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Las condiciones de salubridad fueron determinantes para la expansión de las diferentes oleadas del cólera. Archivo Municipal de Burgos
Epidemias de la historia de Burgos

S.XIX. El cólera golpea cuatro veces a Burgos

Entre 1834 y 1885, la ciudad de Burgos, al igual que buena parte del territorio nacional, se vio afectada por sendas epidemias de cólera morbo asiático

Domingo, 5 de julio 2020, 08:52

La muerte de Fernando VII había dejado una profunda herida en España, que atravesaba entonces un momento de tensión social y política clave en su historia reciente. Otro más. Los conflictos por la sucesión al trono entre Isabel II y Carlos, la consolidación de los ... liberales y los intentos por dejar atrás el absolutismo del 'Deseado' habían convertido al país en un polvorín. Lo único que faltaba era una epidemia. Y como a menudo las desgracias nunca vienen solas, a falta de una epidemia, España sufrió varias oleadas en apenas medio siglo. Y de todas ellas, cuatro sacudieron también a Burgos.

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La primera, que entró en la ciudad en 1834, dejó una profunda huella. En aquella ocasión, el mal que se documentó por vez primera años antes en la India, entró en España por el puerto de Vigo. Desde allí, se fue extendiendo poco a poco por todo el territorio nacional hasta llegar a la ciudad del Arlanzón, cuyos responsables intentaron frenar su avance sin mucho éxito.

No en vano, el cólera morbo, que presentaba una mortalidad muy elevada, era una enfermedad totalmente desconocida hasta hacía apenas unos años. No se sabía ni su origen ni se tenían certezas absolutas sobre su propagación. Lo único que se sabía es que provocaba un cuadro de vómitos y fuertes diarreas de color arroz que desembocaban en una gran deshidratación y, en muchos casos, la muerte.

Él cólera afectó a Burgos en cuatro oleadas en 1834, 1855, 1865 y 1885

Sea como fuere, aquella primera oleada golpeó a la ciudad con dureza, a pesar de que las autoridades intentaron por todos los medios frenar su expansión con la implementación de medidas de higiene pública. Unas medidas desarrolladas a partir de la experiencia acumulada en otros territorios pero que, en muchos casos, se ponían en marcha casi a ciegas.

De esta forma, durante los meses de primavera y verano, la mortalidad se disparó en las zonas de la ciudad más degradadas y pobres, obligando al Ayuntamiento a establecer servicios médicos extraordinarios. En septiembre del 34', el propio Consistorio liberó a los médicos de su obligación de atender a los enfermos, dando así por concluida la epidemia, a pesar de tener todavía algunos casos.

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Aquella experiencia sirvió para tomar notas de cómo proceder a futuro. Gracias a ella, la ciudad mejoró parte de sus condiciones de salubridad e higiene. De aquella época, por ejemplo, data el traslado del cementerio extramuros o en saneamiento de varias calles del casco histórico.

Con todo ello, sin embargo, no se pudo evitar que el cólera volviera a entrar en la ciudad. No en vano, la enfermedad seguía circulando por el mundo en general y España en particular y tarde o temprano se sabía que volvería a las tierras del Cid. Ya en 1849,viendo que otros territorios vecinos estaban afectados, el Ayuntamiento implementó medidas de prevención y adaptó un hospital provisional en el colegio de San Nicolás. Por si acaso.

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Cinco años más tarde, se volvieron a repetir los preparativos, estableciendo nuevas medidas de prevención, pidiendo camas al monasterio de Las Huelgas y reservando un presupuesto de algo más de 88.000 reales. Por si acaso.

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Pero finalmente fue en 1855 cuando el cólera volvió a llamar a las puertas de la ciudad, entrando hasta la cocina. Quizá sea de esta segunda gran oleada de la que más testimonios y documentación se conservan, en muchos casos en el propio Archivo Municipal. De esa documentación se sabe, por ejemplo, que la epidemia volvió a afectar de manera significativa a las familias más pobres de los barrios más desfavorecidos. Ese, de hecho, ha venido siendo un factor condicionante en la práctica totalidad de las epidemias históricas de Burgos.

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En este caso, y a pesar de los esfuerzos municipales por implementar medidas de higiene públicas y privadas impulsadas por la Junta de Sanidad, el cólera entró con fuerza en la ciudad. El 10 de junio se documentaron los dos primeros casos en la ciudad, localizados en los arrabales del casco urbano.

En este sentido, y al contrario de lo que preveían las autoridades sanitarias en función del conocimiento que en aquel momento tenían, basado en la teoría miasmática, la enfermedad golpeó mucho más en zonas menos densamente pobladas. Y es que, el hecho diferencial fueron las condiciones de salubridad. Los arrabales, caracterizados por una mayor dispersión poblacional, pero también por una mayor insalubridad, pobreza y hacinamiento familiar se convirtieron en el caldo de cultivo perfecto para la expansión del cólera.

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De acuerdo al estudio realizado en su día por Jesús Crespo Redondo, entre junio y octubre de 1855, cuando se dio oficialmente por concluida la epidemia, se contabilizaron hasta 764 enfermos, de los que 329 acabaron perdiendo la vida, lo que supone una mortalidad de casi el 50% en una ciudad que por aquel entonces contaba con poco más de 23.000 vecinos. Por cierto, la inmensa mayoría de las víctimas mortales fueron gente con escasos recursos.

Una vez más, la tragedia había sacudido a Burgos. Pero no sería la última. Apenas una década después, otra gran oleada de cólera, que ya había afectado de lleno a otras grandes ciudades, como Madrid o Valencia, volvió a entrar en la ciudad. Y una vez más, el Ayuntamiento tuvo que implementar medidas de higiene y saneamiento de la ciudad para evitar su propagación.

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Las principales actuaciones se centraron en la desinfección de espacios públicos, la mejora del saneamiento y la publicación de sendas guías en las que se explicaba a la ciudadanía cómo proceder para evitar que el cólera entrara en los hogares y qué hacer en caso de que lamentablemente acabara entrando.

Una de esas guías, quizá la más interesante, data de 1885, fecha en la que está documentada la cuarta gran oleada de cólera de la ciudad. En dicha guía se explica la necesidad de desinfectar baños (se incluyen hasta las recetas para fabricar desinfectantes caseros), de mantener aireadas las estancias, de mantener una alimentación sana y variada (con un poco de vino aguado, si es menester) o de lavarse frecuentemente las manos. Consejos, todos ellos, fundamentales para evitar la propagación del bacilo 'Vibrio Cholerae', que acababa de ser descubierto por Robert Koch.

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Y es que, la casualidad quiso que el mismo año que se despejaron muchas de las dudas de la enfermedad, ésta asolara nuevamente Burgos. Hasta entonces se había ido casi a ciegas, actuando en virtud de la experiencia, pero no de evidencias científicas. Fue a partir del descubrimiento de Koch cuando se supo que se trataba de una bacteria que se transmitía fundamentalmente por el agua, los alimentos y las propias deposiciones humanas.

Apenas unos meses después, el médico catalán Ferrán i Clua desarrollaba la primera vacuna efectiva contra el cólera, pero buena parte de la sociedad médica española le dio la espalda y no fue hasta 1919 cuando dicho tratamiento se aceptó formalmente por la comunidad científica.

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Hoy, en todo caso, el cólera ha sido prácticamente erradicado en los países desarrollados, aunque durante el siglo XX aún se localizaron varios brotes en España. Pero esa es otra historia

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