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Pedro camina con dificultad. Acompañado de su muleta, recorre las calles de Gamonal despacio, pensativo. Habla sobre su duro pasado, ese que le ha llevado a vivir, junto a su mujer, en un bajo comercial de este barrio de Burgos. Allí muchos le conocen y le ayudan día a día a sobrevivir. Se encuentra de repente al cartero en un portal. «¿Hay carta para mí?», pregunta. Y sí que hay una misiva de la Junta, pero no trae la respuesta que ni Pedro ni su familia esperan: les deniegan una ayuda.
Todo comenzó hace siete años. Un mal diagnóstico y una estafa al alquilar su vivienda han llevado a este hombre, junto a sus dos hijos, su mujer y sus tres perros, a vivir en un local viejo y sucio, sin apenas luz solar. Pero Pedro no es de Burgos. Llegó desde Madrid tras ser parte del ejército. Vino a instalar antenas para dar cobertura a los municipios de la provincia y aquí se quedó. Después, comenzó a caer enfermo pero ningún médico le daba el diagnóstico correcto.
Hace siete años, Pedro fue diagnosticado de asma. Después se transformó en EPOC y así hasta que, finalmente, le diagnosticaron lupus. Sin embargo, por el camino probó varios tratamientos que, como cuenta el hombre, favorecieron la aparición de otras enfermedades como asma, síndrome de Raynaud, osteoporosis, varias hernias discales, hipertensión, diverticulitis, microhemorragias intracraneales y una lesión en el ligamento cruzado interno.
«Cuando te diagnostican ni siquiera reconocen sus errores», se queja acerca de los médicos. «Estuvieron seis años tratándome de una fibrosis», relata, algo que no padecía. Cuando le detectaron lupus, hace tres años, Pedro quedó «atrapado». Él había sido soldador durante toda su vida, pero soldar significaba exponerse a radiación, algo malicioso para su patología.
En ese momento estaba trabajando en una empresa de latiguillos del polígono de Gamonal, pero sus socios le echaron al conocer su diagnóstico. Desde entonces, trabajó como conductor, aunque le obligaban a firmar la baja voluntaria si se lesionaba, que era a menudo, para no suponer un coste a la empresa. Todas estas lesiones, sumadas a sus patologías y una «estafa» en su casa cambiaron la vida de Pedro y la de su familia para siempre.
Al principio de caer enfermo, Pedro y su familia vivían en una casa de alquiler con opción a compra, pero el inmueble fue vendido sin avisarles. Aún con todo, Pedro debía seguir pagando una deuda de unos 10.000 euros.
«Llegan las Navidades en plena pandemia y el día antes de Nochebuena nos echaron a la calle», comenta Pedro. «Cuando me ven enfermo y ven que ya no puedo se aprovechan», prosigue, «me denuncian como que no pago», explica, aunque él no recibió la notificación pertinente y sí que pagaba a los dueños, pero lo hacía en mano, relata.
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Sara Sendino
A partir de ese momento, Pedro, su mujer, sus dos hijos y sus tres perros se quedaron «en un coche que nos dejó un amigo. Estuvimos viviendo cuatro meses en una gasolinera en Rubena». Por aquel entonces, la hija de Pedro vivía con una amiga para poder ir al colegio. Respecto a su hijo, que tiene discapacidad motora, fue llevado al pueblo de Pedro junto a su madre, en la provincia de Ciudad Real.
Cuando la época del coche terminó, y por mediación de un amigo, Pedro consiguió un local donde vivir. El alquiler es de 300 euros y paga aparte la luz. Sin embargo, ni siquiera posee cédula de habitabilidad, por lo que a Pedro y su mujer, que padece trastorno obsesivo compulsivo, les niegan la ayuda de alquiler.
En ese local «no se ve ni la luz» y Pedro y su mujer tuvieron que construir el baño. El aspecto por fuera es muy descuidado y padecen humedades y también presencia de ratas en el falso techo. Para cocinar sólo cuentan con un microondas en la parte inferior. En la superior tienen un espacio pequeño, donde duermen él, su mujer y los perros.
