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La fisio Isabel Muñoz posa su mano sobre el pecho de un enfermo. Sandra Santos
En las trincheras de la pandemia

«Nadie se acostumbra a ver a familias despedirse»

Cuidados a pie de cama ·

Se enfundan un traje EPI durante horas, aprietan la mano de los enfermos y les conectan con sus seres queridos en videollamada; «lo peor de una Uci es la soledad del paciente»

Lorena Sancho

Valladolid

Domingo, 29 de noviembre 2020, 09:03

La mano de Isabel Muñoz, fisioterapeuta, reposa cargada de delicadeza sobre el pecho de un paciente de edad media ingresado en la nueva área de la Uci médica del Hospital Clínico.La de María Fernández, enfermera, carga de ternura cuando aprieta las extremidades de un ... enfermo de esta misma unidad, sedado desde hace 27 días. Aquí la vida es frágil, como la voz de Beatriz González, enfermera en la unidad de reanimación postquirúrgica –ahora transformada para atender a críticos covid– cuando se dirige a una mujer de setenta años, intubada, para hablarle como si estuviera despierta y explicarle que le van a asear. Las plantas de pacientes críticos están preñadas de tristeza y huérfanas de visitas. Son un búnker blindado, aislado también de amor y gestos de cariño procedentes de familiares y allegados. Aquí la soledad del paciente puede llegar a ser tan recia como devastadora. Todos lo saben. Principalmente el personal de enfermería, que hace meses que enarbola la bandera de la humanización para inyectar a estos pacientes dosis de acompañamiento. «Todo el personal, también los auxiliares de enfermería, celadores y limpieza, estamos intentando que ellos no sientan la soledad, que desde que están despiertos tengan algún contacto con sus familiares, que sepan de ellos, pues ya la Uvi es un sitio frío de por sí», comenta María.

El cuidado es integral. Es media mañana y estas profesionales de la enfermería no dan abasto recorriendo boxes; a quienes están sedados les explican que les van a poner la medicación, que les van a limpiar o curar la piel, les comentan cómo tienen la tensión...Todo igual que si estuvieran despiertos. «Es importante que nunca se sientan solos, que sepan que estamos aquí, junto a ellos, en todo momento», resume Beatriz González. Ella lo hace en la unidad de reanimación, que en dos de los boxes cuenta con sendas pantallas gigantes, que ocupan toda una pared lateral, donde se proyectan imágenes de paisajes que invitan a la relajación. Fue una donación y, ahora, cuando el paciente despierta, le inyecta «bienestar».

Videollamadas

La teoría la conocen todos. Pero la práctica, dicen, es dura. Desde casi el inicio de la pandemia introdujeron las videollamadas en el protocolo de actuación. En el momento que dejan de estar sedados y evolucionan favorablemente, les hacen llegar cartas y fotos de familiares y les facilitan diariamente la conexión con sus seres queridos a través del móvil. «La primera videollamada la vivimos todos con mucha emoción, tienes que controlar tú también las lágrimas, porque esto está siendo muy duro», resume María.

María Fernández, enfermera de la UCI médica, durante su entrevista. S. S.

Hace una hora que Antonio, un paciente suyo, ha recibido el alta entre aplausos de los sanitarios de esta primera planta del Clínico. El día anterior, en la videollamada que mantuvo con su hija, consiguió emocionar a todos. «Su hija le decía, papá qué bien verte, os echo mucho de menos. Es emocionante cuando ves las videollamadas...Es que es un sentimiento de soledad tan grande el que tiene un paciente en la Uci ya sin la covid, que esto se ha aumentado. Te sientes muy perdido, tienes mucha incertidumbre, pasas mucho miedo. Y el hecho de ver a tu familia y ver que están preocupados por ti es importante».

Hace ocho meses que la enfermera de la REA Beatriz González no abraza a sus padres y solo les ve al aire libre

Esta enfermera es incapaz de contener la emoción y rompe a llorar cuando habla de la soledad y de la labor que todo el equipo sanitario realiza remando completamente compenetrados. «Hemos aprendido, tenemos ya una experiencia en el trato con estos pacientes, tanto técnicamente como en la humanización», aunque lamentablemente, admite, no siempre termina como ellos quisieran.

Llamada diaria

Hay una comunicación diaria de los médicos con las familias para informar sobre la evolución. Es mediodía, el momento en el que se produce la temida llamada. Si hubiera algún cambio, también se avisa y se comunica. «Y si la situación fuera mala, se les explica y ellos deciden si quieren venir a despedirse», lamenta. En ese caso se les proporciona un EPI para que puedan entrar con seguridad. «En la primera ola daba un poco más de respeto, pero ahora enseñamos a ponerse el EPI y que pueden entrar a despedirse. Creemos que es muy importante que una persona se despida de un ser tan querido, y si ellos quieren, que vengan, porque luego el duelo será mejor.

Tanto María como Beatriz coinciden en que nadie se acostumbra a esta situación. Su trabajo es habitualmente con pacientes críticos «pero nunca te haces a eso». «La gente piensa que el personal de enfermería y TCAES (auxiliares) nos hacemos pero nunca te haces. Es un sentimiento muy duro ver cómo alguien se despide de su familia».

Beatriz González se quita la doble mascarilla dentro del protocolo exhaustivo de la retirada de un traje EPI. S. S.

¿Y después de la jornada laboral? «Yo intento desconectar. Al final esto también te enseña que hay que disfrutar de cada día, de cada momento, de las personas que quieres», comenta María.

Beatriz lo lleva peor. Hace ocho meses que no abraza a sus padres, solo les ve al aire libre y su vida social se ha visto limitada a lo mínimo. «Así es nuestra profesión, y ahora es lo que toca». Aunque lo peor, dice, vivir lo mismo pocos meses después de la primera ola.

Son las tres de la tarde y estas dos enfermeras están a punto de terminar su jornada. Por delante les queda aún los quince minutos que les puede llevar quitarse bien el traje de protección, con desinfección constante y cautela. Tienen experiencia, y también miedo. «Es donde te puedes contagiar, porque el traje puede estar contaminado». En su rostro se marca el cansancio de ocho meses y las marcas de ocho horas de EPI. «Nos gustaría ver que esto evoluciona bien», desea.

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