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Grabado que muestra a Edward Jenner aplicando una vacuna contra la viruela.
1801. La primera vacuna de la historia de Burgos

1801. La primera vacuna de la historia de Burgos

La vacuna de la viruela se extendió en Burgos gracias a los esfuerzos del médico Prudencio Valderrama y a la intermediación de Juana Manuela de Villachica

Domingo, 28 de junio 2020, 09:41

Hoy, la comunidad científica se ha lanzado con ansia en busca de la vacuna contra la covid-19, considerada la mejor fórmula para poner coto a la pandemia. Sin embargo, las vacunas, tal y como las conocemos hoy en día, tienen una historia relativamente joven, ... puesto que no fue hasta finales del siglo XVIII cuando se desarrolló la vacuna de la viruela, la primera de la historia. Una vacuna que llegó a Burgos en verano de 1801 gracias al empeño de tres figuras: un médico de Burgos interesado en introducirla en la ciudad, un colega de Madrid que ya estaba practicando la vacunación y una mujer con contactos que actuó como enlace entre uno y otro, tal y como refleja la investigación realizada años atrás al respecto por José Manuel López Gómez, académico numerario de la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes.

Repasemos. En aquel momento, la viruela estaba haciendo estragos en Europa en general y España en particular. A pesar de que desde tiempos inmemoriales se realizaban prácticas que conseguían cierta inmunidad en humanos, algunas más prosaicas que otras, lo cierto es que las medidas implementadas en aquella época no conseguían poner freno a la enfermedad, que además de ser extremadamente contagiosa y tener una importante tasa de mortalidad, dejaba otras secuelas, como la ceguera.

Pero entonces llegó la vacuna. Lo hizo de la mano del médico inglés Edward Jenner, quien en 1796 comprobó que la viruela bovina, menos letal que la humana, generaba inmunidad a los que la contraían. ¿Y qué hizo? El términos mundanos, extraer una muestra de una llaga de viruela de una vaca e inyectársela a James Phipps, un niño de ocho años. Una acción, cuanto menos arriesgada, cuyo resultado fue satisfactorio. Acababa de nacer la vacuna tal y como la conocemos hoy en día.

El contacto madrileño

La nueva técnica tardó algunos años en llegar a una España que quería avanzar en la Ilustración, pero a la que todavía le quedaba un largo camino por delante en este sentido. Lo hizo por dos vías, la catalana, vinculada a Francia, y la madrileña, gracias a figuras como el médico Ignacio María Ruiz de Luzuriaga, que a finales de 1800 comenzó a extenderla en la capital.

Allí, en la Villa y Corte, Ruiz de Luzuriaga había conocido años atrás a Juana Manuela de Villachica, una burgalesa con posibles que tiempo después se erigiría como pieza fundamental en la llegada de la vacuna a Burgos. Y es que, fue Juana Manuela, mujer adelantada a su época y figura fundamental en diversos avatares de la historia burgalesa, quien puso en contacto a Ruiz de Luzuriaga con Prudencio Valderrama, médico titular del Cabildo Catedralicio.

Valderrama, uno de los médicos más prominentes y respetados de la provincia, había conocido de los beneficios de la nueva práctica y quería ponerla en circulación en la ciudad del Arlanzón. El problema era que el bueno de Valderrama no disponía de los medios ni el conocimiento. Entonces, Juana Manuela intercedió, escribió a Ruiz de Luzuriaga y le expuso la situación.

La relación entre ambos no tardó en fructificar, y enseguida arrancó un intercambio de misivas y materiales, incluido el propio fluido, que derivaron, el 16 de agosto de 1801, en la inoculación de la primera vacuna de la historia en Burgos. Tal era la confianza que Valderrama tenía depositada en la nueva técnica que decidió que sus propias hijas (Laureana, Andrea y Rosa) fueran las primeras en recibir la vacuna.

El éxito de la iniciativa fue rotundo, tal y como demuestran las cartas remitidas por Valderrama a su colega en Madrid, en las que le relata cómo evolucionaron sus hijas tras la inoculación y cómo, poco a poco, se extendió la vacuna por Burgos. De hecho, en apenas un año, el médico vacunó contra la viruela a unos 1.500 burgaleses. Esto es, al 10% de la población de la capital provincial en aquella época.

Sin embargo, su uso decayó en los años siguientes. Y es que, en aquella España que luchaba por ilustrarse con las nuevas corrientes científicas y filosóficas, también contaba con una importante corriente antivacunas, que se levantó en varias ocasiones durante las décadas siguientes. Además, y no es cuestión menor, en 1808, los ejércitos de Napoleón entraban en España, sembrando el campo para la Guerra de la Independencia. Y en tiempo de guerra, la preocupación por la viruela se relajó sensiblemente.

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Vidas complicadas

Por cierto, los protagonistas de esta historia no acabaron del todo bien. Juana Manuela,casada con Francisco Enrique de Urquijo, se había declarado abiertamente favorable al gobierno francés y, claro, cuando Wellington entró en Burgos, su familia tuvo que huir de la ciudad y exiliarse en Vitoria, donde acabó falleciendo con apenas 38 años de edad.

Tampoco fue una balsa de aceite la vida de Prudencio Valderrama tras extender la vacuna en la ciudad. Y es que, el regreso a España de Fernando VII le acabó costando la cárcel en 1814 tras haberse significado abiertamente liberal. Eso sí, incluso en la prisión siguió ejerciendo, ya que el intendente autorizó que los médicos y cirujanos presos pudieran salir a atender enfermos.

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