Al principio de vivir allí, Pedro sentía mucha vergüenza, ya que el local está próximo a un colegio. Sin embargo, ahora «ya nos conoce la gente» del barrio, que les aprecia y les ayuda a sobrevivir, como Andrés, que tiene una tienda de pollos y les regala comida de vez en cuando. «Toda esta situación se va enlazando. Son cuatro años aquí y siete enfermo. Es mucho tiempo», sostiene Pedro, que reconoce que continúa adelante también gracias a la ayuda de sus amigos.
De hecho, con las últimas tormentas en la 'casa' de Pedro había cascadas de agua y se les inundaron todas sus pertenencias. Sin embargo, el jefe de obra del local aledaño ha intentado aislar el local con un poco de cemento a cambio de unas acuarelas que le ha regalado Pedro.
«Yo me estoy descomponiendo como un azucarillo», señala el hombre de 54 años. «No puedo comer nada, sólo puedo beber. Lo que puedo beber no lo puedo comprar», señala Pedro. «Tengo 54 años recién cumplidos. El día de mi cumpleaños pude beber leche» y se ríe pensando en lo irónica que es la vida. «¿Cuánto hace que no como yo mi comida preferida? Un filete, no sé lo que es ya un filete. ¿Tú sabes lo que es comer todos los días salami?», continúa.
Actualmente, cobra una pensión no contributiva de 470 euros mensuales, pero 300 van a pagar el local y destina una parte a a pagar su factura de teléfono y la de su familia, para mantener el contacto. También recibe otra ayuda por su hijo discapacitado, pero Pedro se la entrega íntegramente a su madre, que es quien se hace cargo de él. «Como padre responsable te llega al alma».
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«¿Tú sabes lo que es sentirte abandonado?», se queja acerca de la falta de ayudas. Le han denegado el ingreso mínimo vital, la del alquiler y una de 150 euros mensuales a su mujer, que no percibe ningún ingreso. Tampoco la trabajadora social les ha llamado últimamente. «No tienen ningún interés de saber cómo estamos».
Pedro también destaca la ayuda de Cocemfe, la asociación burgalesa para personas con discapacidad, que les ha dado alimentos y donde él ha impartido talleres de pintura con acuarela, una afición que tiene desde niño. Sin embargo, aqueja que, por ejemplo, descartaron la ayuda de Proyecto Hombre porque pretendían separar a la familia entera, así que decidieron no acudir.
«El paciente presenta una serie de síntomas, limitaciones funcionales y discapacidades que le impiden realizar su actividad diaria con normalidad y que, a su vez, son debidas a todas las patologías citadas», Pedro lee el informe de salud sobre su persona con sorna, porque ya no sabe cómo hacer para salir de esta situación.
«Tengo un 75% de discapacidad, movilidad reducida, necesito una tercera persona. ¿Y puedo trabajar? Según la seguridad social, sí», pregunta irónicamente Pedro. Sin embargo, él afirma que ha trabajado durante toda su vida y que cuenta con 30 años cotizados. «Yo no tengo culpa de estar enfermo, que más lo siento yo».
Pedro sigue enfermo y viviendo en un local insalubre, pero no tiene dinero para ir a otro lado aunque le gustaría volver a su pueblo de Ciudad Real. En su mochila guarda sus cajas de medicinas, más de 20 tipos, y todos sus papeles importantes. Entre ellos varias citas médicas pendientes y la última carta que le ha llegado desde la Junta, esa en la que le deniegan una ayuda a su mujer.
«No quieres vivir, te quieres morir. Que pase ya toda esta mierda. Pero para eso tienes que dejar las cosas bien hechas», lamenta Pedro, que culpa de la situación al sistema que no les ayuda.
Sin embargo, antes de volver a su tierra, Pedro quiere «arreglar» su situación. Para ello cuenta con un abogado, que es amigo de su padre, que le está ayudando. «Vamos a recurrir a la Seguridad Social. No me pueden decir que estoy para trabajar de mecánico chapista», explica. Él pretende que le den la incapacidad o la jubilación para poder dar a su familia, y a él mismo, una vida digna.
«Yo no tengo nada que perder, me estoy muriendo», lamenta. Pedro sólo quiere «morir tranquilo», pero a gusto, en condiciones dignas y rodeado de su familia. Algo que para cualquiera podría ser natural, pero que a él, después de siete años, un diagnóstico tardío y una estafa, ve como una meta difícil. «Nunca jamás le he hecho daño a nadie. Nunca en mi vida», añade.
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