sigue siendo una maniobra «crítica». «También hay complicaciones cardiacas, con arritmias que en ocasiones requieren una reanimación y desfibrilar al paciente. Hemos visto situaciones de shock en las que hay que intentar remontarle con medicación, incluso también puede llegar a parada».
Publicidad
Al paciente del box 10 el tubo le empieza a hacer daño en la glotis, donde se encuentran las cuerdas vocales. Se inflama y con el tiempo puede acarrear problemas. Son más de tres semanas las que este hombre lleva sedado, mala cosa en la unidad de críticos de cara a posibles secuelas. Dos médicos, dos enfermeras, un auxiliar y un celador se preparan para realizar una traqueostomía percutánea, una técnica muy habitual en la UVI en los pacientes con estancia larga con el objetivo de que pueda mejorar la ventilación y evitar daños en la laringe. Se enfundan el EPI y, en cuestión de minutos, y perfectamente organizados, colocan a través de la piel una cánula por debajo de las cuerdas vocales. «Podemos insuflar por esa vía. Liberamos al paciente de un tubo en la garganta que genera perjuicios», comentan.
La vida se antoja frágil en cada box. Es la misma escena a través de la cristalera. Se observan las curas, tratamientos, aspiraciones e, incluso, ejercicios que la fisioterapeuta Isabel Muñoz se encarga de hacer a los pacientes sedados. No son conscientes de que mueve sus extremidades varias veces. «Pero cuando salgan de aquí tendrán una importante pérdida de masa muscular y estos ejercicios les ayudarán a poder moverse», resume, y retrasará posibles complicaciones motoras y neurológicas.
Noticia Patrocinada
Esta mañana está previsto que un paciente pueda despertar. Cuando palpan una mejoría respiratoria van ajustando la sedación. Y, pese a que podrían retirarle el respirador, aún seguirá necesitando un aporte de oxígeno alto. «Es decir, que todavía va a estar días aquí a pesar de estar respirando solo».
Cada despertar es un mundo. La sedación se elimina poco a poco durante días hasta que empiezan a espabilar y pueden entablar una conversación. Entonces las enfermeras les explican qué ha pasado, les dicen qué día es, cuántos días lleva allí con ellas, cómo ha evolucionado y todo lo que ha conseguido. «Y que todo irá bien».
Publicidad
Por delante quedará aún un largo camino para la recuperación. Son pacientes que despiertan muy debilitados, con una pérdida muscular no solo del estrés que sufren, sino de estar tanto tiempo en una cama inmovilizados con el respirador. «Les cuesta recuperar fuerzas, toser con eficacia, muchos despiertan y es incluso complicado quitar el respirador. Hay problemas de corazón, sabemos que hay más riesgo de infarto de miocardio, de ictus, de trombolismo pulmonar, de trombosis general...es una patología muy compleja», enumera el doctor Cicuéndez.
Nadie está preparado para una situación así. Ni siquiera el personal de cuidados intensivos, preparados para situaciones catastróficas, se han acostumbrado en ocho meses a las terroríficas imágenes que les deja la covid. «Hemos visto morir a mucha gente pero esto es totalmente diferente. En tres horas se ponen malos, y en tres minutos hay que intubar porque se ahogan. Aquí entras y los veintitantos o los treintantos días no te los quita nadie», resume una enfermera de reanimación. «Para esto no te prepara nadie», asienten sus compañeras.
Publicidad
Aquí cada vida sacada adelante es un motivo más para luchar por el siguiente. Pero cada muerte, una decepción. «Muchos pacientes, a pesar de darles todas las herramientas posibles, no son capaces de recuperar. Entristece muchísimo». Es una vida que se pierde y una familia que deja atrás y que, por lo general, ni quiera puede llegar a despedirse. Esa llamada, la de la noticia que nadie quiere dar, es lo más duro para estos equipos UCI. «Es la llamada que nadie quiere hacer, es la mochila que siempre llevamos atrás». Y lo peor, dicen, es que no saben cómo llegar a la población. Cómo transmitirles la situación, los aterradores momentos que viven en una unidad de cuidados intensivos. «Que puedes estar bien con tu familia, tener una comida y a los dos días estar aquí en la UVI luchando por sobrevivir». Nadie piensa que eso le pueda pasar.
MAÑANA LUNES, 30 DE NOVIEMBRE, TERCER Y ÚLTIMO CAPÍTULO
Disfruta de acceso ilimitado y ventajas exclusivas
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.