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Grupo de mujeres ucranianas acogidas en Burgos. YFB
Un año de la guerra en Ucrania

Casa de acogida en Burgos: «Son cuatro más en mi familia, no hay distinción»

Mariela Grijalvo y su marido, Roberto Da Silva, han acogido a cuatro mujeres ucranianas que, desde el pasado mayo, viven en la antigua casa del matrimonio. El idioma es la barrera más difícil de sortear, pero imprescindible para integrarse

Sábado, 25 de febrero 2023, 08:41

Cardeñadijo cuenta desde el pasado mayo con cuatro nuevas vecinas. Y no son unas vecinas cualquiera. Son cuatro mujeres ucranianas, abuela, hija, nieta y nuera, que llegaron al municipio burgalés huyendo de la invasión rusa. Lo hicieron de la mano de Mariela Grijalvo y su ... marido, Roberto Da Silva, que les ofrecieron su antigua vivienda y un trabajo en la empresa familiar para que pudieran empezar una nueva vida, mientras esperan a poder volver a Ucrania.

Lyuba, Irina, Kamila e Inna llegaron a España en un autobús que las recogió, a ellas y otros compatriotas, en la frontera con Polonia. Un amigo de Mariela se puso en contacto con ella, como alcaldesa de Cardeñadijo, para saber si en el pueblo había alguna vivienda disponible. Y ellos ofrecieron su antigua casa, que estaba vacía. De este modo, tras pasar quince días en el Hostel de la calle Miranda, la familia de ucranianas se trasladó a Cardeñadijo en el mes de mayo.

«Vivimos justo en frente; ellas tienen su independencia y nosotros también, pero estamos juntos», explica Mariela, quien admite que este año ha sido muy difícil para ellas. En Ucrania, en concreto en Járkov, ha quedado el resto de la familia (marido, hijos, hermano). «Están en comunicación continua, hablan todos los días», y aunque sus propiedades siguen en pie (sus viviendas y negocios), ellas aquí viven con preocupación por los suyos y su país.

Así que Mariela y Roberto han intentado hacerles la vida lo más fácil posible. Para empezar, les han ofrecido un trabajo en la empresa familiar, Embutidos Cardeña; y, luego, les han integrado en su propia familia y grupo de amigos. «Todos los cumpleaños, nuestros y suyos, los hemos celebrado junto, con la familia y los amigos», explica Mariela. Y también las Navidades. «Son cuatro más en mi familia, no hay ninguna distinción», reconoce.

Lyuba, Irina, Kamila e Inna están integradas. Disponen de la autonomía que les da tener un trabajo y un salario, lo que les permite enviar dinero a su país para ayudar a los que quedaron allí como ser independientes en Burgos. Sin embargo, «son mujeres independientes, tenían allí su vida y la guerra se la ha truncado», explica Mariela. Y quien lo peor lo está pasando es la nieta, Kamila, de 12 años, que no acaba de integrarse. La razón, la barrera del idioma.

Todas ellas están aprendiendo español desde que llegaron. Kamila va al colegio en Burgos, las niñas de Cardeñadijo la arropan pero «a ella le cuesta relacionarse, no se atreve» porque no domina el español, explica Mariela. Y porque salieron del país de una manera «traumática». «Tenían una vida hecha allí y esto es empezar de nuevo. No sabían a dónde venían ni qué situación iban a vivir», así que Mariela y Roberto tienen claro que su misión es estar ahí, para ayudarlas en lo que necesiten.

Integración se escribe en español

La barrera del idioma es un problema común para los ucranianos refugiados en España. Es la principal preocupación que ha tenido siempre muy presente Tatiana, que llegó el 7 de marzo de 2022 a Burgos con sus dos hijas gemelas, de 12 años. «Para vivir en un país extranjero tienes que saber el idioma», explica. Es la llave hacia la independencia, sobre todo si se quiere empezar una nueva vida, como es su caso. «Mis hijas intentan aprender el idioma y conocer gente para tener un futuro en Burgos» y Tatiana también está estudiando para poder encontrar un trabajo.

«Teníamos miedo porque nos miraban como a un extranjero»

Entender lo que está sucediendo, adaptarse a un nuevo país, empezar una nueva vida es el reto al que se llevan enfrentando los refugiados ucranianos desde que se produjo la invasión rusa, hace ahora año. Marina, Verónica y Kamila son un buen ejemplo. Tres adolescentes de 12 y 14 años que llevan un año viviendo en Burgos: Marina con su madre y su hermana gemela, Verónica con su madre y Kamila con su madre, su abuela y su tía.

Aseguran que están a gusto en Burgos, que las han acogido bien, pero que les está costando mucho adaptarse por el idioma. Lo están estudiando, pero no acaban de dominarlo, así que al final solo se relacionan con ucranianos. Marina, hija de Tatiana, es la que más se anima a hablar, ya sea en español o en ucraniano (y lo haría en inglés, un idioma que habla a la perfección, si lo que estamos a su alrededor lo manejásemos con la mitad de soltura que ella), y a contar su experiencia.

Llegó el 7 de marzo a Burgos. De noche, tras varios días de viaje. Salieron de Ucrania en un tren, «abarrotado de gente», que las llevó a Alemania. Luego, cogieron un bus hasta París. Tuvieron que hacer varias paradas porque estaban agotadas, explica. Y todavía tardaron un día más en llegar a Burgos. Le ha gustado mucho el castillo y, aunque al principio reconoce que «tenían miedo porque todo el mundo las miraba como a un extranjero», ahora están muy contentas en la ciudad.

Como mucho otros ucranianos, Tatiana se fija en el presente. Hablar del futuro, de poder volver a Ucrania le resulta muy doloroso. Allí se han quedado su marido, sus padres, familia y amigos. Viven a unos 20 kilómetros de Járkov, y oyen todos los días los bombardeos. Así que Tatiana admite que quiere volver, pero ahora es imposible, así que no piensa mucho en ello e intentan adaptarse. Además, afirma que es muy duro saber que ellas están aquí, en Burgos, a salvo y su familia, no.

Tatiana y sus dos hijas llegaron a Burgos tras siete días de periplo por Europa. Salieron de Járkov en un tren, abarrotado, y luego han cruzado diferentes países en tren y autobús hasta llegar a España. A Burgos lo hicieron de la mano de unos familiares y Tatiana admite que, en su corazón, ella sabía que en Burgos iban a poderla ayudar; que iban a estar bien. Han contado con la ayuda de Accem y, ahora, viven en un piso de manera independiente, centradas en integrarse y empezar de nuevo.

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