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Los «invisibles». Así llama David Burgos, psicólogo de ABAJ, a los familiares de enfermos de ludopatía. Coincide en esa denominación Conchi, la mujer de un adicto a las tragaperras al que salvó de las redes del juego tras toda una vida sufriendo junto a él ... sin encontrar la manera de salir de la situación.
«He perdido 40 años de mi vida» reconoce amargamente al recordar su trayectoria junto a su esposo antes de entrar en terapia y comenzar su rehabilitación en la asociación.
«De recién casada, enseguida me di cuenta de que había algo, incluso de novia. Ves cosas, pero las vas dejando, no le das importancia. Pero cuando nos casamos, no sé porque, la primera pregunta que me salió es si era el juego. Él siempre me lo negó», indica.
Durante esas cuatro décadas, Conchi solo vio jugar dos veces a su marido « y de casualidad». «Salimos los dos y vi en un bar que alguien estaba jugando. Como la máquina estaba de cara a la entrada le vi. Pero no entré. Cuando llegué a casa se lo dije y el me dijo lo de siempre, que había echado el cambio y demás. Ni le da importancia», explica sobre ese primer descubrimiento.
Ludopatía en Burgos
Alejandro Rodríguez
Alejandro Rodríguez
Una vez comprobadas sus sospechas, Conchi asegura que intentó poner barreras para evitar que su marido jugase, pero su «desconocimiento» sobre cómo afrontar la situación hizo que fuesen «muy insuficientes».
«El jugador te manipula y siempre te lleva donde el quiere. Van pasando los años y empiezas a estar enferma. Estuve enferma de jugador. En esos primeros años fui madre también, y además me tocó hacer de padre. Y no porque él no quisiera a nuestro hijo, sino porque la enfermedad no se permitía», rememora.
«Viven por y para el juego. Cuando no tienen dinero piden crédito, miran como conseguirlo. En mi casa el jugador ha robado a la familia e incluso hasta a su propio hijo. Eso es lo que hace esta enfermedad», lamenta con una mezcla de rabia y tristeza.
Los años se suceden y Conchi comienza a dejar de ser ella. «Me encontraba mal, sin ilusión, incapaz de hacer nada, desmotivada y triste. Siempre digo que la persona con la que yo viví era muy cobarde, pero yo también lo fui porque no se lo quise decir a nadie. Ni a mi familia. Nunca perdí la relación con ellos, pero intentaba que las conversaciones fueran muy superficiales para que no preguntasen mas de la cuenta», comenta sobre una realidad que ocultó incluso a su hijo.
«Me levantaba por las mañanas por el trabajo y por mi hijo, pero sin ninguna motivación más. Son noches y días enteros pensando en que te encontrarás mañana. Ellos al revés, trabajan todo el día para conseguir dinero para jugar. En aquel momento mi hijo me hizo mucha compañía pero no le dije nada. Se independizó con 26 años y no supo nada. No estaba nada bien», añade.
En un momento de lucidez, Conchi recurrió a su médica de cabecera en busca de ayuda y consejo. «Me acerqué y le dije cómo me encontraba y que estaba viviendo con un ludópata. Ella me dijo que sabía de a la existencia de asociaciones, pero en ningún momento me menciono a ningún profesional. Me fui con unos ansiolíticos que de nada me sirvieron porque el enfermo seguía estando en casa», señala sobre su fallido intento de encontrar una salida.
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Su chivo expiatorio fue entonces el trabajo. «Es lo que a mi me salvo. Allí me sentía querida y valorada». Pero incluso dentro de su vida laboral, Conchi no podía alejarse de la realidad de convivir a diario con la ludopatía. «En muchos momentos tu pensamiento siempre estaba en el jugador, en cuando llegue a casa que me encontraré. Siempre estaba ahí pensando. Algún día las cartas desaparecían, no llegaban, me quitaba las llaves del buzón, pero por circunstancias en algún momento me encontraba con cartas de crédito, de deudas», revela
Comenta que «por suerte y a pesar de todos esos años», su situación no fue como la de otras familias que llegan a no tener «ni para echar tomate a unos macarrones». «Yo no llegué a esos extremos», asegura.
Pero el dinero, apunta, es la cosa que menos echó en falta. «A mi me ha faltado de todo. Esa soledad, esos sentimientos de odio hacia la persona que tu habías elegido en tu vida. Es tal el dolor. Mi marido ha gastado tanto dinero en el juego que nunca he sido capaz de sumarlo. Quizás por no querer saber para no sufrir más. En esa época no le daba la importancia que le he dado ahora a todo lo que he perdido durante esos años», asevera emocionada.
Cuando todo parecía continuar por el mismo camino, Conchi decidió intentarlo por última vez. «Sabía de la existencia de ABAJ porque lo había escuchado en la radio. Llamé sin decirle nada a mi marido y cuando vino a mediodía a comer le dije: he llamado a este teléfono para esto y tenemos que ir sí o sí», recuerda sobre cómo se plantó sin dar más opción a su marido, fórmula que David Burgos recalca como idónea para no dejar margen de evasión al adicto.
«Y lo tenía tan claro que le dije: si no, tú por tú camino y yo por el mío», apunta sobre el ultimátum que le lanzó hace ya más de ocho años y medio. «Antes de eso por mi cabeza si que pasó en muchas ocasiones que estaba mejor sola, pero es el padre de mi hijo y le veía tan cobarde que mi cabeza me decía que le iba a terminar encontrando debajo del puente de Santa María. Siempre lo he pensado», confiesa.
Pero ese no fue el final de la historia. Tras acudir a la primera entrevista, Conchi cuenta que su marido «la manipuló» usando una circunstancia familiar, la enfermedad de su madre, para no acudir más a la asociación. Y lo consiguió.
conchi, mujer de exjugador de tragaperras
«Como mi hijo ya se había independizado, le dije que nos fuésemos a vivir con su madre para cuidarla. Fue el peor año en todos los aspectos, sobretodo en lo económico y le dije que no podía más», señala.
En esta ocasión, cuando todo parecía volver a oscurecerse, la entrevista sí fue la definitiva y en julio de 2014, ambos comenzaron las terapias en ABAJ. «Los tres primeros meses fue estar de cuerpo presente, sufrir y llorar. Al final los familiares cargamos con todo porque tenemos que hacer cumplir las normas de la asociación, que es el medicamento que nos dan para que empiecen a dejar de jugar», expone Conchi sobre un «duro» camino hasta quitar la adicción.
Con el paso de las sesiones, unas 250 horas de media de tratamiento enfocadas a distintas áreas, en una de las terapias algo cambió. Nuestro acercamiento era todavía nulo. En un ejercicio fuimos capaces de acercarnos e incluso tuvimos relaciones esa misma noche. No se me olvidará jamás«, comenta esbozando una sonrisa aún con los ojos llorosos.
En contra de lo que podría parecer, Conchi siente ahora «admiración» por la recuperación de su marido en lugar de «rencor» por haber perdido tantos años de su vida. Después de reencontrarse a sí misma, lanza un mensaje para todas las mujeres que están en una situación parecida.
«Si pueden pensar que puede haber juego en la persona con la que están conviviendo, que pidan ayuda. Solo pido eso. Porque si no, no van a salir de ahí, cada día van a estar peor. Que sepan que con esfuerzo y trabajo, se sale de esto y hay una vida después», concluye tras repasar un camino que, aunque tarde, ha podido tener un final feliz gracias a contar su problema, no rendirse y luchar por ella, por su marido y por recuperar su vida.
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